Suena raro que Brasil haya elegido un gobierno extremista de derecha, moralista y retrógrado, el opuesto de un país cuya imagen internacional es de alegría, libertad de costumbres, convivencia interracial y creatividad cultural.
La contradicción, previsible desde las elecciones de octubre de 2018, tomó cuerpo con la extinción del Ministerio de Cultura, uno de los primeros actos del presidente Jair Bolsonaro luego de su toma de posesión el 1 de enero.
Apareció de forma más cruda en marzo, cuando el presidente difundió por Twitter un video en que dos hombres practicaban la “lluvia dorada” (práctica sexual de orinar sobre la otra persona), señalando que lo hizo para “exponer la verdad” sobre lo que ocurre en los desfiles de carnaval.
Fue una de las crudas maneras en las que evidencia su rechazo a la gran fiesta nacional, un símbolo global además de la entidad de la población de este país de 210 millones de personas.
En el mundo artístico y de espectáculos es casi unánime la oposición a Bolsonaro, quien en contrapartida fomenta la hostilidad de sus seguidores contra el sector cultural, que acusa de estar contaminado por el izquierdismo y el “marxismo cultural”, tal como las universidades.
Sus adeptos “parecen vivir en un universo paralelo” informándose entre ellos por redes sociales, últimamente usando más a videos en YouTube, según Alessandra Aldé, profesora de comunicación en la Universidad del Estado de Rio de Janeiro.
“Mantienen en el gobierno la misma estrategia de la campaña electoral, hacen mucha agitación, aunque son minoritarios. Producen una sensación que contradice la pérdida de popularidad sufrida por el gobierno, para indicar que sus bases están intactas”, dijo a IPS la especialista, basada en datos de un grupo académico en participa y que investiga el uso político de medios digitales.
“La sociedad brasileña es más conservadora de lo que creíamos”, señaló para explicar el triunfo electoral del Bolsonaro, un capitán retirado del Ejército cuyas ideas no parecen compatibles con el estereotipo cultural de los brasileños.
El momento de rebelión contra el izquierdista Partido de los Trabajadores, que gobernó el paísl de 2003 a 2016, y contra la política en general encarada como corrupta “hizo emerger el reaccionarismo antes oculto”, sostuvo.
Algunos datos desnudan ese conservadurismo mezclado con racismo, homofobia y el machismo, señaló la investigadora, reflejados en los numerosos feminicidios y asesinatos de homosexuales que ocurren en el país.
Fátima Pacheco Jordão, socióloga especialista en sondeos de opinión pública, coincide que Bolsonaro no conquistó la presidencia por sus ideas, su liderazgo o organización partidista, sino por el fuerte sentimiento anti PT que “alimentó un conservadurismo radical”.
Los grandes escándalos de corrupción y la crisis económica, un coctel iniciado en 2014 y atribuido a los gobiernos del PT, debilitaron el principal adversario electoral, el petista Fernando Haddad, desbrozando el camino al triunfo de Bolsonaro.
Pero el excapitán tiene características que lo consagraron como el candidato antiPT y contra el sistema político corrompido, al defender valores del pasado, como la familia tradicional, la tradicional primacía patriarcal y la disciplina militar.
Sus seguidores lo llaman “Mito”, desde cuando aún era poco conocido y un diputado sin brillo y de opiniones condenables, como la defensa de la tortura y de la dictadura militar de 1964 a 1985, recordó Jordão.
La construcción de mitos, héroes a quienes confiar el destino, forma parte de la cultura brasileña y a Bolsonaro lo favoreció también el hecho de haber sido víctima de un atentado con una cuchillada que le perforó el intestino, durante la campaña electoral.
Tres semanas en cirugías y tratamiento en el hospital impidieron su participación en los debates electorales. Pudo así evitar debates públicos que lo hubiesen obligado a exponer sus planes de gobierno.
Su elección como mito la amplificaron las redes sociales, donde la difamación de adversarios fue un arma recurrente. Haddad, por ejemplo, fue acusado de promover la distribución del “kit gay”, un supuesto material escolar que estimularía la homosexualidad, cuando fue ministro de Educación (2005-2012).
Bolsonaro recuerda a Macunaíma, personaje que el escritor Mario Andrade creó “con precisión literaria y sociológica” para representar al brasileño promedio, tras viajar por el interior de Brasil en los años 20 del siglo pasado, evaluó Jordão a IPS.
Se trata de un “héroe sin ningún carácter”, perezoso, egoísta, inmaduro y vengativo, en la obra que es un hito del modernismo brasileño.
El presidente discrepa de la cultura brasileña, incluso la rechaza, en sus aspectos modernos, de conquistas recientes, como el ambientalismo y la creación artística y contemporánea.
Pero logró conquistar y movilizar millones de seguidores por atavismo, rescatando y proponiendo como objetivo la vuelta a valores y costumbres del pasado, muchos ya superados por la realidad.
“Representa algo retrógrado, un retroceso sobre todo en la cultura brasileña”, resumió Jordão.
La familia tradicional, heterosexual y encabezada por un hombre, es central en la “utopía” de Bolsonaro y sus fieles.
Familias sin padre o abuelo son “fábricas de personas desajustadas que tienden a incorporarse a las narcobandas”, afirmó el durante la campaña electoral el vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão.
En Brasil, sin embargo, 40,5 por ciento de las familias ya tenían como jefa solitaria a una mujer en 2015, según estudio de Eustaquio Diniz Alves, basado en datos estadísticos oficiales. En números absolutos eran 28,9 millones de familias, el doble de la cifra de 2001.
Las que más crecieron son familias con padre y madre, pero bajo jefatura femenina. Alcanzaron 9,9 millones, siete veces más que en 2001, golpeando viejas pretensiones machistas.
El culto de la familia única y tradicional se vincula a también al viejo dogma de que solo hay dos sexos y que género es una concepción ideológica que busca destruir la familia.
Bolsonaro criticó como “un error” que el Supremo Tribunal Federal haya decidido el 13 de junio equiparar la homofobia al racismo, con penas de hasta tres años de cárcel para sus delitos. Eso perjudicará a los homosexuales porque empresas dejarán de emplearlos, según su argumento desmentido por varios empresarios.
El presidente afirmó también que los extranjeros serán bienvenidos para hacer turismo heterosexual en Brasil, pero no el homosexual. Sus declaraciones homofóbicas agravan el riesgo para los homosexuales, víctimas de cerca de un asesinato homofóbico en este país sudamericano.
Además, ignoran la realidad de un país que ya aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo y atrae millones de personas a las Paradas del Orgullo Gay en muchas ciudades. En São Paulo tienen lugar desde 1997.
Bolsonaro enfrenta otras resistencias a su obsesión de borrar de la historia avances en áreas como ambiente, educación, seguridad pública, diplomacia, igualdad de género y derechos humanos. Un Brasil “similar al de 40, 50 años atrás” es su meta anunciada en vísperas de las elecciones.
Su decreto del 7 de mayo que facilita la posesión y porte de armas de fuego a millones de personas fue rechazado por el Senado el martes 18 de junio y depende de una próxima votación en la Cámara de Diputados.
Es inconstitucional, según la mayoría de los senadores, porque un decreto no puede alterar una ley. En ese caso busca retroceder a la situación anterior al Estatudo del Desarme, una ley vigentes desde 2003, para restringir y controlar las armas en manos de civiles.