por Felipe Honorato
Si en el período de las llamadas grandes navegaciones la justificación de las potencias coloniales para la esclavitud de los afrodecendientes en la famosa controversia de Valladolid, el imperio español decidió que los indios no podían ser esclavizados porque tenían media alma; los afrodecendientes ni siquiera entraron en la discusión y, en siglos posteriores, fueron vistos como una solución ideal a la cuestión determinada por Las Casas y sus pares; hasta el siglo XVII, se puede decir que los europeos tenían relaciones estrictamente comerciales con sus pares africanos.
La presencia europea en el continente se limitaba a almacenes comerciales en la costa, como el Gold Coast (en la actual Ghana), que contaba con suministros ingleses, portugueses y daneses, y la actual ciudad del Cabo, servía como punto de tránsito de la antigua Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Con la segunda revolución industrial y la aparición, tras los procesos de unificación e independencia en Europa, de los tres nuevos actores importantes en la escena mundial, Italia, Alemania y Bélgica, Europa estaba ansiosa por conquistar nuevos mercados, tanto por los consumidores como para invertir en los excedentes que la burguesía iba conquistando sucesivamente para la obtención de materia prima, principalmente aceite lubricante obtenido a través de semillas oleaginosas como las de palmeras y granos.
Una relación que hasta aquel entonces estaba guiada por el comercio, no se podía cambiar sin ninguna explicación que pareciera mínimamente razonable. Por esta razón, además de las justificaciones económicas mencionadas anteriormente, el proceso de ocupación de África y el sudeste asiático terminó apoyándose también en las teorías de superioridad racial producidas principalmente por la antropología y la biología. Una de las excusas más utilizadas por los reyes y otros jefes de estado para invadir y ocupar ricas porciones de tierra al otro lado del mar fue que aquellos pueblos no blancos que vivían en una forma de vida diferente a los conceptos de Europa Occidental -por lo tanto, una forma de vida interpretada como «primitiva»-, tenían que ser tutelados en el camino del desarrollo -ésta era la «carga del hombre blanco», según el poema de Kipling. Por lo tanto, ocupar esas tierras, en su opinión, era algo bueno, con un propósito filantrópico.
Una persona incauta puede sorprenderse al ver este discurso; sin embargo, hoy en día todavía está en vigor y sólo se ha apropiado de nuevos términos.
La filantropía de «llevar la civilización» a esos pueblos de ayer es hoy el discurso de «llevar la democracia» a un determinado país o región. Este fue el caso más reciente en Irak, Libia, Ucrania, Siria, Egipto, y ahora es el caso de Venezuela. No obstante, cuando comprobamos la situación de estos países tras el proceso de destitución de sus antiguos dirigentes, lo que vemos es que todos están muy lejos de lo que podría llamarse democracia plena; por el contrario, lo que se ha instalado son conflictos interminables por la falta de una solución negociada o de regímenes políticos que, casualmente, son favorables a los intereses de la explotación económica del capital internacional. Como todos ustedes saben, Venezuela es uno de los principales productores de petróleo del mundo, lo que nos hace pensar sobre las verdaderas intenciones de querer «llevar la democracia» allí. Al mismo tiempo, los países que sufren graves crisis humanitarias e inestabilidad política no reciben la misma atención, países como: Haití, el sur de Sudán y Myanmar son solo algunos ejemplos.
