Autor: Dr. Denys Toscano Amores*
(Oriundo de Quito, ciudadano del mundo)
Viajar es una de las actividades más gratificantes que una persona puede hacer en su vida. Conocer nuevos horizontes, nuevas latitudes, nuevos olores, nuevas visiones, palpar lo tangible, aprender de nuevas culturas, otros acentos, descubrir otras formas de pensamiento y aprehender la energía que fluye con otros vientos; todo esto ofrece la oportunidad de sentirse libre y feliz, encontrarse a sí mismo reflejado en lo nuevo. Y escribir como lo hago ahora sobre lo vivido, completa mi regocijo.
Son hasta ahora 141 países que he visitado, he cruzado todos los océanos y caminado en todos los continentes habitados. Solo me falta la Antártida, nunca digo nunca.
El último viaje que acabo de hacer ha rebasado con creces todas mis expectativas. He pisado China, el gigante asiático, el país más poblado y de mayor crecimiento económico del mundo. Conocerlo a plenitud demandaría varios meses de arduo trajín, lo que es muy difícil llevarlo a la práctica, no solo por la cantidad de dinero que demandaría tal empresa, sino por la falta de tiempo que un asalariado de trabajo fijo como yo dispone. Así que organicé este periplo en algo más de dos semanas de vacaciones para explorar por lo más emblemático de la naturaleza y cultura de este maravilloso país.
Mi vuelo de arribo me llevó a la capital política, Beijing. A diferencia de los prejuicios que hay en el hemisferio occidental, sorprende desde el primer instante, la calidad y modernidad de las instalaciones e infraestructura; primero el aeropuerto, enorme e impecable, la gente amable desde mi llegada hasta mi partida, pese a que la mayoría no habla idioma extranjero, se dan modos para ayudar. La aerolínea utilizada para este periplo, me ofreció de cortesía el servicio de un taxi, que me transportó por una hora de intenso tráfico, pese a las amplias y bien señalizadas autopistas que conectan la terminal aérea con la ciudad.
Había reservado un pequeño pero muy cómodo hotel en el centro de la ciudad, muy cerca de la Plaza Tiananmén y la Ciudad Prohibida, así como los barrios tradicionales que aún guardan un sorbo de pasado en medio del crecimiento urbanístico moderno.
Se dice que solo caminando se conoce, y es muy cierto, si se pone atención y los sentidos están prendidos, se mira, huele, palpa, degusta, escucha, se siente todo el mundo que nos circunda. La primavera brinda un sol que abriga lo suficiente y deja el azul del cielo abierto que sirve de marco de los cerezos en flor, sauces y jardines llenos de flores que forman parte de los jardines de la Ciudad Prohibida. Desde Tiananmén, considerada la plaza urbana más grande del mundo, se accede por la monumental entrada que se abre a las ocho de la mañana; me apresuro a entrar para ganar a los miles de turistas que se agolpan el mismo día que resulta ser feriado chino. Consideremos que todo feriado, en cualquier parte del mundo, incrementa por cientos el número de visitantes a sitios turísticos; en China, con su población que se cuenta por miles de millones, el flujo se exponencia asimismo por miles.
Ya dentro, el escenario es magnífico. Enormes patios interiores están rodeados de espacios que fueran ocupados por personal de servicio y administrativo, caballerizas, etc. Se trata de la estructura de maderas antiguas más grande del mundo, declarada así por la UNESCO en 1987, cuya extensión es de 72 hectáreas; construida entre 1406 al 1420, sirvió como palacio de gobierno de las Dinastías Ming hasta la Qing por más de quinientos años. Ahora el Palacio es Museo. La Puerta de la Divina Armonía es el preámbulo imponente desde el cual se admira el palacio, que se eleva hasta treinta metros de altura y es precedido por tres muros de mármol blanco. El palacio tiene tres edificios centrales: El Palacio de la Armonía Suprema, el de la Armonía Central y el de la Preservación de la Armonía. Dentro de ellos hay mucho más de un millón objetos de cerámica, porcelana, bronce, oro, piedras preciosas, pinturas, etc.
Admirar la inmensidad de esta edificación requiere comprender la monumentalidad de todas las construcciones chinas, antiguas y también modernas. Soy de quienes piensan que si un país quiere ser grande, debe pensar en grande y hacer todo en grande.
