En el escenario, Tamya Morán causa sorpresa, al subir ataviada como kichwa y, en lugar de cantar música estrictamente andina, ofrece tonalidades fusionadas con el jazz.
Sobre una tarima, frente a la imponente Basílica de la Merced, en el centro histórico de Ibarra, ciudad del norte de Ecuador, Tamya Morán Cabascango ofreció, este 18 de agosto, un concierto de más de una hora al público, en el arranque del programa ‘Alegría en el Corazón de Ibarra’, una serie de presentaciones artísticas que se realizarán cada domingo en la urbe.
Tamya Sisa —nombre, escogido por su padre, que en kichwa significa ‘flor de lluvia’— interpretó sus canciones ataviada con su traje tradicional kichwa, que incluye anaco (falda), camisa bordada con motivos florales, faja y alpargatas. «Para presentarme en una cosa importante yo quiero que vean como soy, esto es lo que yo uso», dice, en entrevista con RT, al culminar su presentación.
La joven es cantautora, compositora y música, cantante profesional de jazz, género que fusiona con sus raíces andinas y otros estilos musicales.
Completar su formación y llegar donde está actualmente no fue un camino fácil: tuvo que sortear racismo, discriminación y hasta acoso en la universidad. «Hubo un montón de cosas difíciles», comenta.
Su preparación en la música
A los 11 años, apoyada por su familia, comenzó a estudiar música en el Instituto Superior Luis Ulpiano, en la ciudad de Cotacachi, a aproximadamente 32 kilómetros de Ibarra y 102 de Quito, la capital ecuatoriana.
Ahí aprendió a tocar clarinete, piano, guitarra, acordeón y flauta traversa; aunque también toca charango (instrumento andino, parecido a la bandurria).
Estudió con bastante afán y esfuerzo. Su primera guitarra fue un requinto viejo al que le cambiaron las cuerdas, que le llevó su mamá tras adquirirlo por 20 dólares. Y su primer piano fue uno que dibujó en un cartón, al que le pegó teclas que hizo con caucho. Con este trabajaba en casa y luego en el instituto. 20 minutos antes de las clases, aprovechaba los pianos del lugar.
A los 21 años, obtuvo, en ese instituto, el título de tecnóloga en Docencia Musical.
«Di no a los prejuicios»
Morán tenía el afán de continuar estudiando, quería alcanzar la licenciatura, pero no contaba con los recursos. Aunque trabajaba dando clases en algunos institutos musicales de Ibarra, no era suficiente para inscribirse en la universidad.
En 2012, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Ecuador lanzó el concurso de canción de autor ‘Di no a los prejuicios’.
La joven kichwa, que había llegado al punto de no querer tener vinculación con la música y buscaba un empleo formal en otra área, se enteró de la competencia por un amigo, que la retó. «Me dice: ‘Si tu no ganas, te olvidas de la música'».
Aceptó el reto, pero —dice— lo que más la motivaba era el premio, que incluía, además de una placa de reconocimiento, 500 dólares. «Necesitaba 250 dólares para pagar del examen de admisión a la universidad, pasajes y el papeleo que seguía».
«Creé la canción, grabamos, la canción salió como en cinco minutos, sonó bonita y enviamos», cuenta. Luego, recibió la llamada de la ONU: había ganado el concurso, entre los más de 20 participantes.
«Esa fue la forma en que la vida me dijo que tenía que seguir con la música», reflexiona y señala que con el dinero que recibió hizo el proceso de admisión en la privada Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y, posteriormente, postuló a una beca bajo el programa de diversidad étnica, que le fue aprobada.
Además del premio, estuvo presente en varios eventos de la ONU Ecuador, a los que fue invitada, para interpretar la canción ganadora.
«Le gusta que el indígena sea sumiso»
Ingresar a la universidad no fue lo más complicado. Lo difícil vino una vez estando dentro, a partir de 2013.
«Cuando llegué a la universidad era la primera vez que sentía tanto racismo —que venía de estudiantes y docentes—, nunca había tenido un problema de nada, siempre me llevé bien con gente indígena, mestiza, afro», dice y comenta que lloró «un montón» hasta adaptarse.
Señala que se dio cuenta que el racismo, aparte de por su condición de mujer kichwa, estaba motivado por su intelecto. «A la gente, a veces, le gusta que el indígena sea bien sumiso y yo no soy así; entonces, fue una lucha bien fuerte», menciona.
La discriminación también fue notoria cuando decidió que la música en la que se quería especializar era jazz, cuyo género, junto al góspel y el blues, le había gustado por la historia que había detrás, relacionado con los esclavos africanos en EE.UU.
«¿Conoces algo sobre el jazz?, ¿en serio quieres cantar eso?, es música en inglés, los indígenas cantan bien agudo y esta es una voz gruesa», eran las preguntas y críticas que le hacían, a lo que ella respondía: «Me encantan las voces de los afros«. Entonces —dice— se sorprendían, porque pensaban que les diría que se inclinaría por el «sanjuanito», un género musical andino.
«A mí nunca en la vida me habían puesto tantas trabas psicológicas«, comenta la joven, que confiesa que durante su estancia en la universidad también sufrió «acoso sexual» y decidió no denunciar en el momento por miedo a perder la beca.
