por Javier Tolcachier

Probablemente lo traen desde lejos. Quizás a los golpes o  formados por la conducta violenta de sus mayores. Acaso producto de herencias culturales o monetarias. Posiblemente influidos en su temprana infancia por celuloides de superhéroes y villanos guionados por el estilo norteamericano de vida… y de muerte. Probablemente crecidos en ambientes de doble moral, en el que transgredir las reglas era prohibido, salvo que se obtuviera beneficio particular de ello. Seguramente inmunizados por tutores, maestros y doctores, -de escuelas y  universidades privadas primero y norteamericanas después- en un férreo macartismo ante todo lo que sea popular o de izquierdas. Es difícil saber porqué y en qué momento alguien anestesia toda empatía y se convierte en un individuo presto a ser cruel.

La principal característica de estos sujetos, sin embargo, es la docilidad ante el poder. Es el ser vil, que obediente a la ley del más fuerte, velozmente transforma su porte de hombre seguro de sí mismo en lacayo servil.

Aún ante la evidencia del trastorno psíquico, ni el más sagaz análisis psicológico podría detener, evitar o remediar las severas consecuencias de sus acciones. Ni siquiera vale la pena detenerse en detallar las lacras de personalidad. Son fusibles descartables, extras de cotillón. Son maniquíes puestos por el capital en una vidriera de espejismos, para ocultar los hilos y oscurecer la trama.

Las penas son de nosotros, los proyectos son ajenos

El proyecto político de la derecha latinoamericana no es propio, ni mucho menos mandatado por la población. En el corto plazo, el plan implica destruir la construcción política edificada por el progresismo y las izquierdas. Expulsar a los pobres de las nuevas trincheras de derechos conquistados. Liquidar la propiedad social acumulada en proyectos de escala nacional. Arriar las banderas propias, sepultar las comunes e izar la imperial. En resumen, volver atrás el reloj del avance emancipatorio.

Estos proyectos se articulan desde las minorías, las que mediante subterfugios (i)legales y manipulación, logran vulnerar la teórica soberanía popular de las “timocracias” actuales.

Minorías que están agrupadas en todas las latitudes en derredor a la banca, en cuya pizarra de poder figura como primario estratégico la apropiación de los recursos naturales y los mecanismos masivos de conexión y de difusión (y alteración) del sentido común.

Todo ello es parte del nuevo viejo esquema plutocrático, en el que el pueblo no toma ninguna decisión. Quizás la única diferencia es que las aristocracias locales, si bien disfrutan de los privilegios que les otorga el juego, no son sino peones de minorías transnacionales hiperconcentradas. El tan mentado 1%, y bastante menos también.

La rapacidad social de los proyectos neoliberales no es fruto de la ineficiencia de los desalmados del comienzo. No son incapaces, sino capataces. Las penas son de nosotros, los proyectos son ajenos…

Los vértices del proyecto de retroceso

La historia está constituida por etapas progresivas de emancipación humana. A cada avance le corresponde una aceptación y reacción relativa, tanto en las capas de nuevos beneficiados como en la de los detractores. Los fenómenos de transformación no son homogéneos, porque las sociedades no lo son. Los arrastres juegan un papel inercial, no solamente en la modificación de roles sociales en la superficie, sino en la trastienda interna, en las valoraciones que hacen las diferentes generaciones, franjas sociales y culturales que cohabitan en el conjunto humano.

Ante la velocidad y magnitud del crecimiento social experimentado en los últimos tiempos, la mecánica pendular reactiva es aprovechada hoy por sectores de poder que conducen el reflujo de retroceso para no perder las riendas. Reflujo que podríamos denominar “restauración”, aunque este término incluya a veces un sentido de reparación y mejora, lo cual, sin duda, no es el caso. Restauración que tiene distintos vértices.

El retroceso social

Requiere pocas explicaciones. Se trata de quebrar, hasta donde sea posible, toda responsabilidad social compartida, reinstalando la autoridad única del capital. Por la razón – distorsionada- o la fuerza. Sobre todo por la fuerza.

