Este artículo fue escrito originalmente en Zeroville, el espacio virtual de Óscar Pita-Grandi en la plataforma de La Mula, creado para comentar sobre cine.
Lo republicamos en Cinencuentro por su interés y con el permiso expreso del autor.
1.
Hace varios meses que trato de escribir unas líneas sobre el primer largometraje de Antolín Prieto, Los helechos (2019) —reestrenada en estos días posfestival— , y cada vez que tomaba notas me preguntaba si haría falta ir tan atrás para empezar a hablar de una película que está tan adelante pero no va sola en el cine peruano último. Los primeros apuntes pertenecen a una fecha bastante anterior a Zeroville, el sitio, abierto con el #23FCL. Las escribía pensando en que el cinéfilo Antolín, a la vuelta de pocos años, se ha convertido en un logrado cineasta con proyección. Hasta antes de su primer largometraje, su talento artístico y profesional lo señalaba como uno de los editores y asistentes de dirección más requeridos del medio. Y desde este 2019, su primera película se ha ganado una parcela en la peliaguda y elusiva línea de flotación al lado de Días de Santiago, Octubre, Chicama, La teta asustada, Paraíso, La última tarde, El mudo, El limpiador, Retablo, Canción sin nombre, El viaje de Javier Heraud y otras pocas más. Un cine de autor, hecho por directores en activo, jóvenes para la industria, con futuro promisorio no sólo en este mundo de más hueso que carne sino además en el mundo del cada vez más extinto celuloide y de la cada vez más vigente tecnología digital. Habemus Cine.
2.
Para rastrear el trabajo de Antolín Prieto voy atrás pero no tanto en el tiempo, a la aventura que significó filmar y proyectar los primeros cortometrajes. Después de un primer borrador de poquísimos minutos —me parece que aquel divertimento se titulaba La bolsa —, esperamos algunos años para obtener las primeras señales reconocibles. Provenientes de las entrañas de aquel ‘work in progress’ y de los miles de kilómetros de cinta a 24 cuadros por segundo, vieron la luz un par de cortometrajes que yo destaco: El Torito (2005) —un ex boxeador al que la vida convirtió en taxista justiciero, pasajes filmados con el espíritu desenfadado de la Nouvelle vague desde los encuadres hasta la narrativa del cortometraje, una historia con guiños al mejor Cortázar—, el segundo trabajo es Reunión (2008) —el breve encuentro de dos adultos que fueron amigos inseparables durante la primaria, significa el contacto de la sierra con el mar y con la indiferencia que nace y muere en la costa, con nosotros, los costeños—, ambos cortometrajes están disponibles en la Internet, y en ambos Antolín Prieto, con el alfabeto adquirido en los cineclubes pero empleando frases propias nos dice que su camino de cineasta va pegadito a la onda expansiva que forman las relaciones interpersonales cuando colicionan entre sí, o contra los muros que las acompañan, o contra el aire que las contiene, desde las más íntimas hasta las más pedestres, en el lente y en la máquina de hacer pájaros de Antolín, toda relación es un ‘work in progress’, preferiblemente escenificada evitando que parezca una escenificación, y llevado a cabo en escenarios reales.
3.
Aunque en los casos más logrados no nos lo parezca, las películas no se hacen solas sino por personas. Y todavía en otros casos particulares, como es el de Los helechos, producto evolucionado del protocine de cortometrajes en el evolutivo cine de Antolín Prieto, el estilo y el planteamiento narrativo incluso hacen que la película no nos parezca una película convencional cuando, efectivamente, no se trata de una película convencional, es cine directo, teledirigido, guiado a la manera en que los señaleros de un portaaviones ayudan a los jet a aterrizar. En este sentido toma contacto con una de las películas clave del moderno cine realista, Husbands (1970), de John Cassavetes —«una comedia acerca de la vida, la amistad, la muerte y la libertad». Cassavetes prefería hacer películas que no lo fueran o al menos se preocupaba en esforzarse en que no lo parecieran. La ambigüedad, la contradicción e incluso el equívoco de Cassavetes son atributos trasladados a sus personajes, a sus historias. Pero Los helechos no es solo aquello que sucede cuando una comedia se convierte en drama, ni tampoco es solamente lo que ocurre con el drama cuando libera tensiones mediante la válvula del humor y, dicho esto, además sería reduccionista verla como una rom-com independiente del tipo «me enamoré y ahora qué hago». Los helechos, ante todo aunque no únicamente, es una improvisación divertida e inteligente de todo esto que les acabo de mencionar. Una puesta en escena arriesgada y novedosa de cine moderno llevado con naturalidad, picardía e ingenio estético.
4.
