por Carmen Grau
Aquel 11 de marzo, ¿dónde y qué estabas haciendo?
Han pasado ocho años y los que entonces eran niños de seis, siete y ochos años son ahora estudiantes de instituto que se expresan a través del teatro. Interpretan y lo hacen para contar y recordar sus ciudades. También para asimilar la experiencia que ha cambiado la fisonomía de toda una región.
Naturaleza muerta es la obra teatral protagonizada por seis chichas y seis chicos del instituto público Futaba Futuro de Fukushima. Tienen quince, dieciséis y diecisiete años y representan papeles que podrían ser los propios. Actúan y narran cómo los niños vivieron aquel día, mostrando la madeja de sentimientos que los envuelve hasta el fin de la adolescencia. El amor, la juventud y el suicidio se entremezclan con la mirada pura de los jóvenes, antaño niños, afectados por el triple desastre. Son la generación más joven y la última, por tanto, que guardará el recuerdo. Contarlo es importante para ellos.
El color marrón del mar. Un uniforme abandonado a toda prisa en una escuela clausurada por la radiación. Un osito de peluche con el corazón roto y un teléfono que no deja de sonar buscando a los abuelos. Postes de luz tambaleándose en una cuesta mientras los niños se repliegan juntos, recordando las directrices de los mayores de no quedarse solos. Jugar inocentemente en un aula con agua y arena derramadas por el temblor y limpiarlo antes de ponerse a salvo. Dormir con toda la familia en el coche porque ya no cabe nadie más en el gimnasio. Recuerdos de un terremoto, de un tsunami, de la radiación y también del miedo por la descontaminación.
Ayumi Ota vivió hasta los ocho años en Tomioka, ciudad que fue evacuada tras el desastre. La joven actriz de 16 años se unió al club de teatro del instituto por su hermano mayor. Ambos forman parte del elenco. De mirada curiosa y despierta, Ayumi brilla en su papel de compañera de clase simpática que anima al resto, a pesar de que anhela un lugar adonde ya no puede volver. Le ha gustado tanto esta experiencia que se plantea seguir en un grupo teatral: “Cuando actúo me acuerdo de lo que vivimos, pero no ha sido tan duro [interpretar] para mí, porque quiero expresarme. Estamos todos relacionados, Fukushima o Tokio, no somos tan diferentes”.
Minoru Tomonaga tiene 17 años y es de la ciudad de Iwaki. Le gusta cantar y quiere formarse en una escuela profesional. Confiesa que el motivo principal de formar parte en la obra es la chica que le gusta. A Minoru le resultó más difícil embarcarse en la interpretación: “Pensé mucho, era como chocarse contra una pared porque cada uno ha tenido una experiencia y era difícil sentir todos esos sentimientos. Pero quiero que en estos tiempos de fake news nos escuchen”.
La obra se presentó en Fukushima en septiembre de 2018 y los jóvenes actores quisieron llevarla a Tokio. La escritora Miri Yu, el alma de esta obra, cuenta que cuando acabó la función y bajó el telón, los estudiantes no podían moverse de los escritorios: “Se habían aferrado a la interpretación, así que tenían que hacerlo. La audiencia de Tokio no conoce directamente la experiencia del terremoto, tsunami y accidente nuclear. Cómo se percibiría era motivo de inquietud, pero siempre hay algo que se transmite”.
El arte y la creación, vehículo al consuelo
Miri Yu, también dramaturga, atesora varios premios literarios del país, como el prestigioso Akutagawa (1996). Tras varios días de marzo con funciones ininterrumpidas y asientos agotados en Tokio, Yu explica a Equal Times la importancia del arte y la creación como vehículo al consuelo: “La obra es un bodegón que atrapa la tristeza de los niños dañados por el desastre. Si uno lleva dentro de sí pena y dolor, poco a poco y al igual que el agua que se acumula, acaba por desbordarse. O la pena rompe el dique y te arrastra con ella. Para evitarlo, quise construir un canal donde verter esa tristeza. La obra es el recipiente que la recoge. ¿No es la tristeza lo que más tenemos en común las personas? Todos vivimos llevando ciertas penas. Sea quien sea, también en Tokio. Este teatro nace para ser un faro de luz, un consuelo a los jóvenes”.
