Cerca de la ciudad de Cartagena hay un pueblo llamado Turbaco. Como gran zona periférica, durante las décadas del conflicto armado, fue uno de los lugares de éxodo de los campesinos del interior azotados por el terror paramilitar. Hace veinte años nació allí la Liga de las Mujeres Desplazadas que puso en marcha varios proyectos, siendo el más famoso “La Ciudad de las Mujeres”; la comunidad de unas cien casas declaradas “feministas y pacifistas”, donde desafiando al mundo patriarcal, mandan las mujeres; las más pobres, las más excluidas, las más discriminadas. Son refugiadas de guerra provenientes de varias partes de Colombia y la gran mayoría, victimas directas.
Entre muchas actividades – visibles e invisibles para el mundo exterior – hicieron una obra de teatro sobre su historia. La presentaron en el Museo Histórico de Cartagena que en época colonial fue el Palacio de la Inquisición. Pese a los anuncios e invitaciones, el único público fueron los familiares de las actrices, los pobres, mil veces más extranjeros en el glamoroso corazón de Cartagena que las turbas de turistas de todo el mundo. A la presentación tampoco llegaron autoridades, dejando muy en claro que los problemas de las víctimas son no mas que problemas de las víctimas en un país donde los paramilitares siguen matando a los lideres sociales, mientras el gobierno hace trizas el reciente acuerdo de paz, tan aplaudido y publicitado en todo el mundo.
Tuve el honor de acompañar los ensayos y la presentación de la obra y lloré cada vez, viendo cómo el teatro deja de ser teatro.
Esta es la conversación con Yohandra Iriarte – directora y coreógrafa, una muchacha cartagenera, actriz, activista y soñadora, que lucha por un mundo mejor.
YI: Mi nombre es Yohandra Iriarte Vega, tengo 23 años. Soy abogada de profesión y soy fiel creyente en los derechos humanos. Mi relación con los movimientos sociales empezó a los ocho años; tengo una tía bastante impertinente y con ella de la mano recorríamos organizaciones sociales y juveniles. Actualmente estoy trabajando en Mujeres Espejo. Asesoramos a mujeres víctimas, principalmente de violencia sexual y tenemos una alianza con una plataforma mucho más grande que trata el tema de la violencia sexual dentro del conflicto armado. Así conocí a la Liga de las Mujeres, porque en Colombia existe esta dinámica de trabajar en red. Las pequeñas organizaciones se van aliando y armamos grandes plataformas. Nuestra meta a partir de 2015 fue participar en la preparación de nuevas leyes para apostar por la paz y ahora estamos con las victimas del conflicto armado.
Pressenza: ¿Cómo empezaste a la edad de ocho años?
YI: Desde muy chica me decían que yo era una viejita. Me costaba entenderme con niños de mi edad. Como no jugaban conmigo, me deprimía un poco. Y encontré en mi tía y mi abuela, dos amigas aliadas. Ellas se reunían con las mujeres que para mi eran señoras grandes, y me acogieron como si fuera una más. Eso me permitió aprender y ver cosas que normalmente no corresponden a esa edad. Además la gente que está como en el limite de su tiempo, reflexiona, piensa qué hacer, cómo, para qué y qué quieren de la vida. Los espacios de mi tía eran espacios políticos, de cultura, donde yo también tuve voz. Cuando cumplí diez años hice mi primer diplomado que se llamaba “las mujeres toman la palabra”, y así de a poco me iba encontrando con gente maravillosa…
Pressenza: ¿Cual es tu recuerdo más fuerte de esos tiempos?
YI: El del arresto de mi papá cuando tenía como seis. Fue por homicidio y la familia de la persona que habían asesinado afirmaba que no era mi padre, porque se dieron cuenta quien lo hizo. Pero la justicia es muy extraña. Lo liberaron por inocente, pero al parecer no cerraron el archivo. Y muchos años después yo venía con mi mamá y mi papá, y a él lo estaban esperando en la esquina de donde vivíamos. Mi papá me agarraba de un brazo y mi mamá del otro y de repente un montón de policías se abalanzan sobre él y se lo llevan. A mi mamá la empujaron y separaron de mi y me entregaron a una señora que yo no conocía. Creo que ahí nace mi primera rebeldía…
Pressenza: ¿A que edad y cómo te enteraste de la guerra en Colombia?
