El internacionalista, comunicador y ex director del Observatorio Latinoamericano de Comunicación, Oscar Lloreda, comparte sus opiniones sobre los últimos acontecimientos en Venezuela y advierte que la “ayuda humanitaria podría servir para crear el «casus belli”

Caracas, 08/02/2019

Venezuela enfrenta hoy uno de sus momentos más difíciles de la historia contemporánea. Estados Unidos y sus aliados se han incorporado abiertamente a la disputa por el poder político-institucional del país, a través de su apoyo a un gobierno interino sin poder fáctico y soportado jurídicamente por una controversial interpretación de la Constitución de la República. Mientras tanto, la mayoría de la población venezolana parece estar expectante, incluso alejada de la diatriba política y ocupada en resolver la cada vez más difícil situación cotidiana afectada por un largo proceso inflacionario que ha disminuido sustancialmente la capacidad de compra de los venezolanos.

Estados Unidos y sus aliados, con amplio apoyo de las grandes transnacionales de la comunicación, han posicionado un discurso que gira en torno a dos ideas fundamentales: violación de derechos humanos y escasez de alimentos y medicamentos en Venezuela. La solución propuesta es clara: un cambio de régimen político y de gobierno. El primer paso propuesto públicamente para lograr ese objetivo es la “ayuda humanitaria”, el segundo, unas nuevas elecciones presidenciales.

Por su parte, el gobierno venezolano, liderado por el presidente Nicolás Maduro, ha denunciado desde al menos el año 2014, un proceso de intervención velada sobre la economía venezolana que opera fundamentalmente sobre la tasa de cambio, es decir, el precio de las divisas –en este caso el dólar-, bajo una estrategia similar a la utilizada en la República de Weimar y en la Nicaragua de los años ochenta, entre otros casos de asedio extranjero a economías nacionales; por otro lado, el gobierno denuncia un bloqueo sistemático para la compra de bienes en el exterior y, en particular, para la adquisición de alimentos y medicamentos.

Venezuela parece haber estado al acecho desde la llegada del presidente Chávez al poder en 1999. Tan solo tres años después, en abril de 2002, un golpe de Estado lo desplazó del poder por unas 48 horas, durante las cuales se juramentó un nuevo presidente, Pedro Carmona Estanga, representante de la cámara de empresarios, apoyado por Estados Unidos y sus aliados en la región, así como Europa, en una situación que muchos comparan con la actual. Ese mismo año, más de 100 militares de mediano y alto rango se declararon en desobediencia contra el presidente Chávez, mientras paralelamente se adelantaba un paro patronal y petrolero, que duró dos meses y que afectó profundamente la economía venezolana.

Sobre estos escenarios y sus posibles derivaciones, el Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica (FCINA) ha compartido un ameno y constructivo diálogo con el internacionalista y experto en Comunicación Política, Oscar Lloreda, quien actualmente coordina el Observatorio Geopolítico de América Latina y El Caribe en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), en Caracas, Venezuela.

FCINA: Las declaraciones realizadas por miembros del gobierno estadounidense durante los últimos días apuntan a una “intervención militar en Venezuela”.  Hasta ahora, cada vez que el presidente Chávez o el presidente Maduro habían señalado esa posibilidad, algunos medios hablaban de “paranoia” ¿Qué tan probable e inminente es el uso de la opción militar en  Venezuela?

OLL: Todo parece indicar que la estrategia de Estados Unidos y sus aliados se concentra actualmente en dos dimensiones:  a) asfixiar la economía venezolana y b) aislar diplomáticamente al país. Así lo demuestran sus principales acciones: embargo o confiscación de activos y cuentas del Estado venezolano en el exterior; bloqueo a las transacciones financieras relacionadas con Venezuela; reconocimiento de un gobierno interino; deslegitimación internacional del gobierno de Nicolás Maduro; y posicionamiento del tema Venezuela en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, entre otras. De modo que parece haber una apuesta, al menos en un primer momento, por provocar un colapso interno a partir de presiones externas; esto es, llevar la situación a un extremo insostenible que provoque la división, dispersión o rendición de las fuerzas que hoy defienden el Proyecto Bolivariano.

