El otro día soñé que Piñera me invitaba a almorzar con Bolsonaro. Sorprendido por la invitación, no sabía qué hacer, si aceptar o no. Mal que mal, era un honor recibir una invitación de un Presidente de la nación, una institución republicana, y más encima para agasajar a otro Presidente de un país hermano que accedió a la primera magistratura mediante el voto popular, no por la vía de un cuartelazo de madrugada.
Me desperté pensándomela, con reflexiones entrecruzadas, hice consultas a moros y cristianos y resolví que si el sueño se cumpliera, no asistiría, en consideración a las características del invitado de honor.
Sus declaraciones reflejan un ideario, una manera de pensar, que no solo no comparto, sino rechazo íntegramente. No se trata de la incapacidad para compartir con alguien que piense diferente, porque lo hacemos todos los días. Trabajamos, discutimos, conversamos, dialogamos diariamente con todo tipo de personas sin importar sus ideas. Es parte de una convivencia democrática, abierta. Distinto es el caso de un personaje cuyos dichos lo delatan de cuerpo entero.
En una entrevista televisiva en el año 1999 afirmó estar a favor de la tortura. El 2003, siendo diputado, mientras abordaba un proyecto de ley sobre la violación, a una diputada del Partido de los Trabajadores (PT) le dijo que si él fuera violador, no la violaría porque no se lo merecía.
Pero el rosario de declaraciones no se detiene acá. Su postura en relación al homosexualismo quedó de manifiesto en el 2002 cuando afirmó que «no voy a combatir ni discriminar, pero si veo a dos hombres besándose en la calle, los voy a golpear». Lo que reafirmó en el año 2011 al sostener, sin arrugarse siquiera, “que si tuviese un hijo homosexual, preferiría que se muriera en un accidente”.
En otra entrevista, declaró que no emplearía a hombres y mujeres por el mismo salario. Su racismo quedó al desnudo al afirmar que sus hijos no se enamorarían de una mujer negra, que ese riesgo no existía porque fueron muy bien educados.
Más recientemente, en el 2017, se confirmó ese racismo, al igual que su postura frente a la paridad de género, al sostener que no es cuestión de colocar cupos de mujeres, porque “si ponen mujeres porque sí, van a tener que contratar negros también”. A ello agrega que gastan más de mil millones de dólares al año en brasileños de ascendencia africana que no hacen nada.
Su política de seguridad para el abordaje de la delincuencia es de una simplicidad espantosa y que para no pocos resulta encantadora. El año pasado, en el marco de la campaña presidencial, en referencia a los seguidores del PT, afirmó que “hay que dar seis horas para que los delincuentes se entreguen, si no, se ametralla el barrio pobre desde el aire».
Por otro lado, defiende la pena de muerte y el rígido control de la natalidad, “porque veo la violencia y la miseria que cada vez se extiende más por nuestro país. Quien no tiene condiciones de tener hijos, no debe tenerlos». Postura asumida en 1993, en el parlamento brasileño, como diputado. Mal que mal, Bolsonaro no es ningún aparecido, es un político de tomo y lomo, que ha sido parlamentario por más de 30 años.
Su mirada respecto del mundo laboral y empresarial se delatada en el año 2014 con la frase «es una desgracia ser patrón en este país, con tantos derechos para los trabajadores», que lo retrata de cuerpo entero.
Su respeto por la democracia, lo republicano, queda de manifiesto cuando en el 2016 sostuvo que «el pobre solo tiene una utilidad en nuestro país: votar. La cédula de elector en la mano es diploma de burro en el bolsillo. Sirve para votar por el gobierno que está ahí. Sólo sirve para eso y nada más». Su pensamiento en torno a la democracia se ve corroborado al declarar que «A través del voto, no va a cambiar nada en este país. Solo va a cambiar, desafortunadamente, cuando nos partamos en una guerra civil».
Y su admiración por la dictadura brasileña de los años 70 con dos frases de antología, una en 1999: «Deberían haber sido fusilados unos 30.000 corruptos, empezando por el Presidente Fernando Henrique Cardoso», y la otra hace un par de años, en el 2016: «El error de la dictadura fue torturar y no matar».
Tan cristianas frases se ven confirmadas en una conferencia del 2017 cuando declara «Dios encima de todo. No quiero esa historia de estado laico. El estado es cristiano y la minoría que esté en contra, que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías».
Como puede verse, todas frases para el bronce. Tanto Hitler, como Stalin, Idi Amin y tantos otros innombrables, deben estar revolcándose en sus tumbas de felicidad ante tamaño heredero.
En consideración a lo expuesto, con independencia de la importancia de Brasil, del peso del comercio exterior y la tradicional amistad que liga a nuestros dos países, decidí rechazar la invitación a almorzar con Bolsonaro no obstante haya sido elegido Presidente. Confieso que no me costó tomar la decisión. Espero vuestra comprensión.
A mi modo de entender, no fue elegido por estas posturas sino que por haber aprovechado el rechazo a la corrupción generalizada que atraviesa la política brasileña; y porque el candidato que iba punteando en las preferencias de voto, Lula, haya sido dejado fuera de carrera por quien hoy es el ministro de justicia de su gobierno.
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