De todas maneras, no todo es monumental en Beijing, pues a un lado de estas estructuras, el barrio antiguo nos enseña una Beijing tradicional de casas pequeñas de color gris, con puertas rojas y pequeños jardines. Aquí casi no hay turistas, sino la gente llana local que realiza sus actividades cotidianas con una calma que sorprende. Sus miradas son relajadas aunque algo nostálgicas, caminan o con su bicicleta acuden con mercancías de todo tipo hacia la zona comercial adyacente, que rompe la calma anterior por el bullicio y el rápido caminar de miles de personas, que disfrutan de los restaurantes o tiendas locales.
Pero Beijing me ofrece mucho más. El Palacio de Verano es otra maravilla arquitectónica circundada por una laguna artificial y caminos peatonales usados por miles de personas que disfrutan los bosques y jardines del complejo. Otra obra que me causó admiración es el nuevo Palacio de Artes, una súper moderna bóveda circular de cientos de metros de diámetro, adornada por un espectacular escenario de jardines perfectamente mantenidos.
Uno de los puntos de mayor interés para mí fue caminar por la Gran Muralla y sentir la brisa desde la cima de las montañas por las cuales veinte y un mil doscientos kilómetros de corredores y torres fueron construidos desde ya el siglo séptimo antes de nuestra era, continuados por el primer emperador chino, Qin Shi Huang, aunque su expansión a las dimensiones actuales es obra sobre todo de la Dinastía Ming.
Es el inicio de la primavera y el marrón de la roca y tierra de las laderas prevalece por el verde de las hojas nacientes y el rosa y blanco de los cerezos y duraznos que están en flor. La brisa aún es fría, tiene rezagos del frío invernal que se resiste a alejarse de tanta belleza de rededor. Dicha brisa y el sol tempranero de la mañana son propicios para caminar 15 kilómetros que van desde la base de la montaña, y continúan por las piedras de la muralla que presenta planos como subidas y pendientes, muchas veces gradas, que hacen muy demandante el caminar, al menos el tramo escogido, que se supone es el más difícil pero espectacular de todos. La verdad que el trajín es fuerte, pero poco lo sentía, me extasiaba con mis sentidos pletóricos de testificar semejante maravilla, tanto de la naturaleza, como de la majestuosa obra de ingeniería que representa la muralla, construida con dos objetivos centrales: alejar a tribus nómadas y eventuales agresores, pero sobre todo consolidar los territorios del imperio chino. Sin duda es una de las maravillas del mundo, y una de las más grandes obras realizadas por el ser humano.
Claro que está que a mi retorno a la noche, pudo conmigo el cansancio de tan hermosa jornada. Buen pretexto para comer algo liviano en uno de los pequeños restaurantes cercanos y recogerme en el hotel para dormir temprano. El tren que me llevaría a mi siguiente etapa de viaje partía a las seis de la mañana, por lo que habría de apoyarme en el despertador del teléfono para no atrasarme.
Desde la estación Beijing Oeste, tomé el tren que me conectaría a la ciudad de Xi´an, en el centro oeste del país. En el trayecto de casi 5 horas en un cómodo y moderno tren de alta velocidad, se observa el incesante crecimiento urbanístico del país; varias ciudades pequeñas y medianas se intercalan entre proyectos de enormes complejos de edificios que rompen el paisaje plano y ciertamente verde de esa región. Entiendo que manejar un país de más de mil trescientos millones de habitantes demanda de mucha inversión en infraestructura, pero soy de los que me opongo al crecimiento indiscriminado de las urbes, más aún si se trata de crecimientos artificiales en los cuales mi sensación es de que la gente vive hacinada en enormes condominios que rodean sus puestos de trabajo. El día es gris y lluvioso y de alguna manera acompaña a aquello que describo como triste y de alguna manera deshumanizante. No hay juicio de valor sino de percepciones, no entro en el tema político y menos filosófico, aunque claro está que me formo un criterio, como el lector hará con el suyo.
