Considerada la fecha inaugural del Humanismo Universalista, el 4 de mayo de 1969, el fundador de dicho movimiento, Silo, pronunció en las montañas de los Andes mendocinos, la conocida arenga “La Curación del Sufrimiento”.
En dicho discurso se plasmaban las ideas centrales del pensamiento siloísta que luego se desperdigaría por todos los rincones del planeta.
1800 personas, según Gendarmería, participaron en el Parque de Estudio y Reflexión Punta de Vacas de la conmemoración de ese evento. Venidos fundamentalmente de Argentina y Chile, pero con visitantes del resto del continente, de México, Estados Unidos, Canadá, de Europa, pero también de Mozambique y Filipinas.
Los reencuentros se sucedían entre abrazos, entre amigos que llevaban mucho tiempo sin verse, la comitiva local que se ocupaba de solucionar todos los imprevistos que la aglomeración generaban y muchas personas que era la primera vez que visitaban el que es considerado el Parque Histórico.
Las sacudidas provocadas por el viento zonda complicaron algunas de las actividades que estaban previstas, bajo un fuerte sol a más de 2800 metros de altitud sobre el nivel del mar.
Silo, seudónimo por el que se conoce a Mario Rodríguez, es un pensador argentino, nacido en Mendoza y fallecido en 2010. Dejó claves de pensamiento que permitieron la organización de diferentes frentes de acción alrededor del mundo, buscando eliminar todas las formas de violencia y ponerle fin al sufrimiento humano.
El repaso de estos cincuenta años de historia quedó en manos del chileno Antonio Carvallo, presente el 4 de mayo del 69 y de permanente acompañamiento en las actividades de ritmo frenético que desarrolló el movimiento, tanto en el ámbito espiritual, como social, político y cultural.
Las inclemencias del tiempo se fueron apaciguando permitiendo en la tarde y noche del sábado 4 continuar con las actividades previstas: presentación de documentales, de libros y diferentes encuentros de grupos de acción en distintos dominios. También se procedió a la cesión de los derechos de autor de toda la obra de Silo a la Fundación Punta de Vacas, a condición de cederlos gratuitamente a todas las fundaciones que también lo soliciten.
Guy, el pionero
A este cronista le tocó participar activamente de un suceso que sacudió la celebración el día 3 de mayo, la partida de Guy Fontan.
Fui uno de los primeros en saludar a Guy, Huguette y Alain a su llegada al Parque. Conversamos sobre sus primeros años de participación en el siloísmo, que se remontaban a París a finales de 1969, siendo el primer francés en organizar grupos alrededor de los escritos de Silo en Francia.
Tras los saludos, partieron a la Sala de Meditación y de allí montaron al Mirador del Parque. Una subida que según los testigos fue a paso vivo y que dejó extenuados a quienes lo acompañaban.
Mientras conversaba con amigos sentado en uno de los bancos de la cima, Guy sufrió lo que pareció un infarto. Los pedidos de ayuda tardaron algunas segundos en ser comprendidos ya que el viento hacía muy difícil descifrar los gritos desde las alturas.
Convencido de haber escuchado “Mariano”, me fui acercando al pie de la montaña y al ver a los enfermeros correr por el sendero que va al Mirador, comencé a seguirlos, por si podía echar una mano a quien pudiera estar herido o descompensado. Mientras subía comprendí que los gritos eran de Huguette y quien estaba mal era Guy.
En el último recodo de la pendiente, veo al enfermero doblado sobre sí mismo, intentando recobrar el aliento. Así que alcancé la punta del Monte Sacro a la par que la asistencia médica. Lo primero a lo que atiné fue a abrazar a Huguette, que rápidamente me pidió que le tradujera los detalles de lo que se iba hablando.
Guy no daba señales de estar reaccionando y mientras se tomaban las primeras medidas de auxilio y viendo la gravedad del cuadro, los enfermeros se comunicaron con el 911 para recibir mayor ayuda.
Ante la duda de descender a Guy y comenzar a ejecutar los masajes de reanimación, se optó por la segunda opción, mientras entre relevos se subió el tubo de oxígeno y mantas. Escasos minutos pasaron cuando llegó la ambulancia. Corrí a su encuentro a mitad de la montaña para ayudarlos a subir todo el equipamiento, así que dejé el desfibrilador justo al lado de donde había dejado el tubo de oxígeno, a centímetros de Guy.
Ni la adrenalina, ni las descargas eléctricas surtieron efecto, Guy volaba entre los cóndores que comenzaban sus danzas en el atardecer cordillerano. Una tristeza indescriptible, pero al mismo tiempo la certeza de que el amigo inclinado sobre Guy le estaba diciendo al oído las palabras adecuadas y que el resto de amigos que lo vivaban y felicitaban estaban facilitando el tránsito del amigo francés y aportando un necesario, aunque escaso reconfortamiento a Huguette y Alain que estaban desconsolados.
La sorpresa, lo inesperado, lo prematuro golpeó, pero también se hicieron presentes la pulcritud, el acompañamiento y la colaboración. Restaba esperar la llegada de la Policía Criminal, que debían ocuparse de inspeccionar y remover el cuerpo, antes de llevárselo para la realización de la necropsia en Mendoza.
Algunos nos relevamos para acompañar al cuerpo de Guy, mientras recordábamos algunas de sus hazañas, realizábamos ceremonias de Asistencia en francés y contemplábamos la metamorfosis de colores de las cadenas montañosas y del cielo, donde se columpiaban elegantes y poderosos los cóndores que guiaban a Guy a su vuelo inmortal.