Ni siquiera lo pienso, ni en la película ni en el libro, porque las vallas publicitarias, las miles de chicas con miles de chicos, pero también las personas menos jóvenes y la gente con el pelo blanco, no me lo permiten, mi gente de nuevo juntos después de meses de terror psicológico, insultos y amenazas. Ni siquiera lo pienso porque leer los letreros y las escritas levantadas con orgullo es hermoso. Un juego de palabras con el proverbio «días mejores vendrán» – dias melhores virão – domina el paisaje, solo basta con cambiar la «E» para convertir el adjetivo melhores en mulheres: «mujeres»: esto hace «días mujeres vendrán», es decir que el futuro, la felicidad, la vida e incluso la revolución, es una mujer. Ni siquiera lo pienso porque frente a la señal de «la resistencia somos nosotros», se me llenan de lágrimas los ojos.

Dicen que el destino final de un libro es ser quemado, las bibliotecas de la antigüedad, aquella soñada por Umberto Eco, aquellas destruidas por las bombas estadounidenses, los talibanes, la revolución cultural china, las bibliotecas se queman, los libros se queman, el papel arde, Fahrenheit 451. Pero ni  siquiera quiero pensar en la película de Truffaut o en el mundo distópico descrito por el libro del mismo nombre. No quiero pensar que aquí y ahora, justamente aquí y ahora, el presidente transmitido en directo por la TV recuerda la historia de la costilla de Adán y que en la Biblia la mujer es exhortada a la mansedumbre. En cambio, las mujeres verdaderas, las mujeres reales, las mujeres-personas, la mujer-persona que llena la plaza, levanta un cartel: Estoy aquí para que mi hijo no se parezca a ti. Habla la ministra Damares, una mujer: enseñaremos a los niños a llevar flores a las niñas, les enseñaremos a besar las manos y a ser amables para que comprendan que la mujer es un ser maravilloso, un ser de luz. Y el gobierno no se contenta con presentar el mundo como si fuera una sucursal de Disney, con niños vestidos de azul y niñas vestidas de rosa, como se ha explicado varias veces de manera oficial. El gobierno quiere destruir los libros. Si en la película de Truffaut y en el mundo distópico de Ray Bradbury, los libros se queman, aquí en cambio se insta a los adultos a que destruyan los libros dirigidos a sus hijos adolescentes, libros que hablan sobre educación sexual, prevención del VIH, libros que explican los cambios en el cuerpo de los muchachos, libros que tienen figuras explicativas en las que todo se llama con su nombre respectivo. El presidente de la república, flanqueado por dos generales, exhorta a los padres a destruir el libro y promete que esas páginas horribles que no son adecuadas para los niños serán reescritas. No es cierto que ni siquiera lo pienso, el libro y la película se materializan en las palabras de un presidente que, dos días antes, en respuesta a los insultos populares que salieron de las calles de todo el país durante el carnaval, en su página de Facebook seguidos por millones de personas, publica una escena pornográfica ocurrida, según él, durante la fiesta en la plaza. Escribe que la familia tradicional, la buena familia, ya ni siquiera puede asistir al carnaval porque podría encontrarse con escenas similares y generalizadas en todas partes e invita a la población a reflexionar. Mientras tanto, sin embargo, el video de las indecencias da la vuelta al mundo. Bueno, a pedir que rompan los libros de educación sexual es justamente él, un viejo cerdo maníaco que publica pornografía del peor tipo al alcance de todos. Pero la plaza responde, los tambores, los abrazos, las palabras de apoyo mutuo, la presencia de líderes históricos y de esas mismas chicas a quienes el presidente quiere prohibir leer un libro publicado por el Ministerio de Salud «cuando la izquierda quería imponer la ‘ideología de género’, pero las hijas de esas brujas que no han quemado responden con ironía y burla, resumidas en un cartel apoyado por una joven «Nací para hacer todo lo que me han prohibido».

Y pienso, pienso en Alphaville de Godard, un mundo en el que los poetas y los filósofos se ven apartados de la convivencia social, un mundo perfecto donde las computadoras controlan todo y todo está disponible y que pronto eliminarán de los diccionarios las palabras que pueden despertar sentimientos y sensaciones hostiles a ese mundo de tecnología aséptica. Para confundir la computadora tiránica, el protagonista sometido a interrogación comienza a hablar a través de metáforas citando frases poéticas de Jorge Luis Borges … El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego… También pienso en él, en Borges, en las palabras que quieren suprimir de libros indignos, libros para quemar, palabras terribles para nuestra juventud, palabras como vagina, clítoris, prepucio, condón. Palabras que el presidente quiere suprimir, borrar para siempre, mientras que, para denigrar el carnaval, publica en su página oficial un video porno para grandes y pequeños.

Un señor anciano, elegante y soberbio, recuerda al mismo presidente de la república que la democracia no depende de las fuerzas armadas. Por el contrario, el ejército pertenece al pueblo del que emana todo el poder, como se especifica en el primer artículo de la Constitución. Una respuesta necesaria a la enésima amenaza presidencial emitida ante el alto mando militar: «La democracia existe sólo porque las fuerzas armadas permiten que exista». El señor anciano conocía los subterráneos del país cuando se moría bajo tortura y se desaparecía para siempre, logró sobrevivir para contar su historia, me abraza y me insta a continuar, su esposa dice que hoy es el día de las mujeres, pero que la lucha es para todos, puedo quedarme con ellos. El anciano siempre ha tenido la palabra como única arma, su palabra, hoy, no necesita decir nada, hablamos por él, las mujeres de todo el país hablan en el segundo gran evento del año, incluido el carnaval. Sé quién es el viejo caballero, sé lo que hizo y lo que otros hombres le hicieron para que nunca más pudiera hablar. El presidente, enjuiciado por disculpa por violación, el presidente admirador de los torturadores más malvados en la historia del país, quiere romper los libros para que no se digan ciertas palabras. El 8 de marzo de 2019, las chicas brasileñas dan voz a toda la gente y gritan a todos su derecho a usar todas las palabras que necesitan, todas las palabras que quieran, siempre.


Traducido del italiano por Michelle Oviedo