Por Sandra Russo
Uno de los spots del Frente de Todos que se vio esta semana resume en el plano de la vida real, la cotidiana, la que contiene a nuestros cuerpos, a lo sensorial y lo emotivo de la vida, lo que millones de personas sentimos no como un deseo solamente político, sino como un deseo vital. Nunca como ahora se hace necesario distinguir el deseo de la pulsión de muerte, porque remamos abriéndonos paso en el odio, que es la vela y el viento de esa última pulsión.
Muy lejos del odio, en la otra punta de la condición humana, está el deseo de vivir, la vitalidad, que es generosa, porque abreva en lo que se tiene, se disfruta y se comparte. Fitzgerald decía que el único sentimiento intransferible es la vitalidad. Y es cierto: uno se siente impotente ante quien la ha perdido, porque las palabras de aliento o las más racionales chocan contra el frontón que es el desaliento vital. Y el enemigo ha inventado este mundo como un artefacto de odio, y quiere instituir, aquí y en todas partes, ese invento como “lo normal”. Quiere que las grandes mayorías mundiales pierdan su vitalidad. Es la nueva gran herramienta que no paran de usar. La maquinaria constructora del sentido común se encarga, junto con la realidad económica y social, que lastiman, castigan y expulsan, a inocular el autodesprecio. Quien se autodesprecie no se rebelará nunca, no luchará, no opondrá resistencia. Así es esta nueva etapa de shock.
El spot se llama “Cosas que nos gustan a todos”. Y después simplemente enumera: el dulce de leche, el recuerdo del primer beso, un asado con amigos, un buen meme, un abrazo cuando más lo necesitás, llorar de risa, un mate calentito, gritar un gol, que te reconozcan el esfuerzo, un día de sol en vacaciones, un amanecer en la montaña, nuestra bandera, un país con futuro”. Cosas sencillas. Cosas que se perciben, se saborean, se recuerdan, se planifican, se comparten, se esperan. Cosas que nuestra memoria reciente nos indica que están cerca, que no son “ambiciones” ni “sueños” ni “ilusiones” ni “ficciones” sino ingredientes de una vida vivible.
Esta semana Alberto Fernández avanzó mucho en las primeras medidas que tomaría si ganara. Y preferir los jubilados a los bancos, la educación a los bancos, la salud a los bancos, es una muestra contundente de los muchos consensos que el Frente de Todos tiene por delante. Podrá haber chispazos y es previsible que los haya, eso es un frente. Discutir, negociar, opinar en contra y a favor, en fin, qué otra cosa podría pasar en un conglomerado tan vasto y heterogéneo que hasta hace un mes y medio se pensaba imposible. Y sin embargo la amalgama apareció. Y apareció porque estamos tocando fondo y porque nos corre de atrás la pulsión de muerte. No deberíamos olvidar nunca, aunque se gane, que nos morderán los tobillos.
Si nosotros, millones de nosotros, somos los que queremos vivir en un país en el que esas cosas sencillas, posibles, alegres, gustosas, mágicas, emocionantes y estimulantes nos sucedan, y le suceda a la mayor cantidad de gente posible. Nosotros queremos una vida tranquila, atravesada por las contingencias inevitables pero en el que comer dulce de leche, gritar un gol en familia, comer en la casa, tener un techo, tener trabajo, acceder a los medicamentos necesarios para cualquier integrante de la familia, todas esas sencillas cosas son las que deberían ocupar nuestros días, y no la incertidumbre, Bullrich, no la zozobra, no esa estaca clavada en el alma cuando no se sabe si el mes siguiente se podrá pagar una cuota o si se podrá alimentar a los hijos. La política en la que creemos existe para que todas esas cosas estén presente en la vida cotidiana del pueblo.
Porque en el hilado de esos sabores y paisajes, en la expectativa de conocer un lugar, en las ganas de reírse con los demás, en esas multitudes que conocemos en las que nunca hemos tenido miedo y sí alborozo; en el tejido de todas las cosas que nos gustan, o en el acceso a algunas de ellas, está la gracia de vivir. No podemos tolerar que se nos hable de la vida como un estado de sufrimiento. No es soportable. Y ya sabemos que lo que aleja al dulce de leche de la boca de los niños, y lo vuelve suntuario, hasta pretencioso cuando ya ni siquiera hay leche, es la decisión política de que las grandes mayorías sufran.
Tenemos que aferrarnos como garrapatas a las cosas que nos gustan. Porque tenemos derecho disfrutarlas. Y tenemos de defender a los dirigentes que tendrán la voluntad y el coraje de que nuestras vidas vuelvan a ser las que queremos vivir, y no el purgatorio de mampostería rajada que hoy nos ofrecen.