Por Federico Larsen
Finalmente, el desgarbado líder de los brexiteers logró su principal objetivo. Boris Johnson se convirtió en primer ministro de Gran Bretaña luego de una carrera política que, según muchos, apuntó a ese cargo desde su primer minuto, aun cuando el Brexit siquiera existía en la mente de los ingleses. Frente al 10 de Downing Street, residencia y sede de trabajo de todos los jefes de gobierno británicos, reafirmó el excéntrico plan que le permitió convertirse en estrella de la política de su país, y pasar del silencioso y casi avergonzado apoyo del conservador de a pie, a sólido candidato a reemplazar la renunciataria Theresa May. “Vamos a preparar al país para salir de la Unión Europea el próximo 31 de octubre”, aseguró Johnson. Y ya dio los primeros pasos para hacerlo.
Un aristocrático popular
Alexander Boris de Pfeffel Johnson es quizás uno de los personajes más incómodos de la política británica desde siempre. Hijo de la aristocracia inglesa, fue formado junto con su hermano Jo para sumarse a la exclusiva élite que discute de “alta política” en los salones del poder británicos. Secundaria en Eton –fundada por Enrique VII en 1440 y formadora de 19 primeros ministros, príncipes, diplomáticos, académicos y militares–, y universidad en Oxford. Haciendo palanca sobre sus contactos logró entrar a trabajar como periodista en el prestigioso Times, del cual fue despedido rápidamente por inventar una cita sobre un supuesto amante de Eduardo II.
Fueron nuevamente sus amistades influyentes las que le permitieron entrar como redactor del Daily Telegraph, diario donde trabajó durante 19 años y que le permitió convertirse en un personaje público. Debutó como corresponsal en Bruselas, desde donde aprendió a estimular el recelo de los británicos hacia la política europea, sin escatimar libres interpretaciones o falsedades abiertas. Como cuando alarmó a sus coterráneos anunciando la intolerable decisión de la Comunidad Europea de prohibir las papas fritas con sabor a langostino, o la embarazosa imposición de una talla única de preservativos para todos los ciudadanos europeos. Fue así como llegó a ser vicedirector del Telegraph, y en 1999 editor de The Spectator. Mientras, su papá, aclamado escritor y eurodiputado conservador desde 1979 hasta 1984, ex empleado del Banco Mundial y de la Comisión Europea, seguía defendiendo el sector fervientemente europeísta del conservadurismo británico.
En 2001, Boris logró su primer mandato como diputado por el distrito tradicionalmente conservador de Henley-on-Thames. Allí siguió cultivando un perfil burlesco, al límite entre la caricatura y la seriedad de su investidura. Como cuando tildó de “piccaninnies” –apelativo racista y ofensivo para referirse a los niños negros– a los africanos que se acercaban a la Reina Isabel durante su gira por la Mancomunidad de Naciones en África. O como cuando comparó a Hillary Clinton con una “enfermera sádica en un hospital mental”. Dichos racistas, misóginos y homofóbicos que, sin embargo, moderó con los hechos y posicionamientos públicos, como cuando votó en favor de la ley que permite la adopción por parte de parejas homosexuales, algo no tan descontado entre los Tories.
Su figura creció hasta que, en 2008, llegó a convertirse en alcalde de Londres, donde tuvo la posibilidad de mostrar sus dotes en la gestión pública. “Los gobiernos de Johnson en la ciudad tuvieron las notas cosméticas que tienen todos los gobiernos de derecha que quieren parecer progres”, explicó en diálogo con L`Ombelico del Mondo Fernando Sdrigotti, docente de literatura latinoamericana y español en la Universidad de Londres, donde vive desde 2002.
“Hubo mucho trabajo a nivel estético de la ciudad, o proyectos de vanidad que tuvieron un costo muy alto, y que quizás no se justificaba”. Aun hoy, el sistema de bicicletas públicas que se pueden alquilar en Londres son conocidas como “bicis de Boris”, y en las calles siguen circulando los 550 Routemaster comprados bajo su administración para recuperar los clásicos colectivos de dos pisos londinenses, jubilados bajo el mandato anterior. “Los Routemaster costaban 350 mil libras cada uno, el doble de lo que cuesta un colectivo normal”, explicó Sdrigotti. “Hubo proyectos para construir un puente, para el cual se gastaron 53 millones de libras de consulta y nunca se construyó. Todas cosas muy lindas pero a nivel de infraestructura en la ciudad al final se hizo muy poco y se recortó bastante. Como en el caso de la policía, se cerraron cuarteles de bomberos, se vendieron autonomías, se cerraron boleterías del metro. Fueron administraciones que tuvieron una repercusión bastante fuerte desde el punto de vista de la infraestructura de la ciudad, embellecidas con estos proyectos de vanidad, y todavía estamos pagando las consecuencias de eso”.
