En la mañana del viernes los grupos de whatsapp de los familiares de niños con discapacidad comenzaron a llenarse de preguntas. “¿Cobraste?”, “¿Les ingresaron la pensión?”, “¿A ustedes tampoco?”, “¿Cómo vamos a hacer?”… En medio del naufragio, el gobierno argentino volvió a dejar abandonados a su suerte a los más débiles.
La devaluación derivada de la fuga de capitales, escribe el final de un ciclo nefasto para la economía argentina. Las promesas de campaña de Mauricio Macri se convirtieron en mentiras, que los hechos demostraron que nunca pensaban cumplir. Bajaron la inflación, triplicándola; redujeron el déficit, duplicándolo; acabaron con la pobreza, multiplicándola, llevándola a niveles inauditos y que para fin de año serán devastadores. Si para mediados del 2019 el 51 % de los menores de la Argentina pasaba hambre, con la debacle de las últimas semanas, esas cifras serán bochornosas para un país que produce alimentos para diez veces su población.
El mejor equipo de demolición de los últimos 50 años destruyó el salario, convirtiéndolo en menos de la mitad del valor que tenía en el 2015. El porcentaje de desempleados se encuentra camuflado detrás de un tercio de los trabajadores inscriptos como monotributistas, eufemísticamente llamados por el gobierno como “emprendedores”. Sin ninguna posibilidad de defenderse de la inflación y del elevadísimo coste de la vida, montado en aumentos de tarifas de servicios públicos que llegaron al 2500 % en menos de cuatro años.
El presidente Mauricio Macri se ha convertido en un fantasma político, que solo intenta quitarse toda responsabilidad en lo sucedido y señala a propios y extraños, sobre todo extraños, como culpables de todos los males. Su renuncia lejos de solucionar algo, degeneraría en un torbellino de falta de institucionalidad. Pero parece inevitable, por la falta de capacidad de todos los principales funcionarios del gabinete.
El empresariado se siente estafado por el gobierno. Apostaron y entregaron mucho dinero a la Alianza Cambiemos para que los libere del peronismo, de los impuestos, de las leyes y de los sindicatos. La brutalidad con la que se ha comportado el gobierno los ha dejado expuestos. Apenas un grupo selecto de amigotes se ha llenado los bolsillos a expensas del Estado, el resto no solo está quebrado económicamente, sino que ven sus ensoñaciones liberales desmoronarse frente a un nuevo grito de auxilio al populismo de las mayorías.
El jueves, una inmensa multitud se movilizó exigiendo que se declare la Emergencia Alimentaria. Una medida que permitiría que partidas presupuestarias de otros destinos, se dediquen al sostenimiento de las redes de contención social que aportan comida a los más carenciados. Millones de personas se alimentan en comedores, ollas populares, copas de leche, cooperativas o sobreviven de la caridad y la solidaridad organizada, último retén frente a la miseria planificada del gobierno macrista.
La oposición presentó el proyecto de la Emergencia Alimentaria en reiteradas oportunidades, pero el Ejecutivo se niega a que el Congreso sesione. Extorsionando a los diputados y senadores con que se reúnan para avalar el endeudamiento realizado sin el acuerdo legislativo y que dejó a la Argentina con deudas para un siglo. El Fondo Monetario Internacional entregó al país la mayor suma jamás dada a ningún gobierno, se calcula que es mucho más que lo otorgado en el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa. Sin embargo, el gobierno de Macri no utilizó el préstamo para obras públicas, sino para financiar el gasto corriente y permitir la fuga de divisas más grande de la historia, algo que está estrictamente prohibido por el estatuto del FMI. Así que no solo serán los funcionarios argentinos los que terminarán encarcelados.
El viernes, la Pastoral Social, a 48 horas del encuentro de Macri con la Conferencia Episcopal, solicitó de “forma urgente” la aplicación de la Emergencia Alimentaria y Nutricional, por el “severo aumento de la indigencia, la pobreza, la desocupación y el aumento indiscriminado del precio de los alimentos de la canasta básica”. En el comunicado eclesiástico se hace referencia a la imperiosa necesidad de una “Canasta Básica de Primera Infancia”, que debería incluir “medicamentos, vitaminas, leche líquida y en polvo fortificada, productos lácteos, carnes, pescados, frutas, verduras, huevos, legumbres, y pañales”.
La hipnosis de los medios de comunicación permitió que Macri ganara en 2015 y que aún hoy, tras la devastación económica, fuera votado por el 32 % del electorado en las elecciones primarias del 11 de agosto. Pero la mala performance ha hecho que buena parte de los comunicadores mainstream se dieran vuelta y comenzaran a despotricar, señalar actos de corrupción y “descubrieran” que Macri y sus secuaces, estaban destruyendo la Argentina.
Hernán Lacunza, el nuevo ministro de Finanzas, a quien hicieron colgar los esquíes y volar a Buenos Aires de urgencia, declaró la cesación de pagos del Estado argentino, paso previo al default, a la quiebra. La velocidad de vértigo con la que se estrelló el plan económico neoliberal-oligárquico, catapultó a Alberto Fernández como el candidato más votado el 11 de agosto, con más de 12 millones de apoyos (49%) y la exigencia popular de torcer el rumbo antes de que el colapso sea total.
Fernández cuenta con el apoyo de la expresidenta Cristina Fernández como candidata a vice, lo que le aportó un caudal de votos importante, pero también la certeza de la capacidad de mando y experticia para afrontar, quizás la situación económica más grave que padeció la Argentina. El acompañamiento popular, la capacidad de aglutinar grandes mayorías, la participación de vastos sectores sociales e ideológicos, permiten vislumbrar un sol de esperanza detrás del iceberg contra el que Macri se empecinó en chocar una y otra vez.