¿Es nuestro cerebro el que crea la realidad?
Con este título iniciamos una serie de artículos resultado de las tertulias realizadas en el espacio ÀGORA – Humanista. Barcelona.
Es posible que dada nuestra circunstancia de seres que habitamos en un condicionamiento social, y que éste cala fuerte en nuestros dogmas, caminamos por la senda de creer que el mundo es aquello que observamos fuera de nosotros, de condiciones dadas e inamovibles, aceptadas por creencias antiguas y asumidas como certezas. Pero ya hemos podido comprobar por numerosos descubrimientos y teorizaciones de diferentes disciplinas, que eso no parece ser así. Nuestro debate para esta tertulia transcurre alrededor de proponer ejemplos personales donde podamos apercibir que es nuestra conciencia la que crea nuestra realidad.
A lo largo del ameno e inspirador intercambio, que iniciamos descartando el término “cerebro” para pasar a hablar de “conciencia”, recorremos diferentes experiencias personales. En unos casos, los participantes describen cómo el fenómeno atencional “pilla” a su conciencia en un entramado de pensamientos que no le favorecen para seguir moviéndose con resolución; hablamos de aquello que es percepción frente a lo que es representación; otros arriesgan a introducir el concepto de espacios virtuales viendo si esa otra realidad puede ser igual de creíble que la que no llamamos virtual.
Una vez expuestos los casos, se abren varios intereses, que pasan desde descubrir qué mecanismos prácticos son los que nos permiten crear una realidad que nos sea más favorable, menos sufriente y cómo implementarlos teniendo en cuenta que nuestra biografía ha creado un surco, una huella, una memoria de cómo actuar y cuán difícil resulta para la conciencia crear nuevos surcos o recorridos que propongan nuevas direcciones en el pensar.
En la tertulia se introducen algunos ejemplos o teorías que abordan el tema, desde recientes interpretaciones psicológicas que a modo de “recetas de autoayuda” tratan de modo más o menos interesante el fenómeno, hasta teorías históricas que tanto en el campo científico, como en el místico ya nos hablan de la no existencia de una realidad objetiva fuera de nosotros mismos.
En el campo de la física, algunos de los más grandes teóricos de la mecánica cuántica, N. Bohr, W. Heisenberg, E. Schroedinger y M. Born, afirman que “Desde la óptica de la mecánica cuántica, la conciencia constituye activamente las leyes físicas que, por consiguiente, se consideran el resultado de un vínculo inseparable, de una interacción entre conciencia y mundo” (Principio antrópico).
Y en la misma línea de afirmación, pero desde experiencias muy diferentes, encontramos el descubrimiento de algunas escuelas místicas que revelan la misma teoría. Así, por ejemplo, el Buda, en sus discursos da explicación del fenómeno: “Hace 2.500 años, en una clase magistral de Psicología Descriptiva, el Buda desarrolló uno de los problemas más importantes referidos a la percepción, a la conciencia observadora de la percepción, basándose en un método de registros … Así pues, la ubicación del objeto mental en el espacio de representación se modifica dependiendo de mis operaciones mentales, mientras que la ubicación de los objetos en el espacio externo, se modifica también pero no dependiendo de mis operaciones mentales … Por mucho que piense yo en que esa columna se desplaza, en cuanto a representación tal cosa es posible, pero perceptualmente tiene su permanencia”. (El acertijo de la percepción).
Llegado a este punto, podemos dar por cierta la hipótesis de que es nuestra conciencia quien crea nuestra realidad y lo ilustramos con ejemplos de situaciones personales:
Un participante explica su experiencia de cómo sus pensamientos en tono negativo le conducen por un camino más cercano a seguir sufriendo que a poder avanzar con resolución. Es una situación que manifiestan varios de los participantes. El hecho de darse cuenta de ello, ya es un paso primordial para poder intervenir en esos pensamientos negativos que le crean una realidad poco positiva, cercana a enredarse cada vez más y a hacer de su pensamiento un enjambre de ruidos. Me doy cuenta, dice, pero ¿Cómo lo paro? ¿Qué mecanismos puedo utilizar para parar esa retahíla de pensamientos negativos? La experiencia del mismo participante describe que ante tal situación, lo importante que rescata es primero el darse cuenta de que es su propia conciencia quien le lleva por esa senda, es decir, el fenómeno atencional es primordial para empezar a actuar. Descubrir que el pensamiento viene de un “clima” que a uno le persigue constantemente y caer en cuenta de cuál es ese clima (quizá una situación de abandono desde pequeño, quizá una situación de inferioridad, quizá un sentimiento de soledad…) es parte del trabajo para desvelar dicho pensamiento o enjambre de pensamientos.
