Carlos Umaña, Premio Nobel de la Paz 2017, alerta de una posible catástrofe para la humanidad y su tecnología
Un pulso electromagnético nuclear, producido por una detonación nuclear, es una amenaza real no solo para millones de personas, sino también para la tecnología que ampara a nuestra civilización.
En 2017, la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) ganó el Premio Nobel de la Paz como reconocimiento a la labor realizada durante una década para prohibir la bomba atómica.
ICAN es una alianza global cuyo objetivo es sensibilizar a las personas de todos los países para que presionen a sus gobiernos y firmen un tratado para prohibir las armas nucleares. La campaña se lanzó en 2007 y hoy en día sus actividades se desarrollan en más de 60 países.
Carlos Umaña, de Costa Rica, es miembro de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW), organismo integrado en la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN).
¿Qué es un pulso electromagnético nuclear?
Un pulso electromagnético (EMP por sus siglas en inglés) nuclear es un pulso breve e intenso de onda de radio que es producido por una detonación nuclear.
Su radio es mucho mayor a la destrucción causada por el calor y la onda expansiva del arma nuclear. Por ejemplo, el pulso de una explosión de unos 100 km de altura cubriría un área de 4 millones de km2. Una explosión a unos 350 km de altura podría, por ejemplo, cubrir la mayor parte de América del Norte, con un voltaje de una potencia que es un millón de veces mayor que la de un rayo de una tormenta. Es decir, si la detonación de una bomba nuclear se hace desde una altura suficiente, aun cuando no haya una destrucción física tan grande, podría afectar la vida de los habitantes de todo un país o de varios países.
¿Qué consecuencias podría tener la detonación de una bomba nuclear desde una altura suficiente?
Causaría una interrupción extensa de todos los equipos eléctricos. Todo lo que esté dentro del radio de la onda del EMP dejaría de funcionar y estaría, literalmente a oscuras.
La energía del EMP sería absorbida por gran cantidad de objetos metálicos, incluidos cables eléctricos, líneas telefónicas, ferrocarriles y antenas. Se transmitiría a ordenadores y equipos electrónicos. Esto afectaría directamente circuitos esenciales para telecomunicaciones, sistemas informáticos, redes de transporte, etc. Es decir, afectaría prácticamente todo lo que tenga que ver con tecnología.
¿Por qué hablar de consecuencias humanitarias, si hablamos de tecnología, no de personas?
Recientemente ha habido un ímpetu por el movimiento de desarme nuclear humanitario, donde se ha hablado de cómo las armas afectan a las personas. Se habla mucho sobre los efectos directos de la destrucción por el calor, la onda expansiva y la radiación, cuyos efectos duran varias generaciones y causan mucho sufrimiento incluso hoy en día.
En la actualidad, este tema ha cobrado muchísima relevancia porque la civilización depende de tecnología para muchísimas cosas, incluidos los sistemas de salud y se verían afectadas muchísimas personas tanto directa como indirectamente, mucho más allá de los daños catastróficos causados por los elementos físicos directos.
Ya se han detonado bombas nucleares antes, ¿por qué esto no ha ocurrido?
Sí ha ocurrido. Esto se sabe por los estragos que han causado tanto en Hiroshima como en Nagasaki (1945) y en los 2056 ensayos nucleares que se han hecho desde entonces.
La diferencia entre entonces y ahora es que nuestra dependencia en la tecnología es prácticamente absoluta. Si lo pensamos, casi todos los aspectos de nuestra vida, especialmente en el entorno urbano, están ligados a la tecnología, tanto por los aparatos eléctricos que se encargan de cada vez más detalles de nuestra cotidianeidad, como por la red de comunicación e información global de la que dependemos para funcionar como sociedad. Hablamos de cosas desde la telecomunicación básica, hasta los datos en la nube, la bolsa de valores, los mapas digitales para los vuelos internacionales, etc.
Quedarían inhabilitados todos los automóviles y aviones. No se podría llamar a la policía, a las ambulancias ni a los bomberos. No se podrían distribuir alimentos, especialmente en centros urbanos, ni agua. Imaginémonos ciudades enteras sin electricidad, sin luz, transporte y sin comida. Sería el fin de la civilización misma. La vida moderna, tal y como la conocemos, simplemente dejaría de existir.
¿Hasta qué punto las amenazas de que ello ocurra son reales?
Si bien el arsenal de Corea del Norte es mucho más pequeño que el de Estados Unidos, en momentos de tensión entre los dos países, la amenaza norcoreana era detonar una bomba en la atmósfera norteamericana para inhabilitar a una gran parte del país.
* Rafael Martínez-Cortiña, Miembro Directivo del Club Nuevo Mundo, es economista y pionero en España de la economía digital.