La victoria de Bukele encuentra explicación en la profunda insatisfacción con los gobiernos que han dirigido el país hasta ahora. La derecha y la izquierda han fracasado. La corrupción se ha extendido a las cúpulas políticas, la economía no crece y la pobreza persiste. La violencia y falta de trabajo obligan a los salvadoreños a emigrar masivamente: dos millones y medio de sus ciudadanos residen fuera de su país, vale decir uno de cada cuatro. De éstos, más del 90% en los Estados Unidos.
Las recientes elecciones presidenciales de El Salvador dieron por resultado el triunfo al joven empresario Nayib Bukele, a la cabeza de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA). Con más del 53% de los votos, derrotó a la derechista ARENA y a la ex organización guerrillera, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
En línea con lo que está sucediendo en América Latina y el mundo, el triunfo de Bukele confirma el descontento ciudadano con las organizaciones políticas tradicionales, en este caso el FMLN y ARENA.
Bukele se inició políticamente en el FMLN, como un exitoso alcalde de Cuscatlán y luego de la capital, San Salvador. Sin embargo, fue expulsado de sus filas en 2017 por discrepancias con su dirección política. Fundó entonces el movimiento Nuevas Ideas, que intentó legalizar como partido político, pero no pudo cumplir con las exigencias de la ley electoral. Ello obligó a Bukele a buscar la presidencia a través de GANA, organización política que es el resultado de una escisión de ARENA, en el 2010.
El país centroamericano fue gobernado, desde el retorno a la democracia por ARENA en cuatro periodos consecutivos para, posteriormente, ser dirigido por la ex guerrilla del FMLN; primero, con Mauricio Funes, y luego por el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Ceren.
La victoria de Bukele encuentra explicación en la profunda insatisfacción con los gobiernos que han dirigido el país hasta ahora. La derecha y la izquierda han fracasado. La corrupción se ha extendido a las cúpulas políticas, la economía no crece y la pobreza persiste. La violencia y falta de trabajo obligan a los salvadoreños a emigrar masivamente: dos millones y medio de sus ciudadanos residen fuera de su país, vale decir uno de cada cuatro. De éstos, más del 90% en los Estados Unidos.
Igual que Trump y Bolsonaro, Bukele se presentó como el “candidato del cambio”, con un marcado lenguaje anticorrupción que lo ha llevado incluso a prometer la creación de una comisión contra la impunidad, como las que funcionan en Guatemala y Honduras. Y, aprovechando su experiencia en publicidad, Bukele explotó de forma inédita Twitter, Instagram y Facebook, para llegar a la población joven. Sin los operadores políticos que tenían los dos partidos tradicionales, las redes sociales cumplieron la misión de llevar, con éxito, su mensaje a la población.
El triunfo de Bukele pone sobre todo al desnudo el estrepitoso fracaso del FMLN, que alcanzó menos del 14% de la votación. En sus dos periodos de gobierno no fue capaz de modificar el modelo neoliberal ni tampoco fijar límites a un empresariado beligerante, politizado y de extrema derecha. El descontento también creció en las filas del FMLN: el propio candidato a vicepresidente de Bukele, Feliz Ulloa, había sido un destacado militante de las fuerzas combatientes de la Resistencia Nacional del FMLN.
Mauricio Funes primero y luego Salvador Sánchez, aun cuando impulsaron algunos programas sociales interesante, y por cierto focalizados en correspondencia con el FMI, no fueron capaces de modificar el modelo económico-social que ha generalizado la pobreza y la violencia. Además, en el ámbito valórico, al igual que Daniel Ortega en Nicaragua, los gobiernos del FMLN cedieron a la presión de la Iglesia y mantuvieron una política de dura penalización al aborto.
Así las cosas, ya nada es sagrado y la población salvadoreña no encuentra mayores diferencias entre los gobiernos de derecha e izquierda, aun cuando ésta mantenga un discurso de corte social. Lo dice con todas sus letras Juan José Dalton, hijo del asesinado poeta Roque Dalton.
“…el FMLN no escapó a lo que ha sucedido con la gran mayoría de partidos y gobiernos de izquierda en América Latina que una vez llegan al poder, imitan a la derecha, viviendo de lujos, despilfarros y corrupción, olvidándose de lo que los llevó al poder.
“En este país durante casi una década se mantiene una lucha contra la dolarización, privatizaciones y lo que llamaron neoliberalismo, y resultó que no hubo ningún cambio en ese sentido” (Juan José Dalton, Diario La Huella, 07/02/2019)
Es triste constatar además que Mauricio Funes, siguió el mismo camino corrupto de Francisco Flores y Antonio Saca, gobernantes de derecha. El primer presidente de izquierda en El Salvador ha sido acusado de uno de los saqueos más grandes de la historia salvadoreña, con el robo de 400 millones de dólares provenientes de fondos públicos. Algunos de sus allegados guardan prisión, pero Funes logró escapar a Nicaragua y allí lo protege Daniel Ortega.
Finalmente, la violencia exige un párrafo especial. Será el gran desafío del nuevo presidente. Las maras (pandillas) han sido responsables de los 3300 homicidios cometidos en el 2018. En el pasado, los gobiernos de derecha apostaron por la represión o negociaron en secreto con las pandillas. Y la izquierda, con Mauricio Funes promovió una tregua entre las dos principales pandillas lo que redujo temporalmente los homicidios. Mientras no se impulse una política integral no habrá una solución efectiva a la violencia.
El triunfo de Bukele y la derrota aplastante del FMLN son una nueva lección del fracaso de la izquierda del siglo 21. La izquierda pierde credibilidad cuando gobierna con el mismo modelo heredado de la derecha y teme a los poderes fácticos. La izquierda pierde razón de ser cuando renuncia a la ética, su activo más valioso. La izquierda pierde fuerza cuando impide la participación ciudadana en las decisiones de política pública.