Xi’an es una de las nuevas megápolis chinas con cerca de 13 millones de habitantes, y presenta muy rápido crecimiento por la inversión estatal en megaproyectos de ciencia, tecnología espacial, entre otros. Su historia es riquísima, pues es una de las cuatro antiguas capitales del imperio chino, siendo sede de gobierno de las Dinastías Zhou Occidental, Han Occidental y Tang, fue y sigue siendo el punto de partida de la Ruta de la Seda en territorio chino. Su casco antiguo tiene pagodas y templos de enorme belleza, y una muralla que aún se conserva en varios puntos de la urbe. Pero lo más destacado de este punto geográfico es otra de las maravillas del ingenio humano, El Ejército de Terracota.
Son más de ocho mil figuras de terracota entre soldados, caballos y dos carrozas de bronce, más espadas y otros artefactos de hierro, que son parte del Mausoleo del autoproclamado primer emperador chino, Qin Shi Huang, enterrados entre el 209 – 210 A.C. La leyenda del lugar cuenta que un agricultor, hacia el 1974, casualmente buscaba agua para sus sembríos, y al excavar un pozo encontró los primeros restos de las figuras de terracota. Posteriormente, un arqueólogo, conociendo el hecho, inició la exploración que terminó con el descubrimiento de la ahora maravilla de la humanidad y patrimonio cultural declarado por la UNESCO desde 1987. Tuve el gusto de conocer al agricultor en mención, ya retirado de su trabajo con la tierra; entre caras y gestos le presenté mis respetos y agradecimiento por su casual aporte a la humanidad.
Deslumbra el tamaño de la monumental obra, así como el detalle de cada figura. Ninguna se parece a la otra, los detalles sorprenden por su vivacidad al punto que parecen humanos embalsamados en perfecto estado de conservación, su estatura promedio es de 1.80 metros, de alguna pretendiendo intimidar a un entrometido, así como a proteger al emperador mientras se encuentre en el más allá. Muchos de los soldados están por desenterrarse, y algunos están expuestos en vitrinas especiales dado el nivel de detalle aún conservado. Uno de ellos, aparentemente un general, aún muestra partes del color de la pintura original y el labrado de la planta de su calzado tal parece de un zapato moderno. Otro hecho curioso es que todas las figuras están dirigidas hacia la puerta frontal, salvo una, que está a un costado, mira hacia ese costado y está sonriendo. Bromeando con el guía, le decía que parece que se siente aliviado y contento de no estar en la primera línea de batalla. Curiosidades de una obra maravillosa y que debe ser visita obligada para todo aquel que quiera conocer este gran país.
Me hubiera gustado seguir disfrutando de esta preciosa ciudad y entorno con más calma, pero mi itinerario tenía a día seguido un nuevo fabuloso destino, Lhasa, la capital del Tíbet, puerta de entrada al majestuoso Himalaya.
Durante el vuelo, las planicies y mesetas centrales de China van perdiendo su horizontalidad para dar paso a los gigantescos ramales de la cordillera del Himalaya, la más grande del mundo. La Región Autónoma del Tíbet es una de las más grandes de la China actual. Anexada, no sin conflicto y violencia, en el 1950, luego de que el Ejército de Liberación Popular invadiera la región, obligando al séptimo Dalai Lama a abandonar su nación en exilio. Tuve algún problema al salir del aeropuerto, pues no tenía el permiso de ingreso obligatorio al Tíbet, que según había leído, se lo podía obtener al arribo. Pues no es así, hay que sacarlo con anticipación. De todas maneras, pude ingresar después de pagar a una agencia local por el trámite respectivo, no sin antes negociar para no ser timado y chantajeado. Para evitar todo ello, es mejor tener los papeles en regla, porque hubiese sido una tragedia no haber podido ingresar y experimentar la energía que fluye en sus calles y templos.
Lhasa se convirtió en uno de mis lugares preferidos. Calles angostas de piedra se contornean entre casas y edificios con ventanas que siempre tienen un balcón, muchas veces llenos de flores. Las fachadas son de diferentes colores con bordillos multicolor, aunque prevalecen los muros blancos y los techos rojos, color distintivo por excelencia del Tíbet. Templos budistas hay por doquier en toda la ciudad, siendo su casco antiguo el más concentrado de esas edificaciones y de fieles que caminan por horas y sin cesar a su alrededor en el sentido del reloj, mientras van orando y pidiendo por salud y ventura a sus dioses. Esta circunvalación es conocida con el nombre de “kora”. El más visitado y circundado de todos es el Monasterio Jokhang, al que los tibetanos lo consideran el más sagrado de todos, administrado por los Gelug. Su arquitectura presenta un armónico sincronismo de escuelas indias y nepalís, con detalles propiamente tibetanos, sus techos son de bronce, sus corredores internos de madera pintada y tiene enormes estatuas de Chenresig, Padmasambhava y el Rey Songtan Gampo, muy venerado por locales y peregrinos de todo el Tíbet, así como de fieles budistas de otras partes del mundo.
