Cuando los árboles ya no existan, el cielo caerá a la tierra y será el final, dice la leyenda del pueblo yanomami. Pero no importa. Lo que realmente importa es el desarrollo, el crecimiento económico que se logra a cualquier costo, a cualquier precio. Hablamos del desplazamiento de poblaciones enteras, de carreteras, plantas de energía, grandes obras que se construirán; se habla de colonizar áreas vírgenes, primero a través de la intervención misionera generalizada de los pastores evangélicos en los pueblos indígenas, y luego, obteniendo el consentimiento y la aprobación tácitos, con la ayuda del ejército para activar la ocupación. Las tierras destinadas a los pueblos indígenas esconden riquezas incalculables; la permanencia de esas personas en esos lugares es un obstáculo y un impedimento para la necesidad industrial del país. Lo dicen los generales del Estado Mayor en una reunión con los grandes empresarios; es el plan de desarrollo del presidente para la región amazónica. El audio de la reunión está disponible en línea para cualquier persona que quiera verificar.
Cuando los árboles ya no existan, el cielo caerá sobre la tierra y será el final.
Lo que Bolsonaro dice a la Asamblea General de la ONU se deriva de la virulenta putrefacción del pensamiento, de la forma de ser y actuar de nuestra oligarquía, nacida del triunfo neofascista dictado por las leyes de un mercado libre que viene de otras tierras e impuesto al mundo como el único camino posible. Dice lo que repetía desde la campaña electoral: los indios quieren y tienen que trabajar como nosotros, integrarse en nuestra forma de vida, deben y quieren abandonar sus reservas y sus territorios, protegidos como animales en el zoológico, deben y quieren mudarse a las ciudades y poder usar las bellezas del progreso; él dice que las potencias extranjeras financian a las ONG para desestabilizar la soberanía nacional: dice que el país estaba al borde del socialismo y que afortunadamente ahora estamos recuperando nuestras tradiciones religiosas. Un desastre, un horror arrojado desde el púlpito del plenario de la ONU, como si fuera un borracho pelirrojo en la playa de Papeete, Bolsonaro es una aberración política porque es el hijo y el padre del populismo más siniestro. Es una aberración ética porque cada palabra está impregnada de violencia. Es una aberración cognitiva porque promueve el odio contra la ciencia, el arte y la cultura.
Bolsonaro es un pervertido. Como lo es el gobernador del estado de Río de Janeiro, Wilson Witzel. Fueron cinco muertos por día en el pavimento de la ciudad más bella del mundo. Cinco personas asesinadas por la policía y tropas especiales. Basta con que levanten la más mínima sospecha, «uno apunta a la cabeza y adiós». Algunos llevaban un paraguas; parecía una ametralladora. Fuego. Otros estaban en el techo arreglando la canaleta, que parecía una bazuca en sus manos. Fuego. Otros incluso regresaban de su culto religioso con una Biblia en la mano, parecía una pistola. Fuego. La pequeña niña fue exterminada, destrozada internamente para hacer imposible la donación de órganos. La policía disparó contra su automóvil, dicen que quería derribar a un motociclista que huía, un traficante.
Desde principios de año, la policía de Wilson Witzel ha matado a 881 personas. Incluyendo a la niña golpeada cuando estaba en el auto con su madre a su lado y su muñeca favorita en sus brazos. Los llaman balas perdidas, errantes. Pero buscan un camino, una dirección segura y el objetivo siempre lo encuentra en forma de carne humana, personas cuya única culpa es estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Como la niña asesinada por la policía al mando de un gobernador perverso como el presidente de la república. Tenía ocho años de edad. Ágatha es su nombre, Ágatha Félix. Feliz, Ágatha Feliz. A pesar de Bolsonaro y sus generales, a pesar del fuego que devora hectáreas de bosque todos los días, a pesar de que Wilson Witzel te mató, hoy el mundo continuará. Porque sonriente y feliz, vestida como una Mujer Maravilla, trepando sobre un árbol amazónico para sostener con su mano la inmensa concha azul del cielo, ahora estás tú, Ágatha.
Traducción del italiano por Melina Miketta