YI: Mis padres siempre fueron revolucionarios. Vivíamos muy cerca del fenómeno del paramilitarismo. Pelados desparecían, los mandaban a las fincas lejanas, luego volvían con un montón de plata e incluso con capital suficiente para comprarse un carro. La gente no entendía, ¿qué te fuiste a hacer por seis meses? Muchos de ellos nunca regresaron. Algunas madres fueron a buscarlos. Así se fueron destapando pesadillas. Uno de los muchachos confesó que se lo llevaron para matar gente, los convertían en paramilitares. Descubriendo esto, buscamos otros medios de información, porque ya veíamos que nuestros noticieros no eran confiables. Luego empezamos el trabajo comunitario en zonas donde llegaban los desplazados. Y ahí nos encontramos con historias… me preguntaba, ¿eso reamente pasa? Porque incluso lo poco que nos contaban – muchos todavía no son capaces de contarlo todo – era tremendo… Por ejemplo, en una de nuestras actividades rutinarias, una niña de doce años propuso hacer una oración. Otra niña sale y dice, yo no voy a orar porque no creo en Dios. Me acerqué y empezamos a hablar. Ella de a poco me contó. Cuando tenía seis, a su casa llegaron grupos guerrilleros. Venían grupos paramilitares, tocaban la puerta y tú les tenías que cocinar, servir. Pero si un grupo de guerrilleros se enteraba que hacías eso, creían que estabas a favor de ellos y te ganabas un enemigo. Pero si no permitías que los otros entraran, lo más posible es que lo hicieran a la fuerza, era un riesgo total. Venga quien venga, tu casa estaba en servicio de la guerra. Así un paramilitar observó que la familia de esta niña había colaborado con la guerrilla, y quedaron marcados. Cuando le mataron a su mamá, se escondió bajo la cama, le mataron al papá, incuso su hermanito también recibió un disparo y ella estaba escondida. Los paramilitares se fueron y de repente se devolvieron a buscar algo, cuando ella había salido del escondite. Cuando la vieron, tres la abusaron sexualmente. Ella jamás perdonó a Dios. Por qué Dios permitía eso, si lo único que ella hacía era confiar en Él. “Yo siempre me porté bien, y mi mamá me decía que si confías en Dios y rezas, nunca te va a pasar nada malo”, decía. Otra situación, de una de las mujeres de San Juan. Es una zona de muchas matanzas. Una madre en búsqueda de su hijo atravesó las selvas completas y se presentó a uno de los jefes guerrilleros. Le dijeron: no te preocupes, tu hijo está en tu casa. Se calmó un poco y cuando volvió, encontró en la casa a su hijo… muerto y descompuesto.
Pressenza: Seguramente hay muchísimas historias como esa. Es un tema que genera bastante confusión. ¿Crees que la guerrilla y los paramilitares eran prácticamente lo mismo, o hubo entre ellos alguna diferencia sustancial?
YI: Claro que hay diferencia. Los paramilitares hicieron cosas aberrantes. Ningún crimen de la guerrilla – que también hubo muchos – se podría comparar. La guerrilla surgió a raíz de una causa justa y tenía sus ideales de cambiar el país. Los paramilitares fueron grupos que creó el Estado para deshacerse de los campesinos que apoyaban la guerrilla. Lo que movía a los paramilitares era el dinero y el poder. No tenían ningún otro ideal. Es el caso de la deshumanización más extrema a que puede llegar una persona. Consideraban la guerra como un juego. Matar era un juego. Las masacres más grandes en la historia de Colombia fueron cometidas por los paramilitares. La guerrilla también cometió crueldades injustificables. Pero en los territorios bajo control guerrillero se hicieron cosas para la gente; construyeron caminos, distribuyeron alimentos, medicinas, se colocó agua para la comunidad… Lo único que hicieron los paramilitares fue sembrar terror. Y muchos de ellos – que eran pelados pobres de las zonas periféricas que los reclutaron a la fuerza y obligaron a convertirse en bestias – se volvieron locos. Y no son solo cosas del pasado. Siguen sembrando terror, es lo único que saben hacer…
Pressenza: ¿Por qué este gobierno está saboteando el proceso de paz, firmado con la guerrilla?
YI: Al poder no le conviene la paz. Le quitaría poder absoluto a un pequeño sector privilegiado. La paz verdadera implica más recursos para la educación, para la salud. Más educación implica más rebeldes y menos gente bruta y dócil. Un país educado no va a elegir a los mismos que nos han dominado y nos han explotado, no va a permitir el saqueo y la destrucción de nuestros recursos naturales como ahora se está haciendo, ni que se desvalorice la enorme riqueza cultural y humana de nuestros pueblos indígenas y las comunidades afro.
Pressenza: Cartagena es el símbolo del turismo en Colombia. Todo está armado para no ver nada de lo que podría incomodar al turista. Llegando del aeropuerto, la ciudad amurallada te presenta una Colombia ficticia, donde entra mucha plata para beneficiar a los pocos de siempre… la plata que no se nota si nos alejamos solo unos minutos de la ciudad amurallada… ¿Cómo funciona eso?