Luego de dos mandatos al frente de la alcaldía de Londres, Johnson bajó a la arena de la convulsionada política nacional al apoyar la campaña del leave en el referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE), que se celebró en mayo de 2016. Allí sacó nuevamente a relucir su capacidad por difundir verdades distorsionadas, aunque ya en cuestiones mucho más complejas que las papas fritas y los preservativos.
Johnson giró por media Inglaterra a bordo de un autobús enteramente ploteado con el número 350: según su equipo, esa era la cantidad de millones de libras (equivalentes a USD 435 millones) que Gran Bretaña gastaba diariamente en contribuciones a la UE, y que eran sustraídos de las arcas del alicaído Servicio Nacional de Salud (NHS), histórico orgullo del sistema británico. También fue famosa una de sus frases de campaña: “Votar a los Tories hará que a tu mujer le crezcan los pechos y aumentarán tus posibilidades de ser dueño de un BMW”.
A pesar de haber sido el alcalde de la ciudad con mayor respaldo a la permanencia de Gran Bretaña en la UE, Johnson logró a partir de ese momento una proyección nacional que le valió un gran capital político. “Londres es una burbuja, acá no es muy popular la idea de salir, pero si vas a otras localidades del país te vas a encontrar con una bronca acumulada, de ganas de dar un zapatazo contra el suelo porque algo tiene que cambiar”, sostuvo Sdrigotti, que, en un muy buen artículo publicado recientemente en la Revista Crisis, subraya el perfil popular y origen aristocrático de Johnson.
“Y casi todas las comunidades que han votado para salir de la UE han sufrido políticas de austeridad durante los últimos 40 años. Por lo cual, hay una cuestión social que se traslada de la necesidad de un cambio de políticas dentro del país a la necesidad de salir de la Unión. Por ejemplo, Gales: una parte del Reino Unido que votó claramente por salir de la UE, es una de las partes del Reino Unido que más dinero recibe de la Unión Europea. Pero también es una de las partes que más políticas de austeridad sufrió por parte del gobierno británico”, ejemplificó.
Con la victoria del Yes en el referéndum sobre el Brexit, la renuncia del entonces primer ministro David Cameron y la asunción de Theresa May, Johnson se convirtió en el canciller del Reino Unido. El primero en rendir homenaje a las víctimas de la guerra de Malvinas en suelo argentino, durante el G20 de 2018, entre otras cosas.
Su mandato como ministro de Exteriores fue más reconocido por sus papelones que por sus logros. Frente al encarcelamiento en Teherán de una ciudadana anglo-iraní, Nazanin Zaghari Ratcliffe, acusada de espionaje, Johnson aseguró públicamente que había viajado hasta la República Islámica “para enseñarle periodismo a esa gente”, frase que fue utilizada en contra de Zaghari Ratcliffe para condenarla a cinco años de prisión. Johnson pidió perdón, pero Zaghari Ratcliffe sigue en una cárcel iraní.
El derrotero del gobierno de May, y sus intentos fallidos de lograr la aprobación de un acuerdo negociado con la UE para hacer efectivo el Brexit, vieron a Johnson cambiarse de bando. Renunció a su cargo de ministro y se puso a la cabeza del sector que se opuso ferozmente al plan de May hasta que esta cayera. Esta es otra de las características de Johnson: su olfato por la oportunidad política parece ser más grande que su lealtad institucional e inclusive ideológica.
El nuevo gobierno de Johnson
Johnson logró convertirse en primer ministro gracias a un sistema institucional británico también duramente cuestionado. A la hora de votar, los británicos no eligen directamente a un candidato para ocupar el puesto de primer ministro, sino a un partido que luego internamente define quién será el líder que tomará las riendas del Ejecutivo. Al renunciar Theresa May, el Partido Conservador inició la votación interna para sustituirla de su cargo como secretaria del partido, rol que coincide con el de primer ministro. Es así como Boris Johnson se convirtió en jefe de gobierno, con el respaldo explícito de tan solo el 0,14% del electorado británico.
Las internas partidarias pueden terminar siendo entonces mucho más valiosas que una buena campaña electoral para alguien que quiera escalar hasta la cumbre del poder británico. El burdo Johnson bien lo sabe, y logró construirse en los últimos años una imagen lo suficientemente atractiva como para atraer a los votantes descontentos con el liderazgo entre los Tories.
Como el traje de conservador liberal y sensato ya lo había asumido David Cameron (primer ministro de 2010 a 2016), Johnson explotó la figura del líder carismático, el que le habla al impulso de los votantes y no a su consciencia, el pragmático “que dice lo que los demás no dicen”. Muchas veces este perfil ha estado inclusive por encima de las convicciones ideológicas. En un libro publicado en 2016, el escritor y periodista Tim Shipman asegura que, al comienzo de la campaña sobre el Brexit, Johnson tenía escritos dos editoriales para el Daily Telegraph: uno a favor de la salida del Reino Unido de la UE, y otro en contra. Según Shipman, el actual gurú del hard Brexit esperó hasta último momento para definirse a favor de los leavers, por un simple cálculo sobre las ventajas políticas que esto le acarrearía en el seno del partido.
