En Albania, las protestas contra el gobierno no son algo inusual; por el contrario, son casi diarias, tanto por parte de la oposición como de otros grupos de ciudadanos. Los primeros suelen estar de acuerdo y los segundos, cuando sus líderes no son elegidos, terminan en el olvido.

Un poco de historia

El 21 de enero de 2011, la oposición albanesa, encabezada entonces por Edi Rama, líder del Partido Socialista Albanés y actual primer ministro, dirigió una manifestación contra los palacios de poder y contra el gobierno de centro-derecha encabezada por el primer ministro Sali Berisha. El motivo era el mismo, una corrupción generalizada dentro de los organismos del Estado, con la diferencia de que entonces salimos impunes con cuatro muertes , primero negando que fuera culpa del gobierno, luego admitiéndolo e incluso dando una recompensa a todos los miembros de las fuerzas policiales que estaban de servicio ese día.

Pregunta número uno: ¿Son corruptos Edi Rama y su gobierno?

Sí. En los últimos años, han salido a la luz las implicaciones de los miembros del gobierno en el comercio internacional de drogas, en contratos fraudulentos, concesiones de recursos minerales dadas por unos pocos centavos a compañías hipotéticamente extranjeras que estaban encabezadas por fugitivos que entonces estaban cerca del gobierno. Por último, pero no menos importante, las investigaciones sobre el alcalde de Durres (la segunda ciudad más grande de Albania), que está acusado por sus relaciones frecuentes con la mafia y la venta de votos.

Pregunta número 2: ¿Fue corrupto el gobierno de Sali Berisha en 2011?

Sí. Mire arriba, cambio de nombre, pero nada más. Entonces, ¿por qué están Berisha y su familia en la plaza? El PD (que en Albania es el partido de centro-derecha) sale a la calle simplemente porque no puede hacer otra cosa: están tan involucrados en movimientos turbios dentro del país que intentan establecer un tono renunciando en bloque a sus mandatos parlamentarios, para que el Parlamento no puede tener el quórum para continuar con su trabajo. Y en todo esto protestan, queman llantas, rompen un par de ventanas (nada que no pueda ser combatido por un par de horas de chalecos amarillos en un sábado en Paris) y siguen exigiendo la dimisión del gobierno.

Quien está en medio es la población albanesa y su desconfianza cada vez más marcada hacia un liderazgo político irremediablemente comprometido, hasta el punto de que más del 70% de los jóvenes no ven un futuro en su propio país.

Pero no se puede decir que la situación actual sea simplemente culpa de una institución comprometida. Toda la población tiene una gran parte de responsabilidad (o casi todos, especialmente aquellos que ya eran adultos durante la caída del régimen de Hoxha). Son

culpables de haber botado al niño con agua sucia y de haber negado todo lo bueno que el régimen anterior le había dejado como legado, sobre todo el bien común y la solidaridad.

Un empuje individualista en un país de capitalismo salvaje ha significado que los corruptos en el gobierno eran en gran medida una mera representación de sus corruptores, de ese albanés promedio que entrega un billete de mil leks al policía por una multa que se merece, de ese estudiante que pone un sobre en las notas de un profesor por un examen que no merece aprobar, de ese empleado que para un ascenso a la agencia de cobranza de Durres (Tatim Taksat) le da a su jefe una bolsa con de 3,5 mil euros adentro.

Es nuestra culpa.


Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide