Parar e identificarse en el punto de control militar no fue suficiente. La patrulla del ejército abrió fuego contra el automóvil en el que viajaban cuatro personas de la misma familia acompañadas de una amiga. El conductor agoniza en el lugar, entre los gritos y súplicas de su esposa. Los soldados, al darse cuenta de la situación, no ofrecen ayuda, por el contrario, se burlan e insultan a las víctimas. El conductor muere.
Después de una semana de silencio de las autoridades, hoy el vicepresidente de la república, el general Hamilton Mourão, inició una investigación interna para descubrir el motivo de una acción tan desastrosa: «¿cómo es que de ochenta disparos hubo una sola víctima? Si los soldados hubieran tenido una buena puntería, nadie se habría salvado.»
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Y aquí quisiera y debería detenerme. Debería y me gustaría no contar, no escribir, no explicar. Me gustaría y debería quedarme en silencio, hacer silencio, dejar que el silencio cubra todo y a todos, un silencio que no solo es la ausencia del sonido, sino un silencio construido con palabras de sangre y dolor, un silencio que sea un grito, que sea un clamor, un silencio contra el horror de la burla, esta sí, silenciosa, muda, este sí es un silencio de indignación y mofa, escarnio y humillación, broma y burla para quienes, en cambio, gritan su impotente silencio sumergido en la sangre, en el horror, ahogado en el desprecio, consciente de no tener derechos, de no tener voz, consciente de ser carne y cuerpo, un objetivo movible, carne y cuerpo para ser usados, consumidos, muertos y olvidados.
Pero es como si el silencio fuera interrumpido por las palabras escuchadas miles de veces: los profesionales de la violencia somos nosotros, mi especialidad es matar, en cada guerra pueden morir personas inocentes, la policía tendrá una licencia para matar, si el soldado ha sido sometido a una emoción muy fuerte se perdonará, primero tienes que disparar y luego pedir los documentos. Es como si los ochenta tiros disparados no hubieran alcanzado el objetivo, sino como si se hubieran perdido en el eco de un estruendo. Las palabras vienen primero, las palabras matan primero. Con frases y sentencias perentorias, se prepara el terreno de tal manera que cuando algo realmente suceda, que de alguna manera se esperaba, si se volcó un bote con gente dentro, se acabaron los líos, si se disparan ochenta tiros contra Evandro dos Santos Rosa, son cosas que pueden suceder, porque después de una semana de silencio total, las palabras presidenciales ya decretaron la verdad: El ejército no ha matado a nadie, el ejército es del pueblo y no se puede acusar al pueblo de asesinato. El caso está cerrado. No importa si los autores materiales de los disparon están ahora bajo investigación, no importa. Ahora sabemos que el ejército que ocupa Río de Janeiro desde diciembre de 2017, puede disparar ochenta tiros contra cualquier persona y siempre será absuelto. Una patrulla de soldados decide que el auto blanco es un auto sospechoso. Dispara. El suegro, la esposa, el hijo pequeño y la amiga logran salvarse. «Amor, corre, escapa», son las últimas palabras de Evandro en agonía frente a la familia. Los verdugos se ríen, saben que mataron a una familia, a plena luz del día en una calle de la ciudad, en una calle pública entre edificios y tiendas, ríen delante de su esposa de rodillas pidiendo ayuda. Se ríen. Ochenta disparos. Maldito sea el soldado que levanta sus armas contra su pueblo, dijo Simón Bolívar.
Me gustaría ser poeta, me gustaría escribir como García Lorca, un poema que tuviese el sonido de una campana tocando, a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde; eran las cinco de la tarde, ¡qué terribles esas cinco de la tarde! Eran las cinco en todos los relojes, las cinco en punto en la sombra de la tarde. Quisiera ser un poeta para escribir palabras de silencio, luego recuerdo que el silencio es su arma, luego recuerdo que quieren silenciarnos. Nos disparan y no se disculpan, dicen que suscitamos sospechas, dicen que el auto blanco con mi hijo, mi suegro, mi esposa y una amiga es potencialmente peligroso. Ochenta disparos. Y los gritos. Y el silencio. Una bandera manchada de sangre envuelve el ataúd. Ochenta disparos. Evaldo dos Santos Rosa.
Traducción del italiano por Michelle Oviedo