Transcurrían los años 80 y se tenía en cuenta la posibilidad de que el mundo pudiera enfrentar una Tercera Guerra Mundial, por lo cual hubo una gran tensión, una especie de incomodidad social. Esta no solo fue perceptible en la atmósfera, sino que también fue tangible en su comportamiento. A veces se encontraban personas vaciando las estanterías de los supermercados, otras intentando construir un búnker atómico en el jardín y otras devorando libros sobre el tema. Incluso el arte estaba totalmente inmerso en la pesadilla atómica. Recordamos así películas como «El día después» y «Rocky IV», o la banda Sting con la canción “Russians”.
En resumen, todos temíamos que aquella fuera la última década de la humanidad, que realmente una de las dos súper potencias estuviese a punto de aplastar el botón rojo de las bombas atómicas. Nos dijeron que después de una Tercera Guerra Mundial, más de la mitad de la humanidad habría desaparecido y que las consecuencias en la Tierra habrían sido inimaginables, considerando que el poder de los dispositivos de nueva generación era infinitamente mayor que el de las bombas lanzadas por los Estados Unidos en Japón.
Entonces un día, dos hombres que representaban en ese momento a la URSS y a los Estados Unidos, decidieron poner fin a esos años de angustia al firmar un pacto de desarme nuclear mutuo, dándonos un descanso a todos al menos por un momento. Fueron Michail Gorbachev y Ronald Reagan quienes entendieron la importancia de encarnar esos aires de cambio y darle a la humanidad una nueva oportunidad. La guerra se pudo evitar, el muro cayó y nada fue como antes.
A partir de ese momento comenzó el lento camino que nos llevó hasta la actualidad. Todos nosotros pensamos que después de diciembre del 89 la historia había enfrentado una aceleración positiva, llena de un brillante e intenso futuro. Ese entusiasmo no duró mucho y, aunque el peligro nuclear parecía haber sido superado, tuvimos que enfrentar la guerra en los Balcanes, en el Golfo, en Chechenia, en Belsan, el atentado del 11 de septiembre e Irak, terminando con Ucrania y el terrorismo internacional, sin mencionar las guerras olvidadas en África. En resumen, la creciente violencia y muerte que, de hecho, como se afirma en muchas partes, resulta ser una especie de Tercera Guerra Mundial fragmentada.
Esta incesante espiral de violencia, la constante tensión y temor social de estar siempre en peligro, de ni siquiera considerar el futuro como una palabra y esta crisis económica nos ha llevado a elegir no pensar más, desconectarnos de todo, intentando de esta manera defendernos lo mejor que podamos. Por supuesto, existe la habitual minoría coriácea que no se ve afectada por las modas y que continúa defendiendo la causa de la verdad. Sin embargo, son muy pocas las personas que no logran cambiar el curso de los eventos en lo más mínimo. La mayoría de ellos duermen y no quieren saber nada sobre el asunto.
En este contexto neo-obscurantista, los Salvini, los Bolsonaro, los Orban y los Trump tienen ventaja en el juego. Donald Trump, que es el fracaso de la Democracia, el non plus ultra de la arrogancia, la estrechez y la simplificación de los conceptos complejos, se impregnó en las cabezas de las personas con tweets. Este personaje nos devolvió cincuenta años de historia de un solo golpe. Vemos entonces la nueva interferencia de los Estados Unidos en América del Sur cuando pensamos que esta se había librado de la opresión yanqui y vivió una nueva primavera, los delirios de “primero América», la continuación y fortificación de las barreras que buscaba Clinton y, recientemente, la restauración de la Guerra Fría con la cancelación de los tratados contra la proliferación nuclear, firmada en los años ochenta. Sí, desafortunadamente nos tocará en los próximos años, a nosotros que hoy somos personas de mediana edad, revivir las preocupaciones del pasado y, además, se suman otras series de preocupaciones relacionadas con la ausencia total de reacción popular ante este nuevo fenómeno “freddista”.
Prefiero en parte el pánico que he conocido en las reacciones de las personas cuando era niño, que esta época de sueño contra la cual no es posible producir una ruptura. Existe una posibilidad real de desencadenar un nuevo período de proliferación nuclear, de amenaza de una Tercera Guerra Mundial y hablamos de crisis económica, inmigración, de crucifijos en las escuelas y representantes de la UNESCO. Este es el final de mi preocupación; el hecho de que a nadie le preocupa el problema nuclear, como si esto no fuera real y prioritario, lo aburrido que era pensar en estas cosas, como si después de todo molestarse en volver a pensar y reflexionar requiriera demasiado esfuerzo.
Es precisamente en esta realidad de pereza mental y rechazo de la participación activa que los profetas inquietantes del populismo y el nacionalismo exasperado prosperan. Qué mejor representante de mis defectos, de mi ignorancia, de aquellos que no me importan en absoluto, un Trump que dice lo que se suele decir en los bares, quien dice lo que finalmente quiero escuchar de toda la vida, relevándome de cada responsabilidad y vergüenza.
El problema es precisamente este: cuanto más débil y perezosas sean las personas, más fuerte es el populismo. Si no empezamos a entender que los espacios que dejamos a la delegación total provendrán de otros rellenos, sin saber que esos otros son, en la mayoría de los casos, los más inteligentes, los más astutos y los más arrogantes y oportunistas, estaremos cada vez más en las manos de estas personas sin escrúpulos que nos manipularán hacia lo imposible, creando peligro en donde no lo hay y convirtiéndonos en un ejército listo para hacer cualquier cosa en contra de los más débiles.
No cedamos al espasmo, a la muerte del pensamiento ni a la delegación que nos libera de nuestras responsabilidades. Tratemos de entender la historia para entender el presente, porque sin memoria no hay futuro y sin futuro continuarán creciendo los enemigos de la humanidad, aquellos que siempre recurren a la explotación para arruinar toda aspiración. Cuando estamos al borde de un cambio de época siempre sucede algo tremendo que dificulta el camino: el asesinato de los hermanos Kennedy, el asesinato de Martin Luther King, la estrategia de tensión, el 11 de septiembre, el terrorismo internacional y ahora Trump y sus hermanos soberanos.
Está claro que el regreso a la carrera nuclear por parte de los Estados Unidos intenta ser el último bastión ante posibles cambios de la época, cuyos inicios comenzamos a ver a fines del siglo pasado. Es un juego muy peligroso en el que, o nos incentivamos todos, o continuaremos vivificando una anestesia crónica; la condición, es decir, para una nueva, larga e indescifrable era medieval.
Traducción del italiano por Ana Gabriela Velásquez Proaño