Justamente el Rey Gampo fue quien en el año 637, en honor a su entonces novia la Princesa Wen Cheng, ordenó la construcción inicial del Palacio Potala, la edificación más imponente que desde la cima de la colina, domina toda la ciudad y el valle bañado por el río Lhasa. Detrás de la colina se encuentra el Palacio Norbulingka, que está rodeado por el bellísimo jardín central de la ciudad, donde miles de peregrinos se congregan para cantar y bailar música tradicional de cada región; el espectáculo es maravilloso por el sincretismo cultural que se vive en el ambiente, la gente vestida con atuendos tradicionales se manifiesta alegre y pacífica, comprometida con vivir en paz y armonía con la naturaleza y sus semejantes. Otra especial mención merece la gastronomía autóctona, tan variada y sabrosa como picante, que incluye especialidades con carne del buey tibetano, el Yak. Bellísima experiencia que hay que vivirla al menos una vez en la vida.
Luego de tres día completos de disfrute de tanta belleza que repletó mis sentidos y emociones, tomé un vuelo que me conectó a Huangshan, ubicada en el centro este de la geografía china. El objetivo era conocer otra de las maravillas naturales del país, las Montañas Amarillas.
Este macizo montañoso lleva su nombre por el color de la roca pelada de las laderas de los picos cónicos que caprichosamente se levantan uno pegado al otro, ofreciendo un precioso espectáculo de naturaleza. La vegetación es variada, pero resalta la presencia del “Pino de Huangshan”, algo más pequeño que sus primos de otras latitudes pero de enorme belleza, que acompaña con su fronda horizontalizada a las escabrosas laderas que caen en precipicios hacia el fondo de los pequeños valles y cañones que se forman a lo largo y ancho de este complejo natural. Caminar por los senderos es asimismo demandante por la cantidad de gradas y pendientes que se debe pasar, pero el gozo es total cuando se admira y se trata de concentrar en silencio la atención para escuchar la naturaleza en estado puro y la brisa que trae nubes que se congregan bajo los picos de las rocas, brindando un escenario único en el cual parece que las montañas se sostienen en el cielo. Simplemente maravilloso.
La última etapa del viaje fue la capital económica y financiera del coloso asiático, Shanghái. En algo más de dos horas, un tren de alta velocidad conecta Huangshan con la gran metrópoli, apostada en las cercanías de la costa oriental del país, a un costado del delta del gran río Yangtze.
Sus más de 24 millones de habitantes, le hace una de las ciudades más pobladas del planeta. A diferencia de la burocrática Beijing, Shanghái es cosmopolita, concentra buena parte del comercio y finanzas de China, considerada ahora como la economía más grande del mundo. El paisaje urbanístico armoniza una súper moderna infraestructura vial y de servicios, con edificios de arquitectura vanguardista, a la par de barrios tradicionales de casas de dos o un piso, todo ello con múltiples espacios verdes que dan vida y color a la gran ciudad. Millones de personas transitan sus calles centrales, especialmente el icónico centro financiero y el famoso y muy lujoso boulevard conocido como “The Bund”, así como sus teatros, la Casa del Té, la calle peatonal Nanjing y sus miles de tiendas de todo tipo. La actividad cultural es riquísima, al nivel de las grandes capitales culturales del mundo.
Habiendo visitado Hong Kong tiempo atrás, siento que Shanghái no se queda corta. En fin, esta ciudad me dejó con un sabor de que debo volver a visitarla para disfrutarla con mayor plenitud. Y si es factible, repetir todo o lo que se pueda de tan vasto y fantástico país. Sin duda, uno de los más bellos del planeta.
*Dr. Denys Toscano Amores es Embajador del Ecuador en Etiopía, Kenia y Tanzania. Y también es Observador Permanente ante la Unión Africana.