El viernes (22) Medellín volvió a ser sacudida por una explosión: se demolió el edificio Mónaco. Se tiraron abajo los sólidos y envejecidos ladrillos del edificio que entre 1986 y 1988 fue el hogar del conocido narcotraficante Pablo Emilio Escobar Gaviria y su familia. Ha sido una decisión que llevó un tiempo considerable de polémicas que respectan a la memoria, la pluma de quien escribe la historia y la inversión pública en el evento.
Se puede decir que es la segunda gran explosión del año en Colombia después del coche bomba de enero en Bogotá, pero la de esta vez contó con la legalidad del Estado y la legitimidad de la clase política y los medios. Al mediodía del viernes se demolió el edifico Mónaco pero el sábado Colombia se despertó exactamente igual, porque esta demolición no será ese antes y después que las autoridades pretenden que sea y que han repetido hasta el cansancio.
Sí es un hecho simbólico de suma importancia en el orden político, que además retumbó en simultáneo con el evento “Venezuela AID LIVE” que se realizó en la frontera colombo-venezolana con el auspicio del presidente Duque, mostrados como dos grandes vitrinas al mundo en un momento en el que el mandatario colombiano está siendo mirado con desconfianza por organismos internacionales, debido a sus dilaciones e incumplimientos en lo que respecta a las implementaciones de política de paz. La implosión impacta también en la imagen del alcalde de Medellín Federico Gutiérrez, amigo del oficialismo nacional.
Sin embargo no causará el más mínimo movimiento en las bases de la cultura narco en Medellín, en Colombia y en el mundo. Una de las grandes motivaciones para llevar a cabo esta medida por parte del actual mandatario de la ciudad colombiana, ha sido el fenómeno de peregrinación masivo que se ha incrementado en Medellín por parte de turistas, principalmente extranjeros, a los lugares de la ciudad y sus alrededores que tienen vinculación con Pablo Escobar, entre esos el edificio Mónaco, por supuesto. Sin embargo y a pesar de todo el revuelo que ha hecho el alcalde, no ha advertido que la gente que se ha acercado al Mónaco a sacarse selfies no llegó hasta allí de la mano de los libros de historia reciente de Colombia, sino porque han sido las grandes productoras de televisión colombianas y extrajeras las que se han encargado de ello.
Que alguien le avise al alcalde de Medellín que aunque gastó un montón de dinero de fondos públicos en el magnánimo evento, en Netfilx el fin de semana miles de personas siguieron viendo las series y las películas guionadas en el narcotráfico y contando una historia sesgada de Medellín.
El gobierno de esta ciudad repite a ultranza que esta decisión está motivada en la importancia de narrar la historia desde las víctimas y no desde los victimarios, pero en realidad no es ninguna de las dos, porque lo que está haciendo es construir una narrativa desde el Estado. Ha omitido fuertemente que en la ciudadanía medellinense no hubo consenso frente a la implosión de las ruinas del edificio Mónaco.
Y es que hay una clara división en el posicionamiento de los ciudadanos y ciudadanas de Medellín: Pablo Escobar genera un profundo rechazo y una profunda admiración. ¿Qué hacemos con eso?
El desafío para trabajar la memoria histórica en un contexto como ese es sumamente complejo y es una medida nefasta abordarla dinamitando estructuras que tienen algún tipo de valía o interés para una parte de la población. Es el mismo modus operandi que el terrorismo usó dinamitando lugares importantes para la ciudadanía. De hecho, es importante traer a colación que fue ese edificio el blanco del primer coche bomba que estalló en Medellín en un atentado llevado a cabo por el cartel de Cali. Y no fue el único atentado que recibió el emblemático edificio, pareciera que ese pedazo de estructura blanca siempre fue un fetiche. Ahora confirmamos que quien lo tirara abajo en el momento que fuera, pasaría a la historia detentando una silla de cartón en el salón de la justicia. Entonces ¿de qué reconocimiento y resarcimiento a las victimas estamos hablando?