Fausto Reinaga y Dolores Cacuango
Morán cuenta que tuvo que acudir a un especialista. «Nosotros como andinos no vamos al psicólogo», bromea.
En medio del racismo y la discriminación en la universidad, Morán encontró un libro de Fausto Reinaga, un escritor e intelectual indígena boliviano. «Hablaba de todo lo que estaba pasando, la diferencia es que era 60 años atrás y me pasaba lo mismo, nada había cambiado, me dolía», explica la entrevistada, y añade que se preguntaba: «Pero esto le pasó a un hombre, ¿qué hago como mujer?».
Luego, encuentra la historia de Dolores Cacuango, una líder originaria y referente feminista, que nació en Cayambe, cerca de su natal Cotacahi. Esta mujer luchó, en el siglo XX, por los derechos indígenas y campesinos de Ecuador.
«Ella fue 83 veces a pie a Quito para hablar sobre los derechos nuestros y gracias a ella existen las escuelas rurales bilingües», pues fundó el primer plantel español-kichwa en el país, cuenta la artista y menciona que Cacuango también habló de muchas de las cosas que, ahora en el siglo XXI, ella seguía padeciendo.
Mayor preparación
Su perseverancia rindió frutos. Mientras estudiaba en la USFQ, Morán fue escogida para hacer dos intercambios estudiantiles en EE.UU. El primero, lo realizó en 2015 en New Mexico State University, donde estudió inglés.
Luego, en 2017, estuvo en Bard College, en Nueva York. «Ahí fue donde aprendí realmente cómo se cantaba el jazz«, enfatiza.
‘Transparencia’ y ‘Semillas de un sueño’
Mientras estudiaba, Morán trabajó en dos discos. El primero fue ‘Chuyanlla’, que en español significa ‘transparencia’.
Fue lanzado en 2015 en una plataforma digital. «Es un disco a todo lo que era y significa ser hijos de la tierra, llevar este color de piel, ir a visitar una cascada, respirar ese aire, como un homenaje a lo que es ser kichwa», precisa y define a ‘Chuyanlla’ como «un libro oral que está vivo».
El disco fusiona jazz con música psicodélica, aunque su base rítmica es andina. Fue producido junto a David West, un popular guitarrista de blues de origen ecuatoriano que ha desarrollado la mayor parte de su carrera en Canadá.
En octubre de 2018, lanzó su segundo disco, que lleva por nombre ‘Muskupay muyu’, que traducido al español es ‘semillas de un sueño’.
Con este álbum hizo un homenaje a la música nacional ecuatoriana. Incorporó, para ello, ritmos locales como el albazo, el yumbo y el danzante. «Son temas mucho más tradicionales, pero lo que se decidió hacer fue la parte del jazz en algunos acordes como composiciones y en las partes de la improvisación», precisa.
De las siete canciones que tiene el disco, cinco son de su autoría, incluyendo el tema ‘Mamá Dolores’, que hizo para homenajear a Cacuango. Los dos temas ajenos son ‘Vasija de barro’ y ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’; el primero es del antiguo dueto ecuatoriano Benítez-Valencia y, el segundo, es del argentino Fito Páez.
Hasta la electrónica
En el escenario, Morán causa sorpresa, al subir ataviada como kichwa y, en lugar de cantar música estrictamente andina, ofrece tonalidades fusionadas con el jazz.
Cuenta que hace unos meses se presentó en un centro de arte contemporáneo, al que invitó un amigo profesor. «Hice un solo mientras incorporo la guitarra y él me dice: ‘Lo que me impresionó es que venga de una mujer kichwa y vengas a tocarme como si estuviese escuchando a un negro (afrodescendiente) en EE.UU.'».
Incluso, se atrevió a la electrónica. Junto a los también artistas ecuatorianos Gabriel Montufar y Oscar Troya lanzaron, en junio pasado, el tema ‘Inti’.
Unidad, educación y resistencia
En cada espacio que se presenta, siempre lleva como mensaje lo que aprendió de Cacuango, las tres cosas claves para los kichwas: unidad, educación y resistencia.
«Después que me pasaron tantas cosas aprendí a ver que nosotros tenemos que ser unidos», dice. Además, asegura: «Cacuango estaba en lo cierto, que la educación iba a ser el paso para que nosotros, yo como mujer, pudiéramos cumplir todo lo que alguna vez deseamos».
En cuanto a la resistencia, señala que no se trata de pelear, sino de mantener la identidad.
Decidió, también, que desde la tarima brindará un mensaje antirracismo; busca «algo de la gente, no aceptación, sino un cambio en ellos, de ver a la música, a la sociedad, ver a una mujer kichwa».
Considera que actualmente es una artista que se forjó a base de la educación, la música e, incluso, el racismo. Además, dice que enseñó algo: «Que a la próxima mujer kichwa que vaya (a la universidad o a otras áreas) no la pueden tratar así».
«Siendo música, siendo cantante, siendo mujer, lo que yo quiero es que como a mí me abrieron puertas otras personas con sangre, muriéndose, yo lo quiero hacer con la música», enfatiza.
Edgar Romero G.