George Monbiot para The Guardian
Nadie viene a salvarnos. La desobediencia civil masiva es esencial para forzar una respuesta política.
Si hubiéramos puesto tanto esfuerzo en prevenir la catástrofe ambiental como lo hemos empleado en excusas para no actuar, ya la habríamos resuelto. Dondequiera que miro, veo a gente empeñada en intentos desesperados de esquivar el desafío moral que presenta.
La excusa más común en la actualidad es ésta: «Apuesto a que esos manifestantes tienen teléfonos, se van de vacaciones y usan zapatos de cuero». En otras palabras, no escucharemos a nadie que no viva desnudo en un barril, subsistiendo sólo de agua turbia. Por supuesto, si vives desnudo en un barril, te ignoraremos a ti también, porque eres un hippie raro. Cada mensajero y cada mensaje que transmite, es descalificado por motivos de impureza o pureza.
A medida que la crisis ambiental se acelera, y a medida que movimientos de protesta como YouthStrike4Climate y Extinction Rebellion hacen más difícil el no ver a lo que nos enfrentamos, la gente descubre medios más ingeniosos de cerrar los ojos y evitar responsabilidades. Detrás de estas excusas hay una creencia muy arraigada de que si realmente estamos en problemas, alguien, en algún lugar vendrá a rescatarnos: «ellos» no dejarán que suceda. Pero no hay ellos, sólo nosotros.
La clase política, como seguramente lo puede ver cualquiera que haya seguido su progreso en los últimos tres años, es caótica, poco dispuesta y, aislada, estratégicamente incapaz de abordar incluso las crisis a corto plazo, por no hablar de un vasto predicamento existencial. Sin embargo, prevalece una ingenuidad generalizada y deliberada: la creencia de que el voto es la única acción política necesaria para cambiar un sistema. A menos que vaya acompañado del poder concentrado de la protesta -articulando demandas precisas y creando un espacio en el que puedan crecer nuevas facciones políticas- el voto, si bien es esencial, sigue siendo un instrumento contundente y poco convincente.
Los medios de comunicación, salvo contadas excepciones, son activamente hostiles. Incluso cuando los radiodifusores cubren estos temas, ellos evitan cuidadosamente cualquier mención de poder, al hablar sobre el colapso ambiental como si fuera impulsado por fuerzas misteriosas y pasivas, y al proponer soluciones microscópicas para grandes problemas estructurales. La serie Blue Planet Live de la BBC ejemplifica esta tendencia.
A los que gobiernan la nación y dan forma al discurso público no se les puede confiar la preservación de la vida en la Tierra. No hay ninguna autoridad benigna que nos proteja del daño. Nadie viene a salvarnos. Ninguno de nosotros puede evitar justificadamente el llamado a unirse para salvarnos.
Veo la desesperación como otra variedad de negación. Levantando las manos sobre las calamidades que un día podrían afligirnos, las disfrazamos y las distanciamos, convirtiendo alternativas concretas en temores indescifrables. Podríamos liberarnos del albedrío moral afirmando que ya es demasiado tarde para actuar, pero al hacerlo condenamos a otros a la miseria o a la muerte. La catástrofe aflige a la gente ahora y, a diferencia de aquellos en el mundo de los ricos que todavía se pueden permitir revolcarse en la desesperación, se ven obligados a responder de manera práctica. En Mozambique, Zimbabwe y Malawi, devastados por el ciclón Idai, en Siria, Libia y Yemen, donde el caos climático ha contribuido a la guerra civil, en Guatemala, Honduras y El Salvador, donde la pérdida de cosechas, la sequía y el colapso de la pesca han obligado a la gente a abandonar sus hogares, la desesperación no es una opción. Nuestra inacción los ha obligado a actuar, ya que responden a circunstancias aterradoras causadas principalmente por el consumo del mundo rico. Los cristianos tienen razón: la desesperación es un pecado.
Como señala el autor Jeremy Lent en un ensayo reciente, es casi seguro que es demasiado tarde para salvar algunas de las grandes maravillas vivientes del mundo, como los arrecifes de coral y las mariposas monarcas. También podría ser demasiado tarde para evitar que muchas de las personas más vulnerables del mundo pierdan sus hogares. Pero, el argumenta, con cada incremento del calentamiento global, con cada aumento en el consumo de recursos materiales, tendremos que aceptar pérdidas aún mayores, muchas de las cuales aún pueden ser prevenidas a través de una transformación radical.
Cada transformación no lineal en la historia ha tomado a la gente por sorpresa. Como lo explica Alexei Yurchak en su libro sobre el colapso de la Unión Soviética –todo era para siempre, hasta que se acabó– los sistemas parecen inmutables hasta que se desintegran repentinamente. Tan pronto como lo hacen, la desintegración retrospectivamente parece inevitable. Nuestro sistema -que se caracteriza por un crecimiento económico incesante en un planeta que no está creciendo- inevitablemente se desmoronará. La única pregunta es si la transformación es planificada o no. Nuestra tarea es asegurarnos de que sea planificada y rápida. Necesitamos concebir y construir un nuevo sistema basado en el principio de que cada generación, en todas partes, tiene el mismo derecho a disfrutar de las riquezas naturales.
Esto es menos desalentador de lo que podríamos imaginar. Como revela la investigación histórica de Erica Chenoweth, para que un movimiento de masas pacífico tenga éxito, es necesario que se movilice un máximo del 3,5% de la población. Los seres humanos son mamíferos ultra sociales, constantemente aunque subliminalmente conscientes de las cambiantes corrientes sociales. Una vez que percibimos que el statu quo ha cambiado, de repente pasamos del apoyo a un estado de ánimo al apoyo a otro. Cuando un 3,5% comprometido y vocal se une tras la demanda de un nuevo sistema, la avalancha social que sigue se vuelve irresistible. Rendirse antes de alcanzar este umbral es peor que la desesperación: es el derrotismo.
Hoy en día, Extinction Rebellion sale a las calles de todo el mundo en defensa de nuestros sistemas de soporte vital. A través de una acción audaz, disruptiva y no violenta, obliga a que nuestro predicamento ambiental se incorpore a la agenda política. ¿Quiénes son estas personas? ¿Otro «ellos», que podría rescatarnos de nuestras insensateces? El éxito de esta movilización depende de nosotros. Sólo alcanzará el nivel crítico si suficientes de nosotros dejamos de lado la negación y la desesperación, y nos unimos a este exuberante y proliferante movimiento. Se acabó el tiempo de las excusas. La lucha para derrocar nuestro sistema de negación de vida ha comenzado.
– George Monbiot es un columnista de Guardian
Publicado nuevamente con el permiso del autor
Traducido del inglés por Estefany Zaldumbide