Por eso, casi todos los acuerdos que pactan los súbditos de la derecha latinoamericana con el gobierno estadounidense e israelí giran alrededor del armamentismo y los sistemas de vigilancia y “seguridad”.

La restauración racista

La diversidad a nivel mundial, empoderada, se alza contra la imposición de la la supremacía blanca, conquistada a fuego y sangre en siglos de colonización. Para sostener la dictadura civilizatoria europea (de la cual los Estados Unidos son un apéndice principal) es necesario sofocar -hoy como ayer- la rebelión de negros, indígenas, mestizos y criollos en su reivindicación de justicia social y soberanía. Es imprescindible encarcelar a sus líderes, endilgarle el sanbenito de la corrupción, pisotear su honra en la plaza pública, sentando así -hoy como ayer- un castigo ejemplarizante del destino que le cabe a quien ose contradecir o dudar de la inmutabilidad del orden sacrosanto y natural de las jerarquías raciales.

Vértice integrista

La revuelta global en curso no es solamente social, geopolítica o cultural. Sacude el polvoriento estante de ideas y creencias, impulsa nuevos hábitos, explora nuevos caminos en busca de opciones. El avance tecnológico permite hoy pensar en alternativas inéditas en toda la historia anterior. Los esquemas establecidos crujen.

Ante ello, la reacción es virulenta. Los movimientos integristas logran crecer arraigándose desde las periferias, dando contención a grupos sociales abandonados y proyectan sus exigencias retrógradas con un poder político cada vez mayor.

En América Latina, el integrismo cristiano se viste de invasión neopentecostal dirigida desde el sector extremista y conservador de EEUU, que pretende conducir al rebaño humano descarriado nuevamente hacia el corral de morales y cosmogonías caducas. Se trata en definitiva de retrotraer la historia humana.

La recolonización

Las naciones surgidas del yugo colonial en América, África y Asia, lograron independencia política pero continuaron siendo dependientes en términos económicos. En las últimas décadas, esto ha comenzado a variar sustancialmente.

El gigantesco crecimiento económico de los países en el Asia junto al incremento de su relacionamiento Sur-Sur con África y América Latina, se correspondió con un alejamiento del virtual monopolio comercial impuesto a estas regiones por Europa y los Estados Unidos.

A ello se sumó un impulso de integración regional imprescindible para complementar posibilidades de desarrollo, concertar posiciones políticas comunes y no ser fagocitado por las presiones de las potencias dominantes en la arena internacional.

A ese objetivo, concurren en América Latina diversas articulaciones como UNASUR, Mercosur, ALBA y más recientemente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Ésta última signada por una decidida visión de soberanía regional, que excluye la histórica pretensión injerencista de Estados Unidos y su aliado (¿rehén?) incondicional, Canadá.

Ante esta reconfiguración mundial de fuerzas, la reacción restauradora aspira a cortar el ascenso de China, sus lazos de inversión, comercio y obturar sus fuentes de abastecimiento energético. Al mismo tiempo, la ofensiva se dirige a aplastar la resistencia política popular, reposicionando gobiernos de derecha mediante golpes de estado de mayor o menor sofisticación. La alineación de esos gobiernos con la estrategia imperial exige el vaciamiento de instancias de integración soberana y su “reemplazo” mediante fantasmales e hipócritas “foros desideologizados” como Prosur.

Esta falsa instancia de integración sirve al propósito de crear una nueva instancia más o menos formal en Sudamérica bajo el alero estadounidense, para continuar con el asedio a la revolución bolivariana en Venezuela y atacar el Proceso de Cambio que encabeza Evo Morales en Bolivia. Al mismo tiempo, es una articulación que, controlada políticamente por los Estados Unidos, funcionará eventualmente como dique contra la inversión multilateral – sobre todo china – y operará como un peligroso factor de actuación militar estadounidense (y de la NATO) en la región.

Con dicho propósito restaurador colaboran los gobiernos de la derecha latinoamericana, actuando como factores desintegradores y divisivos. Aunque, en atención al título de esta nota, debamos conceder que en ocasiones, logran aunar en una misma palabra a dos términos distintos.

 

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.