Leído bajo esta clave, las declaraciones belicistas del gobierno estadounidense y del senador Marco Rubio, forman parte de una operación psicológica cuyo objetivo es catalizar el proceso de división, dispersión o rendición, a partir de una narrativa catastrófica que obligaría a los sectores más “sensatos” a tomar posiciones “despolarizantes” para evitar la guerra.

FCINA: Entonces, siguiendo tu planteamiento, ¿el discurso de la guerra más que a una opción real obedece a un teatro de operaciones que busca lo que algunos llaman el “quiebre” de las fuerzas chavistas y, en particular, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB)?

OLL: Es un discurso de doble propósito. Hay que recordar que se juega en diferentes tableros interseccionales y simultáneos. En el corto plazo pretende horadar la base de apoyo del gobierno de Nicolás Maduro, proyectando un futuro incierto que nadie desea, asociado a las figuras de Siria, Libia e Irak en el imaginario más reciente. Ese discurso bélico obligaría al gobierno a hacer todo lo que esté a su alcance para evitar la catástrofe de la guerra, y eso incluiría un “deber de claudicación” como último recurso. Lo que se esconde detrás de este razonamiento es una transferencia de responsabilidades, es decir, el que ataca y amenaza, Estados Unidos, transfiere la responsabilidad del ataque al Estado bajo amenaza, Venezuela. De manera que el culpable de la guerra ya no sería quien agrede, sino el agredido.

En ese sentido, el discurso de la guerra de los últimos días configura y posibilita un escenario real de intervención militar en Venezuela, pero esta opción no parece inminente aunque sus  probabilidades aumentan con el paso del tiempo. Es un discurso cuyo objetivo es encubrir los intereses detrás de la “ayuda humanitaria” y transferir las responsabilidades de la guerra en caso de que sea necesaria.

FCINA: Justamente, Estados Unidos y sus aliados insisten en la necesidad de llevar “ayuda humanitaria” a Venezuela. Ya sabemos que bajo esa bandera se ha procedido a intervenir militarmente otros países ¿Qué se puede esperar de esta intención “humanitaria” de Estados Unidos y sus aliados? Más allá de los intereses en pugna, ¿Requiere Venezuela una asistencia de este tipo?

OLL: Tomando en cuenta la historia, resulta difícil esperar algo positivo de las motivaciones “humanitarias” de Estados Unidos. Existe abundante bibliografía que da cuenta de la asociación existente entre la guerra y los conceptos de “democracia”, “libertad” y “ayuda humanitaria” enunciados por Estados Unidos. Sería un error no estar advertidos del uso de estos constructos en la historia contemporánea, así como olvidar el rol que cumple en la política exterior estadounidense el complejo militar-industrial.

En el caso venezolano, la “ayuda humanitaria” bien podría servir –una vez más- para producir la anhelada “casus bellis”. A partir de un relato mediático que aboga por las “víctimas” de la escasez de alimentos y medicamentos en Venezuela, el intento de ingreso de estos contingentes no autorizados por el gobierno de Maduro ni por los organismos internacionales y multilaterales facultados para tal fin, pero solicitados por el gobierno interino reconocido por Washington, podría conducir a un enfrentamiento armado cuyo desenlace podría ser una orden Ejecutiva para la guerra contra Venezuela, con la anuencia de dos países limítrofes: Colombia y Brasil.

Empero, esta acción sólo tendría sentido si se trata de una “ayuda humanitaria” dirigida unilateralmente por Estados Unidos. De modo que, entre otras fórmulas, el gobierno de Maduro tiene la opción de considerar una acción diplomática que permita el acceso de cualquier donación o ayuda bajo la bandera o acompañamiento de un organismo multilateral y neutral, que garantice el control y la no intervención en asuntos internos tal como lo ordenan los principios de la ONU que hablan de “Humanidad, Neutralidad, Imparcialidad e Independencia Operativa” en los procesos de colaboración entre los Estados asociados.