Kanako Saito es profesora de inglés en el Instituto Futaba Futuro. Además, es la encargada del club de teatro. Esta profesora, que acompaña a sus alumnos y es parte del elenco, explica por qué el teatro ayuda a los estudiantes: “En aquel momento eran niños pequeños y no podían expresarse. Sus padres les protegieron ante lo que estaba pasando, de la radiación o la decisión de mudarse. No les dejaban ver la televisión, tenían que jugar dentro y no fuera de casa. No pudieron hablar de sus sentimientos”.
“Ahora, ocho años después ellos ya tienen el vocabulario para expresarse. Mientras construyen el drama se centran en lo que sintieron y eso les ayuda a sanar. También ayuda a las familias, les ven actuar y entonces entienden lo que sus hijos sintieron. Es bueno para seguir adelante”, añade.
El instituto Futaba Futuro guarda el nombre de la ciudad en la que estuvo hasta que la radiación la hizo inhabitable. Futaba es una de las localidades más próxima a la central nuclear Dai-ichi. En 2015 el centro abrió sus puertas reubicado en Hirono, otra localidad cercana y fuera de la zona de riesgo. Su lema es crear líderes globales que contribuyan a resolver nuevos desafíos.
Tras el desastre, 470.000 personas –el equivalente a casi toda la población de ciudades como Lisboa o Edimburgo– fueron evacuadas. De acuerdo a la Agencia de Reconstrucción, el organismo creado para ejecutar un operativo sin precedentes, en febrero de 2019 el número de personas evacuadas se situaba en 51.778. Lugares como Namie, Tomioka, Futaba y Okuma, entre otros, fueron total o parcialmente evacuados. Sus nombres resuenan en la obra, cuando los jóvenes recuerdan.
“Fue una experiencia muy impactante para todos. Los actores, niños entonces, apenas han asimilado lo vivido. El litoral de Fukushima no está completamente reconstruido y los jóvenes, incluidas sus familias, todavía lidian con muchas dificultades. Comenzaron una vida de evacuados, yendo de aquí para allá e incluso todavía hoy, algunos de estos jóvenes actores viven en lugares provisionales”, afirma Yu.
En 2017 el Gobierno levantó las órdenes de evacuación –por zonas, niveles de radiación y avances en la descontaminación–, sin embargo, lugares como Futaba continúan siendo zonas denominadas de ‘difícil retorno’, o donde está prohibido vivir. Las tareas de descontaminación también han incluido zonas de cultivos y la Agencia de Reconstrucción afirma que a 2019 el 89% de estas áreas ya se ha recuperado. En siete años, 64 municipios han completado tareas de reconstrucción. En total una superficie de 371 km² de Fukushima se vio afectada por el triple desastre, un área mayor que la superficie de un país como Malta.
La escritora vive actualmente en Minamisoma por una promesa y una radio. Tras el desastre y en situación de emergencia, empezó a trabajar como voluntaria en una pequeña emisora temporal del ayuntamiento de la ciudad que transmitía información a los habitantes y las fuerzas armadas. Viajaba una vez por semana, desde otra parte de Japón, a conducir su programa. Lo que supuestamente era para un año se fue alargando y para cumplir con su promesa, acabó mudándose.
De los 13.000 habitantes que tenía su barrio, ahora solo viven ahí 3.000 y más de la mitad son mayores de 65 años. Allí, a 16 kilómetros de la central nuclear, ha abierto una librería y un teatro.
Para Yu, la cultura es un elemento de reconstrucción: “En un lugar donde los habitantes han perdido todo, en las reuniones vecinales organizadas por el Gobierno, nadie alza la voz demandando cultura. Se pide lo mínimo para vivir, infraestructuras básicas, hospitales o supermercados. Pero, aunque se completen las necesidades básicas, ¿se puede llamar ciudad? ¿Se puede llamar reconstrucción? Para mí no es así. La cultura te hace sentir rico, es un evento relajante, de pleno derecho y se disfruta. Puede ser un libro o un papel secundario en un teatro”.
Los desastres también amenazan la cultura. Sin embargo, la cultura es un motor esencial para la identidad y expresión de las comunidades.
En 2015 las Naciones Unidas adoptaron el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030, donde la cultura es considerada clave para reducir la vulnerabilidad a los desastres, la recuperación y consolidar la paz.
Finalizada la función, el público nipón marcha en solemne silencio. Un joven tokiota comenta que era importante escucharles. A la salida, adquieren el libro con la obra. La dedicatoria a pincel de la escritora y dramaturga resalta como una declaración de intenciones de Fukushima: “Alzar la voz desde el centro del silencio”.
Publicado originalmente en Equal Times