Por Sergio Ciancaglini. Fotos: Nacho Yuchark/lavaca
Enviados especiales a la Amazonia, en cobertura de lavaca financiada por lectorxs.
A 32° de temperatura matinal, iniciamos el viaje hacia el norte, al estado de Amazonas, el más extenso de Brasil.
Vamos a Boca do Acre, donde vive el pueblo Apuriná, en una de las zonas más castigadas por las queimadas, los incendios.
Viajamos gracias a Ivy y Rose, integrantes del CIMi, Conselho Indigenista Missionario, aliado de la Cooperativa Lavaca en esta pretensión de ir a los lugares a ver cómo son las cosas.
Cuando estemos con los Apuriná no habrá señal telefónica ni electricidad, flujos a los que un exceso idiomático asocia a la palabra «civilización».
También se supone civilización la quema de selvas. El ataque y desprecio a indígenas, a campesinos, a quienes quedan fuera de los mapas geográficos y sociales, al clima global, a la biodiversidad, a la salud de los pueblos y del planeta.
En el viaje cruzamos camiones que pueden cargar apenas dos o tres troncos de árboles que fueron gigantescos, con diámetros de dos o tres metros. Maderas que serán lucidas en el primer mundo.
Vemos también infinidad de bueyes blancos en campos donde debería haber selva. La carne de buey es la más reclamada y cotizada en los mercados europeos, muy por encima de la carne vacuna convencional, ni hablar de la de feed lot.
Ahí late una de las claves del Amazonas reciclado en modo infierno: tierras para ganado gourmet. Otras claves: minería, petróleo, represas, soja transgénica.
Seguimos hacia el norte: ya hay 36 grados.
Teniendo en cuenta algunos efectos de la civilización, es un enigma saber qué tienen para decir sobre estos tiempos, en medio del infierno, las personas y pueblos a los que se atribuye vivir en la barbarie.