¡Por fin! …la generación del cambio.
Ortega y Gasset y Silo explicaron la dialéctica generacional como el motor de la historia. Para mi generación, tal aseveración tenía mucho sentido. Gracias a esa categorización pudimos entendernos como parte de una mecánica, una fuerza que nos trascendía y que estaba a la base de la evolución humana: La superación de lo viejo por lo nuevo.
También nos aportó algo de humildad. No éramos unos chicos especiales sino solamente un aspecto de la vida, ese que impulsa los cambios y favorece la evolución, es decir la adaptación creciente a un mundo cambiante que marcha hacia un destino que no alcanzamos a aprehender pero que sin duda, nos espera –como especie- allá, en el mañana que algún día amanecerá.
En simple, uno puede imaginar a ese chico cromañón o australopiteco remoto mirando a su padre repetir los mismos errores del abuelo o bien, negándose con rebeldía a reproducirlos. Ese nieto no era arengado ni castigado por el abuelo, era libre para experimentar sin recibir las críticas que caían sobre su padre. Era libre para imaginar y para crear nuevas salidas a las dificultades de la vida y recibía menos presiones para someterse o bien para terminar rebelándose solapadamente a su entorno cultural. Ese nieto -y no el hijo- es el que ha podido cambiar las cosas y empujar la evolución, y así, en cada vuelta de la historia humana.
Por supuesto que estas reflexiones se refieren a especies dinámicas, en las que conviven distintas experiencias y miradas tanto sociales como individuales. No es que el cien por ciento de los jóvenes de una generación terminen teniendo la misma actitud de revolucionar lo establecido; habrá unos que se conforman con lo que heredan de sus padres, otros que al no encontrar la vía para canalizar el ímpetu transformador se inclinan por hacer explotar los muros que los asfixian, otros que buscarán una salvación o una huida del conflicto por medio de algo químico o religioso que los saque del plano de una insatisfecha vida cotidiana y otros que logran encauzar su pensamiento y su acción como si siguieran las instrucciones de un luminoso plan proveniente del futuro.
Ejemplos abundan. Viejos compañeros de colegio que luego de haber hecho intentos varios, terminaron claudicando y postergaron sus sueños de juventud con el buen pretexto de que si “no trabajo no como” o del solemne enunciado aquel de que “las cosas siempre han sido así”. Antiguos amigos de juventud que, luego de probar todas las vías naturales o químicas de búsqueda del nirvana, descubren –con impotencia- que su experimentación liberadora terminó siendo aprovechada por los fabricantes y dealers para convertir a sus hijos en clientes consuetudinarios, agravando el problema. Coetáneos, que luego de experimentar las abundantísimas corrientes místicas que avalaron los cantantes beat y los caminos revolucionarios que abrieron los ojos sobre la injusticia intrínseca del sistema global, perdieron la mística juvenil y se transformaron ya en resignados asistentes a los Tours que esos mismos cantantes –ya septuagenarios- ofrecen regularmente o en consultores y traficantes de influencia que ofrecen sus servicios entre los antiguos camaradas del desacreditado movimiento revolucionario que hoy están instalados en el poder. No nos puede extrañar que sus hijos, que hoy tienen entre 25 y 50 años, nada quisieron saber de los intentos revolucionarios de sus padres y que sólo aspiren a gozar viajes, barrios de moda, sustancias varias y tecnología de punta intentando alcanzar una vida esplendorosa y divertida, sin las arrugas que la frustración de los sueños juveniles imprimió en los rostros paternos.
En todo lo anterior no pretendo acusar culpables ni malvada indolencia sino simple mecánica histórica. También deberíamos tener en cuenta la pericia del neoliberalismo que, gracias a sus refinados analistas, supieron cubrir el planeta con supermercados, aparatos tecnológicos de corta vida, sofisticados artículos de entretención privada y colectiva y, por sobre todo, con abundante información sobre la inevitable baja de nuestras pensiones y calidad de vida que nos caería encima si perseverábamos en nuestras ansias de libertad en vez de trabajar seria y responsablemente.
Pero hoy, ¡por fin!, vemos cómo se hacen realidad las aseveraciones de quienes advirtieron sobre el rol que le toca a cada generación. Greta Thunberg, 16 años, estudiante secundaria sueca [www.ted.com] , forma parte de la juventud que hoy se está preparando para asumir los puestos y tareas que a cada generación le toca asumir por muerte o desplazamiento de la generación precedente.
Como le sucedió a nuestra generación en su momento, ella será acusada de las peores cosas. Los “viejos”, como les decíamos entonces, defienden sus puestos y temen ser culpados por su indolencia o complicidad. Pero Greta no está sola. No sólo hay un movimiento juvenil que se está uniendo a sus demandas de acabar con el biocidio planetario y que ya se ha manifestado en más de 120 países recientemente sino que están también las mujeres, que a lo largo del año pasado (2018) demostraron su hastío y fastidio con los poderosos que aún no superan sus carencias de poder, riqueza y prestigio que los marcaron en la infancia y dura vida que les tocó en el siglo pasado, antes de la globalización de la economía, la conquista de los mercados, los paraísos de todo tipo y la hegemonía absoluta del dinero por sobre todas las cosas. Esos machos que, a pesar de todas las batallas libradas y quizás ganadas, aún no logran comprender que a las mujeres no se las ‘conquista’ y menos por la fuerza o el sometimiento.
Si levantamos la mirada, si reflexionamos por nuestra cuenta y no según la editorial de los diarios, si recordamos la belleza de esos sueños que compartimos allá en los sesenta, seremos sabios y no nos opondremos a las demandas de los jóvenes y de las mujeres. Al contrario, entenderemos que estos clamores están pidiendo por una buena vida para todos.