YI: Cartagena es una cuidad a la que le encanta que el rico esté bien, da todas las facilidades para eso. La grandes industrias hoteleras no pagan lo que deberían en impuestos. Los restaurantes que se ven en el centro deben pagar por usar un espacio público que es patrimonio, pero no lo hacen. Cartagena no es solo una vitrina, está aún colonizada. Si vas a un barrio periférico, pregunta a un niño, cuántas veces estuvo en el centro histórico. Pregúntale por cualquier sitio o monumento del centro. No va a tener ni idea. En general, Cartagena no es una ciudad de los cartageneros. Es una vitrina para turistas. Los dueños de todo son como siete familias, con nombres y apellidos. Son los mismos que montan a los congresistas. Dentro de la ciudad amurallada no se ven los pobres porque a los turistas no les gusta, les incomoda compartir un espacio con personas que no son como ellos. Para eso están las fuerzas de orden. Cuánto puede ganar una persona que trabaja en la playa, en un día? Entre unos 100 mil y 200 mil pesos (aprox. entre 30 y 60 dólares – O.Y.). Son como cuatro días de salario normal de trabajo. Eso se gana vendiéndoles a los turistas lo que sea. Se trabaja así unos tres días, porque los cuatro restantes son para tomar y rumbear. Y sus hijos pasan hambre. Las mujeres que hacen trenzas para turistas también ganan bien, incluso varias se prestan para el turismo sexual. Está de moda – y es un tema fácil para los medios – hablar del turismo sexual. El turismo sexual aquí en la costa está muy naturalizado, empieza muy temprano, las cifras de embarazo adolecente e incluso infantil son abismales. En la mayoría de la casas más pobres, el cuarto de la familia es uno solo. Los padres tienen sexo al lado de los hijos, porque hay una sola cama. Los niños sienten curiosidad e imitan; es común que los niños estén jugando a “las casitas” imitando las relaciones sexuales. A mi no me tocó eso, porque mi padre viene del interior y no es normal allá. Pero aquí la forma de bailar, de vestir y la misma cultura es muy machista y desde chico te hace actuar de una forma exageradamente sexual. Culturalmente es normal que los hombres mayores pretendan a las niñas. Por lo menos un hombre de dieciocho con una peladita de trece es muy común. Estudiar no es prioridad. La educación pública es un desastre. El colegio no da ninguna motivación y así la cadena de la pobreza no se rompe.
Pressenza: ¿Cual es tu proyecto? ¿Qué pretendes, con qué sueñas?
YI: Quiero seguir educándome y participando en proyectos de los otros, porque de los demás aprendí lo mejor. Decidí estudiar derecho por la historia de mi papá. Entré a los quince en la Universidad y terminé a los veinte y dos, sacando mi título de abogado. Pero lo que más me gusta es el arte. Sobre todo el teatro. Conocí en Bogotá un grupo que hacía un teatro diferente. Aquí estábamos acostumbrados a lo contestatario, de protesta, que era de comunidades, muy crítico con el sistema y el gobierno, pero bastante plano, básico y literal. En este grupo conocí a un director maravilloso que me hizo ver el arte de otro modo, como algo más cercano, humano e integro, diferente del mundo hipócrita de las elites artísticas. Luego nos enseñaron algunos elementos del teatro foro. Se trabaja directamente con las comunidades y las personas expresan realidades cotidianas de su vida y situaciones de su entorno. Los espectadores que son parte de la misma comunidad se convierten en los espectactores y pueden intervenir para transformar la realidad. Los resultados potencian o solucionan problemas. Pero eso ya no depende de uno y lo decide la propia comunidad. Empezamos a hacer esto como voluntarios y tenemos unas experiencias hermosísimas. La comunidad donde trabajamos se considera “en riesgo”. Hay mucha precariedad, violencia, trabajo sexual, delincuencia común… y creo que nuestro trabajo generó algunas transformaciones. Nos permitió también conocer a Patricia Ariza del teatro La Candelaria, un teatro icónico en Bogotá. Ella tiene una experiencia única, cuando existió la zona del despeje en el Caguán (durante el anterior y frustrado intento de acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, del gobierno colombiano declaró en el 1998 en la zona del departamento de Caquetá, alrededor de la ciudad de San Vicente del Caguán una amplia zona de distención, libre de las fuerzas militares – O. Y.), ella llevó su teatro para allá. Hubo un movimiento de artistas que trasladó su trabajo a los territorios despejados. Con este nuevo proceso de paz, tienen un trabajo maravilloso con las mujeres del partido FARC. Llegué a trabajar con ellas también y fue genial. El arte transforma. Soy una fiel creyente de eso. Uno parte de una creación individual, pero para lograr transformaciones la creación tiene que llegar a ser colectiva.
Pressenza: ¿Como fue el proceso de tu trabajo con la Liga de las Mujeres?
YI: Me pidieron ayudar con elementos técnicos, yo no quería darles demasiadas indicaciones porque esto las convertiría en unas robotcitas. Empezamos con ejercicios a modo de juego. Primero les pedí que escribieran sus memorias, lo que les costaba expresar con palabras. Y después, les propuse que moldearan sus historias, reconstuyendo con memoria de sus cuerpos lo que les pasó. Hubo muchas lágrimas, recuerdos y también comprensión que estas historias que parecen ser tan individuales y fuertes, también forman parte de una historia colectiva. Porque les pasó a muchos. También era importante el juego con el cambio de roles, pasando de ser de victima a agresor, de una comunera a un sujeto armado que entra a la comunidad. Primer trabajo fue abrir las heridas, liberar y soltar lo contenido durante años. Luego superar, resignificar, para que la memoria y el dolor de ayer no se interponga en la vida de hoy. Ellas buscaron y eligieron una canción que se llama “cicatriz en la memoria”. Todo lo que salió en la obra, salió del corazón. Ya no es teatro, es una manera – quizás la única – de contarnos su vida.