El autor de «La mutación como destino» (Ed. Filacteria 2018) conversó con Pressenza sobre sus proyectos, inquietudes, inspiraciones y sobre el radical cambio interno que un nortino experimenta cuando se viene a vivir a Santiago.
Por Eva Débia
Juan Manuel vivió gran parte de su vida en Antofagasta; allí, estudió periodismo en la Universidad Católica del Norte. Se define a sí mismo como un hombre normal, que a los 32 años tomó la decisión de tomar sus sueños y venirse a vivir a la capital de Chile. Sin contactos ni pitutos, el profesional se ha desarrollado tanto desde el ejercicio de su carrera como en su segunda vocación, la docencia. En una entrevista previa, Rivas sostiene que “no me preocupa el tema de ser reconocido. Trato de vivir relajado y entusiasmado con mis proyectos creativos”.
Su primer libro, «Ciudad laberinto» (Ed. Los Perros Románticos 2015), contempla en 36 poemas el impacto que implicó para el vate la llegada a una orbe fría, automatizada, esquizofrénica y naturalmente intrincada; su segunda obra va más allá dentro de la misma temática, profundizando en un dejo gatopardiano donde todo cambia, y a la vez todo sigue igual.
Actualmente, comenta que ya tiene un libro terminado, que habla del concepto del animal que está presente en todos nosotros. También se encuentra trabajando en diferentes textos para montar en teatro, y otros “un poco inclasificables. En estos momentos, además estoy trabajando en una pieza de performance teatral. La idea es moverse y estar activo siempre”, remarca el escritor.
Juan Manuel Rivas hablará sobre su obra junto al editor de Filacteria, Rodrigo Peralta, y el crítico literario Francisco Marín Naritelli el próximo jueves 21 de marzo a las 20 horas, en el café Colmado, en Barrio Lastarria (Merced 346).
¿Cómo nació «La mutación como destino»?
Como una necesidad de expresar sensaciones acerca de lo oscuro que me parecen las ciudades algunas veces. Tantos rincones, tantas historias, tantos micromundos, tanta locura acumulada conviviendo en un espacio determinado, brotó en mí la curiosidad de saber cómo nosotros enfrentamos esta vesania. Luego lo engarcé con la abrumadora tecnología que nos transforma en seres autómatas y además atenúa nuestras fracturas internas que se eternizan a través de los dispositivos. Al visualizar aquellos conceptos de la ciudad y la tecnología, decidí llevarlos más allá a un lugar más perverso, más oscuro.
¿Cómo te ha cambiado Santiago? ¿Hay una reflexión desde el cómo somos en la urbe, en tu texto?
Claro que sí; como dice un verso del libro, “la mutación ha obrado en mí”. Llegué a vivir acá a los 32 y venía con otra historia, otro objetivo, entonces me entregué a la vorágine santiaguina con todos sus bondades y defectos y resulta que crecí como hombre, como ser humano al atreverme a explorar temas míos que no había intentado de manera decidida, como por ejemplo mi deseo de ser independiente y de crear sobre todo, temática que había dejado de lado.
A tu juicio… ¿Esa necesidad fue liberadora, o esclavizante?
Para mi resultó liberadora esta transposición, pero también soy consciente de que en algunas ocasiones aprovechamos esta densidad de población en la urbe, para transformarnos en otro o -peor aún- para desaparecer. Ello, sumado a la omnipotencia de los medios y las redes sociales. El ser humano ha aprendido a crearse una imagen a su medida como una forma de hacer desaparecer sus traumas o defectos; sin embargo, todo sigue allí, aunque queramos cubrirlo con la ilusión de una metrópoli o de un artificio digital.
¿Cuál es el rol de la postmodernidad y la digitalización en tu obra?
Es muy importante, porque lo que escribo está de alguna manera anclado en la angustia de estos días. Creo que quien escribe de un modo u otro debe dejar testimonio del momento vivido, aunque haya reminiscencias del pasado en su obra. Por lo mismo, este desborde de la tecnología en la vida de las personas, refleja muy bien lo que somos hoy en día: esta necesidad de estar conectado sin duda evidencia la soledad en la que vivimos, y me parece una estupenda alegoría de lo contradictorio que somos los seres humanos (al igual que la vida).
¿Dónde buscas inspiración para escribir? ¿Qué te motiva?
La vida diaria. ¡En cualquier momento! Vas mirando por las ventanas de la micro y de repente ves una imagen que te hace tanto sentido poético que la registras donde sea: en un cuaderno, en las notas del teléfono, etc. Debo decir que también me inspira el arte en todas sus manifestaciones; la literatura, la poesía, las artes plásticas y sobre todo la música, estimulan mi creatividad en distintos niveles.
Además de periodista, haces un trabajo importante desde las aulas. ¿Cómo llegaste a la docencia?
Fue por casualidad; después de estar cesante un par de meses -cosa natural en la vida de un periodista-, un amigo me preguntó si me atrevía a hacer clases de reemplazo en una escuela básica. Dije que sí y resultó que me encantó enseñar, así que luego de eso estudié pedagogía general básica y desde ahí he seguido desempeñando la pedagogía de una u otra manera.
Trabajaste en un colegio budista… ¿Tiene esto que ver con la búsqueda del yo y del nosotros, plasmado como cambio constante, en el libro?
Sí, aunque el colegio que mencionas ya no forma parte de mi vida (me despidieron el año pasado), ahora estoy en otro, pero también con un enfoque bien especial. En todo caso, el budismo y la búsqueda espiritual claro que representan nuestra necesidad de entender por qué estamos aquí, cuál es la gracia de nacer para morir. En ese intertanto de aprender a aceptar la muerte, cambiamos y mutamos muchas veces. Claro, la idea es que uno cambie para transformarse en una mejor persona, pero hay quienes sólo quieren convertirse en otros para disfrutar otra realidad, otro placebo y ahí retrocedemos en este viaje. Lo que yo creo es que los seres humanos debemos estar en movimiento permanentemente, porque sólo así algún día llegaremos a ser eternos en la naturaleza.
¿Qué opinas de la descentralización cultural?
Creo que es un proceso necesario para aunar los distintos criterios artísticos culturales de las personas que viven en nuestro país. Hay un movimiento muy fuerte tanto en el sur como en el norte, que tienen una voz tremendamente original y que son un aporte inmenso a las letras chilenas que a veces se estancan en los mismos de siempre y que están acostumbrados a beber de las mamas de la oficialidad, de los compadrazgos.
¿Cómo calificarías el escenario poético nacional contemporáneo?
Creo que se presenta alucinante. La escena independiente cada día se toma los espacios que antes sólo estuvieron dedicados a algunos. Además, la democratización de la cultura a través de las redes sociales ha permitido conocer a cuántos autores que, sin este medio, no hubiesen sido conocidos por nadie. Incluso hay movimientos como los Instapoetas, que si bien no todos son de una gran calidad, instalan el tema de la lectura de poesía a todo nivel, abriendo la puerta a toda la gente.
¿Cómo llega la literatura y especialmente la poesía a las nuevas generaciones? ¿Tus alumnos saben que eres escritor?
Como te decía, la poesía ahora se está difundiendo por todos los mecanismos posibles y lo importante es que esta presencia es reconocida por todos. Yo siempre en mis clases trato de generar discusión en torno a la poesía, ya sea a través de la lectura de textos o de la creación de actividades más lúdicas. Personalmente, no me alumbro tanto con el tema de que soy poeta, pero a veces lo manifiesto para abordar las discusiones desde un punto de vista más cercano.