“Haría lo mismo pero más rápido” fue la frase de Macri que quedó ahí flameando, como una amenaza. A la bandera nacional no la honra, pero tiene esta otra, sucia y deshilachada. La de la amenaza más vieja del mundo. Macri miente tanto que pocas veces como cuando dijo eso los argentinos entendimos que estaba diciendo la verdad. Pero el sentido de esa amenaza quedó atado al ajuste, como si lo que Macri tuviera en mente fuera sólo seguir ordeñando la ubre vacía que somos después de su gestión.
Esa frase está deshilachada por el tiempo porque no es ocurrente, ni moderno, ni novedoso lo que Macri tiene en mente hacer más rápido. Es lo más viejo del mundo. La dominación. Este modelo ya tensó todo lo posible el ánimo y las reservas de paciencia de millones. Entonces cuando la escuchamos, cuando sabemos que es eso lo que quiere, ir más rápido, sería más preciso que pensemos que esa rapidez indefectiblemente estaría empapada en sangre. Macri amenaza, en rigor, con ponerse mucho más violento.
Sangre como la que salió de la frente de Silvia Maldonado esta semana. Como la de esa adolescente que abrió la puerta de su casa de un barrio de Santiago del Estero y le pidió al policía, con su bebé en brazos, la orden de allanamiento antes de abrirle el paso, y lo que recibió fue un balazo en la frente. Vimos el video. Eran salvajes uniformados atacando un barrio pobre donde alguien se había robado una amoladora y un taladro. El balazo ante el pedido de la orden de allanamiento nos habla de una ruptura total del contrato social. Por eso es necesario uno nuevo.
El propósito de “ir más rápido” seguro que incluye seguir hambreando al pueblo argentino, pero ese saqueo ya pondrá en acción a ese tipo de fuerzas de seguridad que son de inseguridad, e implica no ya la “mano dura”, sino el mismísimo gatillo apuntado a la nalga o la frente de cualquiera. La idea de “ir más rápido” de Macri se entiende mejor ahora que se sabe quién lo acompañará. Miguel Pichetto, desde el anuncio, dio varias muestras gratis del carácter de esa rapidez. Habló de la expectativa de más “emprendedores” -una palabra cínica como pocas en un país destartalado, en el que ese gobierno integrado por el mejor equipo, durante siete horas mantuvo a todo el país y a parte de los países vecinos en la oscuridad total y cuyos funcionarios se presentaron luego a decir “no sabemos qué pasó”.
Y dijo Pichetto: “Más emprendedores y menos cartoneros”. Después hubo traductores en los medios que le suavizaron el deseo y la intención. Quiso decir, explicaron, que quiere que más gente trabaje y menos gente deba vivir de la basura. Pero el candidato vicioso de oficialismos no sólo lo dijo, lo pronunció. Y lo pronunció con asco, con molestia, como quien huele mierda, como quien dice “más gente de bien y menos delincuentes” o “más gente que trabaje y menos vagos” o “más gente como uno y menos negros” o cualquiera de las variantes del discurso aberrante y antihumanista del macrismo. ¿Qué otra cosa puede querer decir?
La fórmula macrista explicita lo que el actual presidente quiere hacer: sacar su lado alfa, promover los alfas en las fuerzas de seguridad y en toda la sociedad, salir del closet y por fin parecerse a ese Mito-Hulk con el que Bolsonaro se presentó en Brasil. El ajuste que le exige el Fondo no puede hacerse pacíficamente. Eso mismo le explicaba Margaret Thatcher en la década del 70 a Friedrich Hayek, el mentor del neoliberalismo, cuando le escribió desde el Chile pinochetista y le dijo que había que hacer exactamente lo que estaba viendo allí. “Usted sabrá que hay cosas que no se pueden hacer en una democracia”, le contestó la ajustadora británica. Ella hizo lo que pudo. No tanto como Pinochet, claro.
Ahora estamos en una nueva fase de esa corriente económica y política. El capitalismo choca contra sus propios límites y la riqueza está concentrada como nunca. Los grandes medios ya no hacen periodismo sino acción psicológica. Las audiencias globales están desorientadas, indignándose por lo que no pasó. Nadie sabe exactamente quiénes manejan el poder en países opacos como los nuestros, con gobiernos que tienen mandantes en el extranjero. Esta neocolonización fraguada en el norte pero acompasada con fenómenos de época (como los neonazismos explícitos, como las violaciones en manada, como los linchamientos, como los asesinatos diarios de líderes sociales o ambientales, como la venta de esclavos en Libia, como los africanos abandonados a su propio ahogo en el Mediterráneo, y la lista es muy larga). ¿Nos damos cuenta de que el mundo retrocedió a una especie de falsa edad media en la que los nobles y sus cortes beben sus elixires y mordisquean frutas exóticas mientras el noventa por ciento de la población ha sido o será condenada a la absoluta falta de derechos y bienes y recursos? Y para eso, la dominación siempre ha requerido de la cultura de la dominación.
Antes de las elecciones de 2015 muchos decíamos que lo que teníamos enfrente era una opción entre un modelo de trabajo y un modelo de desempleo. Suena frío, escuchado a la distancia. El modelo de Macri incluye inocular en nuestro fuero íntimo el síndrome del vencido y hacernos sentir inútiles y porquerías. Incluye inmiscuirse en nuestra idea de nosotros mismos y lograr convencernos de que es esto lo que nos ha tocado ser. Por eso detestan a los gremios docentes.
La bandera de Macri es vieja y está deshilachada. A lo largo de la historia humana, los tiranos, los emperadores, los señores feudales, los colonizadores y todos los que dominaron a otros no siempre lo hicieron sólo por la fuerza. Es la cultura la que se ocupa de domesticar al hambriento o de quebrar al perseguido. Pero si no lo hace, la dominación es implacable y mata. Sin culpa, sin explicaciones, sin disimulo. Por eso es imperioso mandar lo accesorio a su lugar, y tener colectivamente el eje fijo en lo imprescindible: ganar.