Por Colectivo Presencia y Palabra
Hoy conmemoramos un nuevo 8 de marzo, y este año nos sentimos diferentes, no porque hayan acabado los feminicidios, ni las prácticas y expresiones racistas; sino porque este año, somos más mujeres negras y afrodescendientes las que estamos reconectando, creando y resistiendo juntas. Lo hemos dicho varias veces y lo diremos cuantas veces sea necesario, la discriminación, el sexismo y el racismo impactan profundamente en las vidas de las mujeres negras y afrodescendientes.
Ser mujer negra y afrodescendiente, muchas veces, duele; porque duelen todas las miradas, voces y condiciones de vida relegadas y que no se quieren mirar. Por primera vez en el Perú, contamos con información censal sobre nuestras condiciones de vida, y aún cuando sabemos que somos más, en la actualidad somos el segundo pueblo con mayor presencia y autoidentificación en el Perú, después del pueblo Quechua. Sin embargo los resultados censales no dejan de ser menos dolorosos, nuestras condiciones de pobreza y falta de acceso a la educación son condiciones que inmovilizan nuestro derecho a una vida plena. Así cuando vemos cifras sobre educación superior, nos encontramos que 11.5% de las afroperuanas cuentan con educación universitaria completa, porcentaje mucho menor respecto de las que se autoidentifican mestizas (21.7%) y blancas (21.3%).
Ya lo hemos dicho y lo volvemos a decir: ser mujer negra y afrodescendiente duele, así a diferencia de la distribución nacional de la población por género (51% mujeres vs 49% de hombres), las afrodescendientes y negras sólo representamos el 46% de nuestra población y estamos seguras que no es que nacemos menos mujeres negras y afrodescendientes, sabemos -porque lo hemos vivido- que reafirmar nuestra negritud y afrodescendencia, en cuerpos de mujeres, es reconocer todas las violencias que golpean sobre nuestros cuerpos, es reconocer todo el acoso, la pobreza, el limitado acceso al empleo vivido; es que ronque en el pecho la violencia racista vivida en las escuelas, en las calles, en los medios de comunicación, en los libros de historia, en la invisibilización ante el Estado y que se mantengan con completa impunidad. En ese escenario la participación política se traduce en una expectativa que no siempre aparece como el principal punto de agenda de las afroperuanas, la pobreza, la explotación, el mal acceso a la educación, el limitado y violentado acceso a la salud y empleo se traducen en demandas importantes que insistimos limitan nuestro derecho a participar en la vida política del país. Hoy exigimos que el país se repiense y replantee la gestión pública estatal para atender de manera específica nuestras demandas y necesidades más sentidas.
Durante este año se han visibilizado diferentes experiencias de violencia que también vivimos las mujeres afrodescendientes y negras, incluso registrando el feminicidio de Ingrid Arizaga, así como denuncias de violencia machista y racista por parte de otras hermanas. Hoy continuamos poniendo sobre la mesa la gravedad del racismo, violencia racial y su impunidad en una sociedad que normaliza y sostiene estas prácticas. Tan grave como la ausencia de una política de atención de la discriminación y el racismo que permita su prevención, atención y sanción en el país; no basta un proyecto de ley, Presidente Vizcarra, necesitamos su aprobación e implementación de manera urgente y que garantice un adecuado abordaje de la discriminación y el racismo con enfoque de género.
Hoy volvemos a las calles, volvemos juntas, hermanadas, cuidándonos y tejiendo nuestra resistencia, para seguir poniendo el cuerpo, las ideas, la música, las voces para exigir que el Perú cumpla con el resguardo y justicia ante los actos de violencia que vivimos cotidianamente, reportando con certeza, con visibilidad étnica-racial, la violencia sostenida por más de cinco siglos. Nosotras seguiremos construyendo desde nuestras historias cargadas de resistencias y luchas, que empezaron con aquellas esclavizadas que armaron las rutas y caminos por donde nuestras abuelas y madres nos enseñaron a andar y en las que nos hemos encontrado, construyendo nuestras propias revoluciones, nuestro camino en el afrofeminismo, desde historias diversas pero articuladas en el mismo grito: “el feminismo será antirracista o no será”.