FCINA: ¿Y la aceptación de esta ayuda no sería una aceptación implícita del estado de necesidad?

OLL: Ese sería un costo menor y simbólico comparado con los costos de la guerra. Como sea, la aceptación de la ayuda o donación estaría asociada, en este caso, a una gestión para neutralizar las estrategias de guerra estadounidenses. En ese sentido, las acciones del gobierno del presidente Maduro deben encaminarse a “trancar el juego” cada vez que la siguiente jugada es la guerra; y para ello se requiere de mucha inteligencia, prudencia y trabajo político y diplomático. No se puede evitar una guerra sin ceder ninguna posición. Esta no es la única opción disponible pues el derecho internacional asiste a Venezuela, pero es una opción que, en última instancia, podría desactivar el dispositivo bélico asociado a la “ayuda humanitaria”.

También debemos señalar que Venezuela ha sido duramente golpeada en los últimos años por una crisis que tiene un componente fundamentalmente externo pero que también encuentra sus raíces en la ausencia de decisiones oportunas, efectivas y eficientes para enfrentar un ataque económico anunciado y denunciado por largo tiempo. Por ejemplo, la calidad del servicio en el sistema público de salud (recuperado en la década anterior después de los proyectos privatizadores de los años noventa) se ha visto afectada y disminuida si se compara con la situación de algunos años atrás, sobretodo en cuanto a la capacidad de respuesta y disponibilidad oportuna de materiales y medicamentos. Sin embargo, la situación real no justifica ni mucho menos constituye un estado de emergencia humanitaria, como efectivamente existe actualmente en otros países del mundo e incluso de la región que no están sometidos a escrutinio ni injerencias extranjeras.

FCINA: Si la “ayuda humanitaria” forma parte de un “constructo” usado reiteradamente para la intervención en otros países, significa que esta no es la causa principal ¿Cuáles serían las motivaciones reales de esta intervención política, económica y –presumiblemente- militar en Venezuela? Muchos analistas señalan que la importancia de Venezuela para Estados Unidos está relacionada con el petróleo, pues se trata del país con mayores reservas en el mundo; otros, por su parte, apuntan que Venezuela es una pieza más dentro de la disputa geopolítica que hoy involucra a Estados Unidos, Europa, Rusia y China, entre otros.

OLL: Me gustaría responder esta pregunta de una manera provocadora: Ni geopolítica, ni petróleo, lo de Venezuela es un acto ejemplarizante. No encuentro evidencias para sostener suficientemente ninguna de las otras dos hipótesis, lo cual no quiere decir –por supuesto- que resulten marginales a la hora de comprender lo que ocurre en Venezuela, sin embargo, se ven excedidas por la realidad, de modo que hay un componente definitorio más allá de ellas. Sin duda, los recursos naturales de Venezuela y la influencia de Rusia y China son un factor determinante, pero la agresividad con la cual se ha trabajado el tema de Venezuela tanto mediática como política, económica y diplomáticamente hace pensar que existe una especie de “pase de factura” por el significado adquirido por Venezuela para el mundo durante los últimos 20 años.

Si hacemos un recorrido veloz por el discurso chavista y sus propuestas, encontraremos elementos profundamente transgresores del orden hegemónico actual. El chavismo, y Venezuela, se convirtieron en la referencia de un mundo que parecía condenado al “fin de la historia”. Y esto no tiene que ver sólo con los éxitos y logros alcanzados por el gobierno de Hugo Chávez en términos sociales, políticos y económicos; tiene que ver con la posibilidad de pensar un mundo donde el disenso y el desacuerdo puedan emerger como con-figuradores de nuevas realidades. De modo que se trata de un trasfondo “espiritual”, “programático”, no asociado a una gestión gubernamental sino a la posibilidad de aparición de otros-mundos, en plural.

En concreto, la figura de Chávez posibilitó el resurgimiento de un proyecto regional al margen de los Estados Unidos. La creación de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) son pilares fundamentales para la materialización de un mundo pluripolar y policéntrico. La creación de espacios de solidaridad e intercambio, basado principalmente en el componente energético, también implicó el diseño de nuevas formas de relación entre los países del Sur basadas en la justicia y la complementariedad, en lugar de la competencia, donde Petrocaribe quizás sea el mejor ejemplo.  El renacimiento y fortalecimiento de la relación SUR-SUR, entre América y África, así como de la Organización de Países no Alineados, dan cuenta de ese mismo movimiento. Los proyectos para la moneda regional y el Banco del Sur, también dibujaban la posibilidad de una nueva arquitectura financiera regional por fuera de los círculos hegemónicos de flujo de capital.

A todo la reconfiguración regional se le suma una renovada relación con otros actores globales, como Rusia y China, que por primera vez adquieren una relevancia fundamental para el desarrollo de las economías latinoamericanas y caribeñas. De modo que Venezuela rebasó los niveles de tolerancia de los Estados Unidos, quienes durante más de una década se vieron impotentes frente a estas iniciativas en su “patio trasero”. Por cierto, eso no quiere decir que Estados Unidos dejó de ser un socio importante para nuestros países, de hecho, la compra-venta de petróleo venezolano y la relación comercial entre ambos países se ha mantenido intacta todos estos años. No se trata de que la región dejó de ver a Estados Unidos, sino que la región amplió su “marco visual” e inició o profundizó relaciones antes impensadas.

Venezuela fue y sigue siendo el epicentro de esa posibilidad, aun en medio de la situación actual e independientemente de sus niveles de éxito o fracaso. Por esta razón, no basta con hacer elecciones y ganar al chavismo con votos, pues es necesario demostrar que no es viable ni posible la construcción de una alternativa al modelo hegemónico y que, en todo caso, su destino será el mismo que se pretende para Venezuela: rendición o destrucción.

FCINA: Ahora bien, la mayoría de los proyectos que mencionas como parte de esa reconfiguración regional han sido detenidos o no han tenido éxito suficiente. Además, se trata de proyectos de la década pasada ¿Cómo es que aún tienen importancia? ¿Sigue el chavismo, bajo el liderazgo del presidente Maduro, construyendo esas opciones de mundo?

OLL: En su reciente discurso anual al Congreso, el presidente Trump ha dicho que no permitirán que el “Socialismo” llegue a Estados Unidos, y se ha referido a Venezuela como ejemplo del caos que eso generaría. Creo que existe un convencimiento en las élites gobernantes de Estados Unidos y sus aliados, sobre la necesidad de aniquilar simbólica e incluso materialmente, cualquier vestigio de proyecto alternativo que exista en el mundo. Y creo que el chavismo se atrevió a mucho. Eso no quiere decir que lo haya concretado, porque ciertamente buena parte de esos proyectos no se materializaron o fueron poco exitosos, pero señalizan, alumbran y dan cuenta de una vía diferente; y eso ya resulta subversivo para el orden hegemónico.

No en vano las primeras movidas anunciadas por los presidentes de derecha de la región ha sido la eliminación de la UNASUR, la desmovilización de la CELAC y el retorno de la OEA como espacio de articulación regional bajo la égida de Estados Unidos. Asimismo, ha habido una ruptura con los proyectos que implicaban la configuración del SUR como un espacio de poder autónomo y, simultáneamente, un redireccionamiento de la mirada hacia el Norte.

En cuanto al presidente Maduro, creo que ha enfrentado situaciones muy complejas y ha demostrado una gran astucia en el juego político y diplomático. Sin embargo, los ataques y los errores en política interior, especialmente en la dimensión económica, han provocado un distanciamiento entre lo que identifico como un “chavismo burocrático-institucionalizado” y un “chavismo popular”. Lo que unifica hoy ambos grupos es la existencia de un proyecto y un horizonte común, trazado a lo largo de estos 20 años. Lo que los separa, en alguna medida, es la preocupación actual de cada uno; por un lado, el “chavismo burocrático-institucionalizado” se concentra en lo que hace poco Lorena Freitez identificaba como “supervivencia”, que no es otra cosa que el sostenimiento del poder institucional; por el otro, el “chavismo popular” parece concentrase más en la viabilidad y “sustentabilidad histórica” del proyecto bolivariano.

La situación actual obliga al gobierno y a todas las fuerzas chavistas a dejar fluir la potencia originaria del movimiento, a priorizar el proyecto Bolivariano como estrategia de doble propósito: avance y afianzamiento del camino popular-revolucionario; y protección del poder estratégico del Estado. Para el chavismo no tiene sentido mantener el poder del Estado sin transformación revolucionaria; y tampoco lo tiene intentar un avance popular-revolucionario sin acompañamiento del Estado, pues sería un suicidio bajo las lógicas inmunitarias y tanatopolíticas de nuestro tiempo.

En ese sentido, debe reconocerse  que ha habido un freno en la construcción de esas otras opciones de mundo-posible y un anclaje a lo logrado en la década anterior. Esto significa que en el chavismo ha operado un desplazamiento desde la gramática de la transformación revolucionaria hacia la gramática de la resistencia y el orden.

FCINA: Por último, ¿Qué salidas se ven a la situación actual?

OLL: Salvo una apresurada acción militar, creo que las condiciones internas son más propicias para el dialogo y el acuerdo entre venezolanos que para la violencia. Así lo han demostrado los últimos días de tranquilidad y normalidad en el país. Hoy parecen coexistir dos realidades: lo que se dice de Venezuela internacionalmente a través de las redes sociales y las transnacionales de la comunicación, y lo que realmente ocurre en las calles de Venezuela.

En mi caso, no sólo apuesto y trabajo activamente por el dialogo sino que estoy convencido de que la mayoría desea transitar ese camino. Y no me refiero a un dialogo bajo chantaje, con la intención de sacar del poder al presidente Maduro y eliminar al chavismo del escenario político, sino de un dialogo que permita articular una hoja de ruta común para el país y que, por supuesto, implique la participación activa y propositiva de todos los sectores. Quienes frente al escenario de asedio, proponen “salomónicas” elecciones, dejan de lado que primero hay que desactivar el movimiento que busca instalar la lógica de amigo-enemigo en el tejido más profundo de nuestra sociedad. No hay posibilidad de elecciones libres si su origen es la coacción; y  ello, además, sólo postergaría el conflicto sin desactivar las lógicas sobre las cuales se ha instalado. El dialogo propuesto por Uruguay y México parece orientarse en ese sentido.

Finalmente, de producirse un escenario bélico, probablemente el esquema inicial sería el de la ocupación territorial para sostener el gobierno reconocido por Estados Unidos. Dicho plan se originaría en los estados fronterizos con Colombia, en particular el estado Táchira. A partir del desmembramiento territorial y del bloqueo comercial se generarían los siguientes escenarios. No tengo duda de que una parte importante del pueblo venezolano y de la FANB se activaría en defensa de la soberanía nacional. La intervención militar en Venezuela difícilmente podrá adoptar estrategias como la de Panamá, y se vislumbra como un escenario de largo plazo; pero todavía falta mucho para eso y aún estamos a tiempo de neutralizarlo.

 

(*) Oscar Lloreda. Internacionalista y experto en Comunicación Política. Coordinador del Observatorio Geopolítico de América Latina y El Caribe en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), en Caracas, Venezuela.

(*) El Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica (FCINA) es una articulación de medios, redes de comunicación y movimientos sociales de América Latina y el Caribe, comprometidos con el avance de la integración de los pueblos de la región y la democratización de la comunicación.