El nuevo primer ministro se encuentra frente a la misma encrucijada que su antecesora, la de refrendar su posición en las urnas y obtener el mandato popular del cual, por ahora, carece.
Johnson, que ostenta entre sus antepasados a un general descuartizado por órdenes de Kemal Atatürk a principios de siglo XX, presentó, mientras tanto, un gabinete con dos características fundamentales: un claro perfil a favor del Brexit duro –matizado quizás por algunas individualidades como la de Gavin Williamson o Mark Spencer–; y una composición cosmopolita, con varios ministros de origen extranjero, como la nacionalista Priti Patel, nueva ministra del Interior e hija de una familia india sik, o el nuevo ministro de Finanzas británico, Sajid Javid, británico-paquistaní.
“Lo que está haciendo es poner gente que hizo campaña por salir de la UE”, explicó Sdrigotti. “Hasta ahora lo que vemos es que se trata de un gabinete pensado para salir de cualquier manera posible. Sí, es verdad que hay un mensaje complejo. La política británica es un poco más compleja que la estadounidense; hay más multiculturalismo, incluso adentro de la derecha”.
Los desafíos que deberá afrontar son muchos y muy importantes, y ya hay cierto escepticismo sobre sus posibilidades de éxito. Prometió cumplir en 100 días la salida de la UE a toda costa: “No ifs or buts”, sentenció. Muy poco se sabe del plan que tiene pensado para amortiguar el déficit de 30 mil millones de euros anuales que eso ocasionaría si no se llega a un acuerdo con Bruselas sobre política arancelaria común.
De procederse a un Brexit sin acuerdo, a partir del 1 de noviembre los intercambios comerciales entre Gran Bretaña y Europa se regirían en base a las disposiciones de la Organización Mundial del Comercio, introduciendo barreras y aranceles allí donde hoy no existen. Además del encarecimiento de las importaciones –Gran Bretaña importa la mitad de los alimentos que consume de la UE–, se generaría un caos aduanero que repercutiría en desabastecimiento de productos de primera necesidad.
En 2018, el gobierno británico publicó el “No Deal Guidance Notes”, un documento que medía las consecuencias de un Brexit sin acuerdo con la UE. El panorama sería muy grave: la caída del PBI podría llegar a 10,7% en solo 15 años. Las más afectadas serían las farmacéuticas y automotrices: una pérdida del 20% aproximado de cada una. La libra bajaría en un 25% y se duplicará el desempleo.
Johnson se mantiene, no obstante, firme en su posición de salirse el 31 de octubre, pero para eso va a necesitar obligatoriamente el visto bueno del Parlamento. Y por ahora dista mucho de tener los votos necesarios para evitar un pantano como el de su predecesora.
El camino hacia un Brexit ordenado –con o sin acuerdo– dependerá también de las decisiones que tomará Johnson en otros asuntos de política exterior. El primer gran tema será la liberación del barco británico Stena Impero, capturado por Irán en el marco del conflicto desatado por la decisión de Donald Trump de abandonar el pacto de 2015 sobre el enriquecimiento de uranio iraní. El gobierno May se mantuvo cercano a la posición de sus socios europeos, Alemania y Francia, que intentan a toda costa mantener en vida el acuerdo negociado por Obama. Pero Johnson, muy bien visto por Trump aunque no haya una verdadera cercanía político-diplomática, podría decidir recostar su acción exterior sobre las relaciones anglo-americanas, en vista de posibles conflictos con los gobiernos europeos a causa de un hard Brexit. Reino Unido y EEUU hoy están cerca de consolidar una relación especial, pero aún falta mucho para que salga a jugar en el orden internacional.
A esto se le suman los desafíos internos. Un Brexit duro implicaría por defecto el establecimiento de una frontera entre la República de Irlanda, que quedaría dentro de la UE, e Irlanda del Norte, parte del Reino Unido. Semejante situación significaría reavivar las cenizas de un conflicto centenario, que ya tuvo algunos graves episodios de violencia durante el último año.
El Brexit también reanimó las intenciones independentistas de los escoceses. El referéndum fallido de 2014 tuvo un resultado favorable para el Reino Unido por la incertidumbre que se abriría para los escoceses acerca de su futuro europeo si llegaban a separarse de Londres. Pero ahora que quienes quieren irse de la UE son los ingleses, Escocia se prepara a proponer nuevamente su independencia y permanencia en la UE. Un frente abierto hace meses, sobre el que Johnson aún no ha tomado medidas claras.
En suma, la elección de Johnson es más que nunca una apuesta para el Reino Unido. Porque, como toda apuesta, tiene muchas posibilidades de salir mal. Pero también cuenta con la certeza de contar con un timonero que aparenta ser decidido y tener un plan. Que deberá consolidarse lo antes posible si no quiere volver a terminar en la incertidumbre que gobierna a Gran Bretaña desde 2016.