Mientras el Titanic se hundía, la orquesta a bordo tocaba. Algunos dicen que para evitar que los pasajeros (los que estaban escuchando, en primera clase) entren en pánico. Otros porque no se dieron cuenta de que se estaban hundiendo. No hay mucha diferencia: el barco se hundió llevándose más de 1500 de las 2500 personas (pasajeros y tripulación) que llevaba. Es difícil no entender el paralelismo con lo que está sucediendo hoy en día en nuestro país y en todo el mundo: mientras el planeta se está hundiendo rápidamente -un cambio irreversible de clima, que dificultará la vida y la coexistencia para todos- hay quienes siguen tocando como si nada estuviera sucediendo. Un ejemplo: el alcalde de Milán pensando en los Juegos Olímpicos, pero también en la reapertura de los canales convertidos en una alcantarilla. En continuidad con su predecesor, ha dedicado todo su tiempo a la Expo, en lugar de hacer que las viviendas municipales no utilizadas sean habitables, a crear un transporte urbano que permita liberarse del coche, dotar a los tejados de la ciudad de sistemas solares para hacerla energéticamente autónoma, fomentar la agricultura ecológica y la proximidad al parque agrícola aledaño, el de mayor tamaño de toda Europa.

Entonces, si desde Milán levantamos la mirada a Italia, o a Europa, o a todo el planeta, vemos que el mundo está lleno de orquestas extravagantes. Comenzando, a pocos kilómetros, con Chiamparino y Fassino, con sus madamas alrededor, que siguen tocando la misma música desafinada: Tav, Tav, Tav, Tav. Como si el mundo no se estuviera hundiendo. Gente como ellos ha encontrado un lugar en los gobiernos, las instituciones o los medios de comunicación para tocar en la orquesta, para evitar que los votantes, los lectores y los oyentes se den cuenta de que se están hundiendo.

Mi generación y las siguientes han caído en picada: el iceberg aún parecía estar lejos…. La generación de los que ahora se enfrentan al mundo adulto está dando la voz de alarma y no puede entender la irresponsabilidad de todos los que están a cargo del mando. Es un despertar abrupto destinado a sacudir al mundo: todo lo que los funcionarios de gobierno, los capitanes de la industria y las finanzas y señores de los medios de comunicación – balances corporativos, bolsa de valores, equilibrio presupuestario, austeridad, deuda pública, cifras decimales de déficit, etc. – y con lo cual hasta ahora el barco ha sido enviado por una ruta cada vez más arriesgada que lo está llevando a estrellarse contra el iceberg.

Sólo quedará a su disposición la guerra para intentar salvarse: contra los refugiados ambientales generados por su gestión del planeta e incluso en los países donde les gustaría frenar o repeler a los que intentan huir. Pero a medida que la línea de flotación se eleva, el movimiento que muchos todavía consideran noticia hoy en día, a medio camino entre el «habito» y espíritu mundano -porque les parece gracioso que haya sido una chica de 16 años la que la desencadenó- se elevará como un tsunami. Esa generación, y quizás las demás, no tendrán más remedio que intentar cambiar el rumbo del transatlántico antes de que se hunda por completo.

Los pasajeros de tercera clase, los «acomodados» en la parte inferior de la bodega, ya están buscando una ruta de escape. De hecho, nada más se puede atribuir a las olas migratorias que, por el momento, sólo han tocado los pisos superiores del barco -los Estados Unidos y la Unión Europea-, mientras que la mayor parte de los movimientos se referían únicamente al paso del fondo de la bodega, ya inundada, al piso siguiente de las regiones vecinas de África, Medio Oriente, Asia, América Latina. En las plantas superiores, en la primera clase, todo el mundo sigue escuchando a la orquesta -cada uno tiene su propia sala y Chiamparino que toca para ellos- y los que han notado que algo anda mal piensan que los pasajeros de la primera clase tendrán reservados, como en Titanic, los pocos botes salvavidas disponibles.

Está prohibido vincular hechos: la crisis climática ya en marcha, el estancamiento de una economía que «no se recupera», el gran retorno a una economía que nunca ha pagado por sus fechorías, las migraciones bíblicas futuras, la precariedad como futuro de toda una generación, el servilismo desenfrenado en los partidos y los medios de comunicación, la cultura que cultiva y sólo produce más miedo, sin proyectos y siempre en busca de artimañas: es decir, todos los ingredientes rancios de la última cena servidos a bordo.

Pero es hora de cambiar el menú: la amenaza del cambio climático exige una cultura que surja desde abajo, del asombro y el desconcierto de quienes se dan cuenta de la irresponsabilidad de las generaciones que la precedieron, de los padres que dicen que aman «tanto» a sus hijos que los envían al fondo. Se necesita más conocimiento, más participación, más visión y más planificación construidas sobre estas premisas. Y sobre todo, más conflictos. Esta es la receta para salvar a la humanidad.


Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide