Por: Ana Gabriela Molina Meneses
El 28 de septiembre de 1864 se creó la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), para organización y lucha de los derechos de los trabajadores a escala mundial. Según Carlos Marx en el manifiesto inaugural de la AIT, las diez horas de trabajo que, en la época eran obligatorias, para su instauración se necesitó de una disputa histórica de treinta años.
De esta manera, continuaron los caminos de conflicto, resistencia y reclamo de los trabajadores por las ocho horas diarias laborales. En 1886, se abría aprobado la Ley Ingersoll por el presidente estadounidense Andrew Jonhson, estatuto que no se había aplicado en las empresas. Por lo tanto, el 1 de mayo de 1886, en la ciudad de Chicago inicia una huelga generalizada en las fábricas de la ciudad con la consigna “ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa”.
Los reclamos se mantuvieron los siguientes días y su punto álgido llegó el 4 de mayo, en el parque Haymarket con disturbios por una bomba lanzada a un policía, que terminó en una balacera con un total de 38 muertos y 115 heridos. Por el hecho, se acusaron a siete personas como instigadoras y dirigentes de los altercados.
El 11 de noviembre de 1887, los acusados George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, August Spice y Louis Lingg fueron ahorcados. En cambio, Samuel Fielden y Michael Schwab condenados a cadena perpetua, y Oscar Neebe a quince años de trabajos forzados. Años más tarde serían conocidos como los mártires de Chicago.
Estos acontecimientos impulsaron que, en 1889 en París, en el Primer Congreso Socialista de la Segunda Internacional se denominará el primero de mayo como el Día Internacional de los Trabajadores. Su nombre se debió a que, el sistema en el siglo XIX primaba el trabajo varonil en las fábricas. Con el tiempo, cambió el nombre de la fecha por el día del trabajo, dando cuenta de las condiciones laborales de hombres y mujeres. Desde una división racial/étnica, las mujeres afros e indígenas siempre han estado articuladas al trabajo desde la servidumbre en hogares, pero el acceso generalizado de mujeres de diversas clases sería el detonante del cambio de nombre en la fecha.
Sin embargo, eso no ha significado igualdad de salarios en el mundo, existen mujeres con acceso a educación igual o mayor que los hombres que perciben sueldos inferiores por el mismo trabajo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), en su informe de salarios del año 2018- 2019 realizado en 136 países, refleja que las mujeres ganan el 20% menos que los hombres.
En Ecuador, la cifra no es distinta, del sueldo básico de 394, las mujeres reciben un sueldo promedio de 285,4 mientras que en los hombres el ingreso laboral es de 341, 4. En ese sentido, las mujeres tienen un empleo adecuado de 29,8 a diferencia de los hombres que es 43,8, cifra que da cuenta de una diferencia de catorce puntos en el acceso a un salario digno. Asimismo, la tasa de desempleo es de 5,7 para mujeres y 3.8 para hombres, según indicadores de marzo 2019 de la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (ENEMDU) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC).
Por lo tanto, aunque en el siglo XXI, las ocho horas de trabajo son un derecho constituido que no es parte de la disputa social en muchos países, existen otro tipo de problemas de sexo, género, educación, entre otros, que niegan el acceso a empleos dignos a las personas. Si bien tenemos más leyes e instituciones que protegen a las personas, se mantienen seres humanos sin acceso a derechos o con vulneración de estos.
Por eso, es fundamental entender estos problemas, hacerlos visibles y mantener la lucha constante de las trabajadoras y trabajadores, no solo internamente en cada país, también generando procesos conjuntos con otros países para accesos igualitarios, de cumplimiento de derechos y elaboración de leyes que favorezcan el trabajo digno.