por Javier Tolcachier
Los datos estadísticos son más que elocuentes. Cualquier estudio sobre la actualidad argentina revela índices de una economía en recesión crónica, pérdida del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, precios y servicios impagables, destrucción de la pequeña y mediana empresa, aumento del desempleo y el trabajo precario, retroceso en materia de soberanía científica y tecnológica.
La deuda contraída por el macrismo, fugada del país sin beneficio alguno para la población, es una severa hipoteca que limita enormemente cualquier posibilidad de desarrollo futuro. Desarrollo y bienestar que conforman la tremenda deuda social de un gobierno que llegó mintiendo, gobernó mintiendo y termina mintiendo. Un gobierno mentiroso, como se predijo en su momento.
En Argentina abundan hoy la pobreza y la indigencia y este deterioro social y económico tiene aristas sumamente dolorosas como las que comprometen a sus niños y jóvenes.
Lo primero es el puchero
En su último informe de Mayo, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA destaca que en un año la pobreza infantil creció en un 11.2% según las estimaciones de la Encuesta de la Deuda Social Argentina. Al mismo tiempo, “el riesgo alimentario en la infancia se incrementó en el último período interanual, 2017-2018, en un 35%.”
“La proporción de niños/as en hogares que no logran cubrir las necesidades alimentarias de todos sus miembros por problemas económicos se estima que en 2018 alcanzó al 29,3%, y de modo directo a través de la experiencia del hambre al 13%. Ambas cifras son las más elevadas de la década.”, concluye.
Más allá de la importancia de contar con estos estudios, el pueblo argentino no necesita leerlos para conocer su situación, le basta con su día a día. No hay laburo, ni plata que alcance para pagar la comida, los medicamentos, el abrigo, la vivienda y los servicios esenciales. Esa es la conclusión popular. Esa es la realidad.
El “granero del mundo” no es capaz de ofrecer sustento suficiente y saludable a sus habitantes y no es culpa de la tierra. En Argentina gobierna el latifundio, el de adentro y el de afuera, quienes junto a los mercaderes de la banca internacional son los actores principales del vaciamiento especulativo de la economía real, la que le importa al pueblo.
Vialidad nacional
Tender puentes, construir vías de entendimiento, ocupar la calle del medio, cerrar grietas, prohibir colectoras, trazar rutas de gobernabilidad. Pareciera que la política argentina se ha vuelto un problema vial. Al menos, en la ingeniería de los pasillos de la superestructura institucional – conocida en el argot local como “rosca”-, pero que también se pergeña en las bóvedas antidemocráticas del poder financiero, mediático, judicial y geopolítico. Resulta entonces crucial estudiar el trazado para no caer nuevamente en la misma trampa letal del fraude mediático que condujo a la actual asfixia.
La dos veces presidenta Cristina Fernández, al proponerse en binomio con su homónimo Alberto y fogonear el espíritu de unidad -tan caro al peronismo cuando se trata de competir hacia afuera- atrajo al espacio a los que venían ocupando un carril a su derecha. Entre ellos, varios gobernadores e intendentes con peso electoral propio. De este modo, el Frente de Todes logró reagrupar primariamente a un peronismo que aparecía disgregado, alineando en su seno a la mayor parte de sus vertientes y principales exponentes. A la vez, la imagen de un frente multitudinario y diverso actuó a modo de imán, situándose en el tablero electoral como fuerza decisiva.
Con esta movida, se pulverizaron las expectativas de los que querían hacer de la “calle del medio” una ancha avenida, convirtiéndola en un estrecho pasaje. El escaso atractivo de un candidato casi octogenario como Lavagna sitúa al pasadizo como una zona poco iluminada, que en otras circunstancias habría sido potencialmente atractiva para los desencantados con los de ahora pero aún resentidos con los de antes.
El gobierno, golpeado en su estrategia de llegar a la elección con una oposición fracturada y contar con una porción significativa de la “calle del medio” para una eventual y ahora más improbable segunda vuelta, tuvo que irse a la “banquina”, reclutando para ello a un copiloto reaccionario, con vasta experiencia cortesana pero sin arrastre popular. Acaso pensando en dirimir el pleito por vía de la persecución y proscripción judicial, quizás apuntando al apoyo que pudiera obtener de alguna facción del peronismo en segundo turno. O quién sabe, garantizándose nuevos y opacos financiamientos de campaña desde el Norte.
En el otro margen, el trotskismo transitará sin sus habituales divisiones internas el desafío electoral, intentando ser algo más que una distante bicisenda. Si bien coherente como alternativa antisistémica pero marcado por la permanente huella de la diferenciación junto al recuerdo de su omisión en la elección anterior, el Frente de Izquierda difícilmente atraiga masivamente votos indispuestos por el guiño a la derecha del espacio kirchnerista.
La defensa de los derechos que supimos conseguir (y los que faltan!)
Pero no solamente a derecha hay un amplio carril. El campo de les que quieren recuperar y defender derechos adquiridos y luchan por que sean reconocidos los derechos que faltan es muy nutrido. Este sector es multifacético y excede largamente los marcos partidarios, aunque incluya a varias formaciones con menor caudal electoral pero de importante vocación militante como los comunistas, la izquierda nacional y popular, la corriente bolivariana o el humanismo, entre otres.
Junto al masivo apoyo que concitan las agrupaciones de Derechos Humanos, también las feministas constituyen un contrapeso fundamental a la derechización pretendida por las corrientes retrógradas. Del mismo modo, un gran número de movimientos y colectivos sociales articulados en la base en sentido progresista militan en este espacio. Por su parte, desde una óptica diferente pero central en la conquista histórica de derechos, las corrientes sindicales tienen un peso indiscutible a la hora de lograr conformar un cuerpo social lo suficientemente masivo como para cambiar el rumbo político.
Con el apoyo de gran parte de estos sectores, el Frente de Todes cobran un carácter representativo y apto para el triunfo electoral.
Sin embargo, la puja interna posterior a la elección por la prevalencia de tendencias en su interior es inevitable. No se trata tan sólo de candidaturas y puestos políticos, aunque también lo sea. Es la tensión inherente a la unidad en la diversidad, tan declamada y tan difícil de practicar. Es ni más ni menos que el costo que acarrea la necesidad de poder construir una relación de fuerzas suficiente para que la insensibilidad del poder financiero no aniquile a los argentinos.
Para que este compromiso no termine en pragmatismo vacío y traición a los mejores ideales, una decidida participación de las fuerzas progresistas en el Frente de Todes es fundamental.
Lejos de agotarse en términos de empuje electoral, la clave está en ayudar a recuperar una participación y una mística social decisiva que sostenga bien alto la reivindicación de un mundo más compasivo. Posicionamiento y acción conjunta indispensables para fortalecer una imagen de futuro más allá de lo hoy posible.