Edgardo Pérez representa un momento importante de mi vida en el Humanismo.
Fue gracia a el, después de un seminario, en el local de entonces del Partido Humanista, en Florencia, en el año 1985, que me di cuenta que había llegado al lugar correcto, que ese era el lugar para quienes estaban tratando seriamente de cambiar el mundo. Fue un seminario sobre Psicofísica, sobre cómo estar en el mundo. Una pieza importante de la propuesta humanista para cambiar al individuo y a la sociedad simultáneamente.
Edgardo representaba ese ideal de persona que yo buscaba: irónico e irreverente, agudo y sin un dejo de seriedad. Esas personas «irregulares» que hacen a la humanidad más bella, menos predecible. Aquellas personas que la humanidad necesita irremediablemente para avanzar.
Como el héroe de estos tiempos, viajó a regiones inexploradas. Hay tanto del humanismo africano que lleva su huella! Allí donde lo llamaban «el hechicero blanco»… El primer Centro de las Culturas, organizado por él desde un local destartalado de Milán, para insuflar la idea de un mundo multicolor, acogedor y solidario, aún tan necesario, fue una loca empresa cultivada en los años 90 del siglo pasado. En tiempos en que no primaba la sospecha.
El hechicero partió para su nuevo viaje, sabiendo que había dejado buenas semillas en esta Tierra. Nos aseguraremos de que broten y crezcan como merecen.