Entre enero y febrero de 1960, tuvo lugar una ronda de negociaciones en Bruselas (la capital belga) entre los líderes políticos del entonces Congo Belga y Ruanda-urundi, y las autoridades metropolitanas. En estas negociaciones, que determinaron cómo se recuperaría la autonomía de estos territorios, se acordó que en mayo de ese mismo año se celebrarían las elecciones en el Congo, y hasta que se redactara una constitución, la llamada Ley Fundamental serviría como carta principal del país. Tras el primer referéndum de la historia congoleña, Patrice Emory Lumumba fue elegido Primer Ministro del nuevo país independiente. Lumumba, quién impresionó a sus pares panafricanos, también fue elegido secretario del Congreso Panafricano en 1958. En la ceremonia de cesión del poder del país belga a los congoleños, el primer ministro conmocionó a todos al pronunciar un discurso ante una audiencia a la que asistió el rey Balduino, que invocó el derecho de los congoleños a controlar la explotación de sus recursos naturales y a ser los principales beneficiarios de esta actividad. Por esta razón, se le veía como una figura demasiado nacionalista y un líder potencial que llevaría al Congo a la esfera de influencia soviética. El Congo era un país valioso en el contexto de la Guerra Fría, por sus enormes reservas de minerales estratégicos -algunos dicen que, por ejemplo, todo el material radiactivo presente en las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki fue extraído de las minas congoleñas; además, los belgas, en su modelo de explotación en asociación con la iniciativa privada, habían invertido allí decenas de millones de dólares y no estaban dispuestos a arriesgarse, ni siquiera con la independencia política de su antigua colonia, y que sus viejas relaciones económicas cambiaran profundamente. Se puso en práctica un plan de desestabilización del país, con el estímulo y el apoyo del proceso de cese de la provincia de Catanga, principal centro minero del país, la posterior detención y asesinato de Patrice Lumumba y, finalmente, el rápido nombramiento de Joseph Mobutu, quién asumió el poder a través de un golpe de Estado. El dictador, que siempre fue bienvenido en la Casa Blanca y en Bruselas, se convirtió en el hombre más rico del mundo con los beneficios ilícitos de su acción fraudulenta como presidente congoleño, mientras que en su país la pobreza era generalizada. En una ocasión, Mobutu alquiló uno de los Concordes de Air France para llevar, con gastos pagados, a familiares y amigos a pasar unos días en Disney; mientras que, en 1988, la provincia del Alto Zaire registraba 800 nuevos casos diarios de lepra.
A principios de la década del 2000, un grupo de políticos, en su mayoría de centroizquierda, emergieron al poder en América Latina, quienes comenzaron a modificar el sistema de explotación de las mercancías que existía en sus países y, con los beneficios que obtuvieron de estos cambios, comenzaron a promover una expansión, aunque tímida, pero muy influyente, del bienestar de sus respectivas naciones. Algunos de estos líderes se autodenominaron representantes de un «socialismo bolivariano», como Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Esta postura, con el tiempo, acabó chocando con el viejo sistema: las élites nacionales y el interés económico internacional. Es obvio que, en las humanidades, cada situación era distinta, porque estaban influenciadas por aspectos históricos, económicos y sociales muy particulares; sin embargo, se pueden establecer algunos paralelismos entre la crisis actual en Venezuela y la crisis del Congo. Si miramos de manera más general, es posible ver paralelismos en la evolución de las dos crisis: se eligen líderes que no se identifican con el viejo sistema, modificando las viejas relaciones económicas; entonces, comienza una serie de intentos de desestabilizar el escenario nacional. En el Congo, el proceso ha sido un poco más rápido; en Venezuela, desde los primeros años de la administración de Chávez, el proceso ha estado pasando por una serie de filtros que han terminado consolidándose en sanciones económicas y en el apoyo a varios líderes que se oponen al gobierno y que, día a día, están emergiendo. El nombre de este representante es Juan Guaidó, quien se proclamó presidente de facto y fue reconocido rápidamente por la mayoría de la comunidad internacional.
Al igual que el líder del Congo quién era apoyado por las grandes democracias occidentales y las dictaduras de las potencias, abusando de los derechos humanos y persiguiendo a los opositores políticos durante 32 años. El apoyo a Guaidó por parte de las grandes potencias internacionales hoy en día, la mayoría de las cuales son democracias, no garantizan que sea un demócrata ejemplar, porque los intereses políticos, económicos y diplomáticos no son sinónimos de democracia. Del mismo modo, parece que ninguna de las grandes potencias internacionales involucradas en la crisis está preocupada por la cuestión humanitaria del pueblo venezolano. Así como los belgas, cuando apoyaron el plan de asesinar a Patrice Lumumba para salvaguardar sus inversiones en el Congo, los rusos y los chinos también lo están haciendo, apoyando a Maduro, de la misma manera que los estadounidenses ven, haciendo una fuerte campaña contra Maduro, que sus relaciones con el país sudamericano volverán a ser como antes de la llegada al poder de la corriente socialista bolivariana.
Traducción del portugués por Nicolás Soto