Las vías de solución que proponen, por haberlas experimentado los diferentes tertulianos, concuerdan, ante todo, que fácil no es. Que desde luego a los climas no se los enfrenta de cara, sino por rodeo, y que cambiar una imagen negativa por otra que no lo sea, no es como prender un interruptor, necesita un tiempo de aprendizaje, de práctica y experiencia. Los tertulianos explican algunos de los mecanismos que han practicado con éxito, por ejemplo, recurrir a un relax mental para disminuir, difuminar y apartar esa imagen negativa y transformarla en otra positiva; utilizar el mecanismo del agradecimiento, es decir, recurrir a un supuesto “almacén” donde en el pasado uno haya acumulado y grabado situaciones positivas en su vida donde agradeció y ahora al recurrir a ellas, le modifican la imagen negativa en una positiva, cambiando así la interpretación de la realidad. Una de las participantes, incluso reconoce, que en vez de recurrir a ese “almacén” de agradecimiento, empezó a recordar aquellas situaciones por las que tenía que agradecer y sumando una tras otra, se vio inmersa en una suerte de alegría, de ola de bienestar que le permitió modificar sin problema aquellos pensamientos negativos.
Pero eso sí, dice uno de los participantes, ante un clima, el trabajo de conversión de imágenes en trabajos de transferencias es básico, como trabajo de fondo a lo que estamos tratando.
Otro de los participantes, explica cómo el modo de estructurar la realidad se debe al modo de estructuración de su forma mental, la forma de su paisaje de formación. Por ejemplo, cómo estructura la realidad entorno a la queja, como ver el vaso medio vacío en vez de medio lleno. Reconoce también que, si se propone agradecer por cada momento de su vida, inmediatamente estructura la realidad de otro modo. Explicando una experiencia dice: ayer tuve que realizar una tarea que me causaba desagrado como es ir a la playa por un compromiso con una amistad. Estaba cansada después de todo un día de trabajo, tenía sed y estaba irritada, solo pensaba en irme a mi casa. Dada la retahíla de pensamientos negativos, que me metía en un bucle de queja y desagrado de la realidad, me propuse agradecer por diferentes motivos: por vivir en una ciudad que me permitía valorar cosas agradables como por ejemplo ir a la playa; por tener las tardes libres para poder ir; por poder tomar el sol y relajarme a la orilla del mar, etc. De repente la realidad era otra. Ahora estaba disfrutando de una tarde de playa después de un agotador día de trabajo, comenta la tertuliana.
Otro participante dice que puede explicar lo mismo en relación a la muerte de gente cercana, que puede construir una realidad basada en la tristeza por la pérdida o en el agradecimiento y la Paz ante la partida de esa persona.
Por otro lado, ironizando se repasan los últimos avances en inteligencia artificial y espacios virtuales con el interés de relacionar si para la conciencia es más real lo tangible y material que lo virtual, donde las experiencias cada vez son mayores y cómo ese mundo virtual viene a suplantar al objetual produciendo al parecer la misma experiencia para la conciencia.
Una vez hemos expresado las situaciones personales que nos han acercado al tema, tratamos de explicar el funcionamiento de la conciencia en cuanto a su relación con los objetos externos:
la conciencia no se relaciona directamente con los objetos externos, sino que lo hace a través de los sentidos externos, y a través de los sentidos internos recibe información del cuerpo. Los datos recibidos por los sentidos son transformados en «representaciones», que se dan en un «espacio de representación». Nuestra conciencia se relaciona directamente con los elementos que encuentra en ese espacio de representación. Para la elaboración de estas representaciones, además de la información que se recibe por vía de los sentidos, se utiliza información almacenada en la memoria. Gracias a esta última podemos avanzar en el mundo; cuando no tenemos nada en la memoria y sólo recibimos datos de los sentidos, es cuando somos bebés recién nacidos. Por lo tanto, es evidente que la acumulación de información en la memoria me permite interactuar mejor con el medio. No obstante, esta memoria hace que me resulte más fácil repetir comportamientos antiguos, aunque éstos no sean los más adecuados (o los que me harían más feliz). Por tanto, hay que estar atento a cómo representamos las cosas, ya que no siempre es la mejor representación posible.
En conclusión, si estamos atentos tenemos más posibilidades de ser conscientes de nuestras representaciones, las cuales a su vez pueden perder capacidad de fascinación. Todo esto redundaría en una mayor libertad de acción humana.