Habituados a la broma fácil, al chiste vulgar, al doble sentido de aspiraciones pornográficas y racistas, que provocan menos gracia cada vez, al bullying, dentro de lo que le agradecemos a Los helechos destaca el haberle dado una vuelta de tuerca a los fatales tópicos de nuestro humor. Nada forzado, por el contrario, este ajuste lo consigue con el empuje de grandes actuaciones adiestradas según el manual «cómo ser yo mismo y no morir en el intento», ceñidas a un guión orientativo, una línea con sus curvas de muchos puntos pero siempre contenidos entre los dos puntos mayores que son la Partida y la Llegada. En el trayecto, la dirección de unos actores que saben bastante bien ser dirigidos por ellos mismos, pues provienen de esa escuela llamada «impro», una escuela que en la música lleva el nombre de «jamming», donde cada minuto es único e irrepetible y por eso mismo valioso en el conjunto. Los helechos y su director son más una propuesta emparentada con un piloto de pruebas operando el nuevo artefacto volador que con la tripulación de un Boeing empanzado de certidumbres y trayecto registrado. «Enredos de parejas», advierte el subtítulo. Tres parejas que son también 6 formas distintas de vivir el romance, el amor, la aventura, las dudas y la resignación. El universo donde estos mundos de gravedad propia confluyen y colisionan es una hostal en el vitivinícola valle de Aspitia, lejos del neón capitalino y próximos al campo, una granja en onda con lo auto sostenible y la cultura vegana. Una pareja hippie es la que lleva el lugar y recibe a estos 4 animales urbanos —Toshiro y Helena, esposos con dos hijas en el colegio; Iris y Felipe, enamorados pero con perspectivas distintas respecto de formalizar— de escapada de fin de semana bajo la premisa falaz de recargar energías a través del contacto con la naturaleza. La ausencia de Internet, señal telefónica o electricidad pronto hace con los citadinos lo que la vida al aire libre con los peces. El campo desnuda, es la verdad. A quienes respiramos ruido y estrés el silencio nos asfixia, con frecuencia nos hace hablar incluso de las cosas que evitamos hablar y, lo peor, según parece, no sólo con quien menos debería escucharlas sino además en los momentos menos oportunos. Toda pareja es el lugar donde los secretos estorban. Toda pareja mantiene sus propios secretos, comunes o individuales. Toda pareja, en determinado momento, los comparte, delata. Pasa en Los helechos, pasa en la vida real, las grandes cuotas de improvisación ayudan a vencer las adversidades en países como el nuestro.
5.
Hace ya un tiempo atrás que vengo refiriéndome a la cada vez más requerida y reconocida estirpe de talentosos actores sorprendidos de sus propios talentos para la actuación, personas sin formación actoral, tan actores como cualquier persona que vemos por la calle más cotidiana, por aquí se les conoce como «actores no profesionales». Digo esto porque en Los helechos este tipo de actores conforma el reparto. Y dan lugar a un planteamiento estético y escénico ceñido al «Cinéma vérité» o «Cine de realidad» —Jean Rouch & Edgar Morin y su Crónica de un verano (1961) son aquí fundamentales—, es este planteamiento el que ha convertido al primer largometraje de Antolín Prieto en la primera película peruana en alcanzar la desolada cima de la montaña: en adelante y desde Los helechos la montaña ya es discernible en el horizonte bajo la denominación «Cine impro» o «Cine de improvisación» —algo totalmente distinto es llevar un show de improvisación al formato cinematográfico, no nos confundamos.
6.
Y ya que estamos, a lo largo del film existe una libertad orientada a producir la impresión de que no se trata de una película; al menos no de una convencional. Precisamente es esta propiedad lo que le otorga a Los helechos cierta órbita privada, particular. Sin embargo todo planeta requiere de un sistema, de una fuerza mayor, para no enfriarse en solitario y perecer estéril. En el caso de Los helechos aquella fuerza le proviene del cine documental, de los problemas reales, sociales, tanto de manera objetiva —como lo son las convenciones culturales— así como de manera subjetiva —la pérdida de libertad personal es el ejemplo más claro—. Además, como este tipo de estética no está condicionado por los elementos narrativos clásicos —por el contrario, aquí se altera la temporalidad mediante paralelismos— hay más libertad en la expresividad del cineasta, apunta a un naturalismo extremo. Godard en los 60s con los chicos de la Nouvelle vague, y Lars von Trier en los 90s con Dogma 95, –movimiento cultural liquidado por la era digital–, son dos destacados influidos influencers del estilo naturista. Cuando en Francia la Nouvelle vague, en Inglaterra el Free Cinema y en USA el Direct Cinema, con su característica técnica de filmación no invasiva, reforzada por el empleo de alguna cámara manual, rodando en locaciones reales, aunque ahora —como sucede con tino en Los helechos— la posproducción referida al montaje y a la edición es de una importancia relevante. Lo curioso —cada uno obtendrá su propia respuesta— es que Antolín Prieto, con el arte y talento puesto en Los helechos (2019), le responde a la referida Crónica de un verano (1961) la pregunta que condujo a que Jean Rouch & Edgar Morin rodaran una película documental fundacional para el cine naturista: «¿Es posible o no actuar sinceramente frente a una cámara?». Pero Los helechos no sólo es una bien actuada comedia inteligente y divertida, oscura por momentos, sus distintos puntos de vista —estéticos, de género, culturales— confrontan a los estereotipos de nuestra sociedad en materia de convivencia, vuelven palpable el silencio que nos mantiene comunicados. Un ejercicio de estilo que replantea las posibilidades antropológicas del cine, Los helechos guarda una preocupación especial por volver transparente la realidad, sus lecturas audiovisuales atraviesan lo artístico, lo social, lo histórico, lo religioso, lo íntimo, y atinadamente lo consigue desistiendo del lujo inútil que tanto se reprocha en la actualidad.