No importa si con «Lo siento, te extrañamos» Ken Loach no recibió en Cannes 72 una nueva confirmación sobre el valor de su arte, probablemente tampoco le interesaba. Habría sido un dejà vu tanto para él como para los miembros del jurado. La película es de un maestro que sabe combinar lo útil con lo «placentero», un adjetivo que debe entenderse en el sentido de saber ser apasionado, porque Ken Loach  cuenta la historia de la vida sacrificada de dos personas precarias que tienen poca diversión.

La protagonista de «Lo siento, te extrañamos» es una familia de Newcastle -padre y madre con dos hijos, una de once años y otro en la edad del colegio- cuya supervivencia está difícilmente garantizada por el trabajo inseguro de sus padres. La madre ayuda a varias personas mayores, el padre en la búsqueda de un empleo más rentable vende su coche para comprar una furgoneta, con la que se convierte en su propio transportista: en la práctica es un chófer contratado en una empresa que tiene como único objetivo la obtención de beneficios. A partir de ese momento, todo para él está dirigido a la velocidad de entrega e incluso la orina debe ser descargada en una botella. Cada trabajador que acepta estas reglas, dice Ken Loach, está perdido…

En los créditos finales de la película se lee «Gracias a todos los transportistas que nos dieron información sobre su trabajo pero no querían que aparecieran sus nombres», lo que dice mucho de la seriedad del director en la documentación y del valor sociológico de la película. Dos veces Palma de oro -en 2006 con El viento que agita la cebada y en 2016 con Yo, Daniel Blake– en vísperas de su octogésimo tercer cumpleaños, el director inglés regresó con una película que aborda los problemas de la precariedad y la pérdida de los derechos sindicales en el nuevo mundo, y lo hizo no sólo desde el punto de vista de las responsabilidades de la empresa, sino también desde el punto de vista del trabajador.

«Lo siento, te extrañamos» refleja la vida cotidiana de una pareja de personas sencillas, que luchan desde el amanecer hasta el anochecer sin poder dedicarse a sus hijos, con quienes estallan conflictos debido a la desvalorización que los padres subordinados inspiran a sus hijos. No es sólo una denuncia de las condiciones socioculturales de un capitalismo cada vez más salvaje, hecho posible a lo largo de los años por políticas de izquierda demasiado sumisas y miopes, sino también un examen del comportamiento individual y colectivo que ha producido a los esclavos del nuevo milenio. La prisa por hacer más y mejor, aceptando los modelos impuestos por las empresas para llegar a fin de mes, es una derrota humana que -ésta es la integridad del mensaje de Ken Loach- no debe ser atribuida sólo a causas externas: en otras palabras, «precarios de todo el mundo únanse».

Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide