Hace medio siglo, chinos y rusos libraron en la frontera del Amur el mayor enfrentamiento armado de su historia contemporánea, ¿es sólida hoy su relación?
Por Rafael Poch para Ctxt.es
En abril de 1989 circulaba por una carretera de la estepa de Kazajstán, junto a la frontera china. Ambiente desértico con montañas nevadas al fondo. Faltaban dos meses para la cumbre de junio en Pekín entre Gorbachov y Deng Xiaoping en la que las dos potencias normalizaron sus relaciones. Gorbachov estaba en la cresta de la ola con su perestroika, mientras que Deng tenía a decenas de miles de estudiantes, y no estudiantes, protestando en las calles de su capital. Fue una cumbre extraña, con mucho calor y entre escenas de camiones cargados de jóvenes con banderas y pancartas que recordaban la estética de la Revolución Cultural maoísta. Entonces nadie apostaba un duro por China, pero dos años después la URSS se disolvía, mientras China consolidaba su reforma autoritaria sobre la pequeña matanza de aquel junio.
De vez en cuando aquella carretera kazaja, más bien angosta y de firme irregular, se tornaba ancha como una autopista y bien asfaltada durante un par de kilómetros. Expresé mi extrañeza al funcionario del ministerio de asuntos exteriores de la URSS que me acompañaba y al final me susurró, “es para permitir el aterrizaje de grandes aviones de transporte militar”.
Pocos recuerdan hoy que desde los años sesenta y hasta aquella cumbre normalizadora de junio de 1989, la tensión militar con China era considerable. La URSS mantenía a lo largo de su amplia frontera de 4200 kilómetros con China, 44 divisiones militares, trece más que en su flanco occidental ante la OTAN. En aquellos años la pregunta de quién era el enemigo principal no tenía una respuesta sencilla en Moscú: muchos pensaban que había más peligro en el este que en el oeste y crearon cierta escuela, especialmente en la inteligencia militar (GRU). Y todo aquello había empezado en la primavera de 1969, ahora hace exactamente medio siglo, cuando en la frontera del río Ussuri, un afluente del Amur, tuvieron lugar los mayores conflictos armados de la historia contemporánea de los dos países, sobre el telón de fondo de la ruptura ideológica entre las dos grandes potencias del “socialismo real”.
El “deshielo” jrushoviano había provocado fenómenos dispares al este y al oeste de la URSS. En Europa del este la crítica al estalinismo desencadenó una nueva ola de revueltas y reformas cuya culminación fue el “socialismo de rostro humano” de la primavera de Praga y su trágico aplastamiento por los tanques soviéticos en 1968. En oriente los problemas surgieron por lo contrario: en China la desestalinización soviética socavaba ideológicamente el caudillismo de Mao, que era la forma política que envolvía, en otras coordenadas civilizatorias, un proceso idéntico al vivido en la URSS durante los años treinta. Si en Praga y Varsovia, la URSS era maldecida por su conservadurismo, en Pequín lo era por su atrevimiento.
Si en el caso checo el problema se congeló en una larga espera depresiva de veinte años de duración, las consecuencias del desacuerdo con China – abierto con la desestalinización pero continuado por la rivalidad ideológica, el conflicto chino-indio de 1959, las diferencias sobre el resultado de la crisis del Caribe y la explosión de la primera bomba atómica china- fueron inmediatas. Sin entender muy bien por qué, la URSS fue declarada por Pequín “enemigo principal”, y se encontró disparando contra los chinos en su región de Extremo Oriente.
La crisis militar comenzó el 2 de marzo en la isla Damanski del río Ussuri y no se calmó hasta septiembre. La isla era un pedazo de tierra de apenas un kilómetro cuadrado situado a unos 200 kilómetros al sur de Jabarovsk, que en época de deshielo desaparecía prácticamente bajo las aguas. Desde principios de la década se registraban incidentes con pescadores y agricultores chinos que faenaban en territorio que los soviéticos consideraban suyo y que se resolvían a puñetazos y culatazos, pero el 2 de marzo una incursión militar china, que los chinos consideraban respuesta, dejó una treintena de guardafronteras soviéticos muertos y algunos heridos. Las posiciones chinas fueron castigadas con artillería y sistemas de cohetes en salva, causando seguramente aún más víctimas. Al día siguiente hubo una gran manifestación alrededor de la embajada soviética en Pekín. El 4 de marzo el Renmin Ribao publicó un encendido artículo (“¡Abajo los nuevos zares!”) denunciando el ataque contra la isla “del ejército soviético dirigido por la camarilla de renegados revisionistas”, cuyo marco era, “el propósito de crear un imperio colonial como el zarista en Europa del Este”, tal como se había visto en Checoslovaquia. Ahora, decía, “quieren hacer lo mismo en Asia”. “Ya han convertido a Mongolia en su colonia y pretenden dar un paso más arrebatando territorio chino”, olvidando que, “pasaron ya los tiempos en los que se podía humillar al pueblo chino”.
El 7 de marzo hubo otra manifestación, esta en Moscú ante la embajada china, y el día 15 de nuevo enfrentamientos con participación de morteros, artillería y tanques. Uno de ellos, un T-62 soviético capturado por los chinos, aún puede verse hoy expuesto en el museo militar de Pekín. En esos y los enfrentamientos que siguieron aquel verano murieron varios centenares de soldados (800 chinos, según los soviéticos, y un centenar de soviéticos según los chinos). Una pequeña guerra… entre dos potencias nucleares.
En el Extremo Oriente ruso gran parte de la frontera con China es fluvial. Pese a que las convenciones internacionales y en concreto la Conferencia de París de 1919 establecieron que la línea de demarcación en las fronteras fluviales transcurre por el centro del río, Moscú se regía por el criterio de que en el Ussuri y en el Amur la línea fronteriza era la orilla china, lo que en Pekín se vivía como reminiscencia de aquellos “tratados desiguales” que las potencias occidentales impusieron a la China imperial decadente del siglo XIX. Si a ello se le suman las agitaciones y movilizaciones de la Revolución Cultural, el asunto adquiere mayor claridad.
El 11 de septiembre, de regreso del entierro de Ho Chi Minh en Vietnam, Kosyguin acordó con Zhu Enlai congelar el pleito. En la región fronteriza, la URSS procedió a evacuar al grueso de la población cien kilómetros hacia el norte en previsión de nuevos combates. Los nombres chinos de ríos, cadenas montañosas y pueblos que el ilustre explorador Vladímir Arseniev ( el autor de Dersu Uzalá) cartografió e inmortalizó en sus viajes de principios del siglo XX, fueron alterados y rusificados vía un decreto del Soviet Supremo de 1972. A lo largo de la frontera fluvial se construyeron un sinnúmero de fortificaciones en previsión de una guerra y muchos años después, en 1991, la insignificante isla Damanski del río Ussuri pasó a soberanía china.
En los años que siguieron, Moscú y Pekín resolvieron todos sus pleitos fronterizos. Después, vino la gran crisis rusa de los noventa, y se abrió paso la evidencia del ascenso chino. Más allá de la normalización de relaciones, nada hacía pensar en una alianza estratégica entre Moscú y Pekín, pero la doble presión de Estados Unidos, contra Rusia y contra China, consiguió lo impensable: forjar una considerable coincidencia de intereses.
Dos ilustres historiadores británicos de la Segunda Guerra Mundial (Peter Calvocoressi y Guy Wint) describen la alianza antifascista de la Segunda Guerra Mundial como algo forjado a medias por las circunstancias. Lo lógico, dicen, habría sido un frente común occidental contra la Rusia soviética, que estaba en el punto de mira desde 1917 -y que actuó con el intervencionismo militar que profundizó la barbarie de la guerra civil rusa- pero la estupidez de Hitler llevó las cosas por otro camino. Hoy puede decirse algo parecido del estrechamiento de relaciones entre Moscú y Pekín: está siendo forjado por factores ajenos a la voluntad de ambos, por la estupidez de Washington.
Hay maniobras militares conjuntas, cooperación energética y una cierta complicidad internacional en la ONU o en la Organización de Cooperación de Shanghai, pero, ¿es esa una sólida relación? Mi impresión es que todo quedaría en bien poca cosa si aflojara la presión y el avasallamiento, militar y económico, de Estados Unidos contra ambos países. Aún más; creo que el sueño común de los dirigentes del Kremlin y de Zhongnanhai es un cuadro de relaciones bilaterales “sanas” con Washington en el que Estados Unidos estuviera dispuesto a reconocer sus intereses nacionales y a tratarlos como a iguales. A cambio de eso, tanto los rusos como los chinos sacrificarían gustosos su estrechamiento de relaciones inducido por las circunstancias.
Bajo ese estrechamiento hay un fuerte caldo de mutua desconfianza. La Rusia soviética que fue “hermana mayor” de la nueva China de Mao, no tiene la menor intención de ser ahora la “hermana menor” de una China crecida. El cambio de roles es un papel particularmente desagradable para una gran potencia en vías de devenir mera potencia regional en Eurasia. Respecto a China, el mapa que hace de su ascenso no pasa por la confrontación abierta, sino por una conquista suave de posiciones que desarmen y aplaquen a sus belicosos y antiguos opresores occidentales, entre los que Rusia figura sin ninguna duda. Pero, naturalmente, como ocurrió en el pasado, la historia no se escribe sobre las líneas rectas de la lógica y de la razón, sino que frecuentemente se desvía de ellas caprichosamente…
La guerra del Ussuri ha tenido una conmemoración discreta en los dos países concernidos. El diario oficial del ejército chino, Jiěfàngjūn Bào, se refirió al cincuentenario con un artículo que decía, “En marzo de 1969 las fuerzas armadas y acorazadas de un ejército enemigo invadieron en gran número el territorio patrio…” El nombre del tal “enemigo” ni siquiera se mencionaba y a continuación se glosaba el heroísmo de los combatientes chinos nombrando a algunos de sus veteranos y sus visitas a los cuarteles. En Rusia el diario militar Krásnaya Zvezdá ni siquiera ha mencionado el asunto, pese a que tiene una sección fija dedicada a la historia militar.