Pero también es importante tener presente que en este preciso momento Colombia debate y disputa muchas cosas, quizá la más trascendente sea la del relato histórico. El actual gobierno está empeñado en omitir las marcadas heterogeneidades de este pueblo y busca escribirla en clave binaria: “buenos y malos”, estando este oficialismo fuertemente vinculado con el paramilitarismo y la derecha recalcitrante, temen que la verdad que trascienda no sea la de ellos y así se entiende pues su afán. Meten mano apresuradamente en el presente: en tres segundos hacen caer una mítica estructura, necesitaban hacen un borrón estruendoso para construir ellos el relato de la historia.
No acabaron con “la cultura de la ilegalidad” como dijo públicamente Iván Duque antes de la implosión, y mucho menos en boca de un gobierno que se sigue haciendo el sordo frente a los escándalos de corrupción del Fiscal General de la Nación, simplemente desaparecieron uno de los puntos turísticos extraoficiales de Medellín. No acabaron con la cultura narco, simplemente redujeron a escombros un sitio al que concurre gente de todo el mundo a sacarse una foto en uno de los sectores de alto poder adquisitivo de la ciudad.
Medellín y su sociedad han sido sumamente usadas y funcionales a los discursos oficiales, como ha ocurrido ahora, en el marco de la demolición. Discursos que alimentan el torpe constructo de que allí se anida y se sostiene la totalidad del problema del narcotráfico en Colombia. Comerse ese verso es tan ingenuo e iluso como pensar que demoliendo el Mónaco se impacta favorablemente en contra de la cultura narco. De qué sirve pues tirar abajo el pedazo de estructura cuando jamás mencionan que la financiación para perseguir a Escobar hasta su final fue recibida por parte del Estado de las arcas de otro cartel de droga y que ese, a su vez, fue el mismo que financió la campaña presidencial de quien ostentaría como mandatario sucediendo al oficialismo que se llenó la boca dizque acabando con el cartel de Medellín. Hipócritas.
Sí, acabaron con la vida de un narcotraficante, pero no acabaron con el narcotráfico; por el contario, lo arraigaron. Demoliendo el edifico no acaban con la presencia de Escobar en la memoria de la gente que lo sigue. Pensar que su imaginario se circunscribe a un simple edificio es un acto indolente y negador, porque si para terminar con esa lectura de una parte de la población que lo admira (y que tanto le molesta al gobierno de la ciudad), hay que ir demoliendo paredes, tendrían que hacer lo mismo en los barrios populares de Medellín en los que el líder del cartel construyó casas para la gente que vivía en la miseria. Demolieron un edificio, pero no es otra cosa que una exorbitante inversión pública en una montaña de escombros y en la obra que se convertirá en un parque memorial, para rendir tributo a las víctimas y para que las personas de clase alta de la zona puedan sacar a sus perritos a pasear.
Al oficialismo de la ciudad y del país les molesta el recuerdo positivo de Escobar, pero no podría ser de otro modo. Sabemos en teoría y en carne propia el daño que nos hizo, la vida de muchos de nosotros seguramente habría sido distinta sin la irrupción de Escobar y su violencia desmedida en la historia de Colombia, pero el discurso oficial omite siempre que fue el responsable de dignificar la vida de las personas más olvidadas por el Estado. ¿Qué por qué tanta gente lo quiere? No se lo deben seguir preguntando a esas personas que lo idolatran porque seguramente sus biografías ya hablan por sí solas, se lo deben preguntar al Estado mismo y revisar en sus ausencias. Escobar no fue la causa, sino, la consecuencia.
Demolieron el edificio pero la producción de películas, series de televisión, música y gran parte del entretenimiento que acapara altos niveles de audiencia y dinero, está basado en los cimientos que sostienen la cultura narco. Demolieron el edifico pero eso es puro pan y circo porque un gran porcentaje de jóvenes colombianos aspira ostentar mucho dinero, obtenerlo rápido, fácil y con él, todos los que consideran que son los beneficios que esa riqueza otorga.
La cultura narco no es un momento, es un fenómeno estructural en nuestra sociedad. Se ha convertido en algo sistemático, no se necesita ser narco para estar inmerso en ella.
La cultura narco es la misma que da contexto a la corrupción, al enriquecimiento ilícito e impunidad. Pero ¿cuál es la diferencia entre los unos y los otros? Únicamente la de clase, porque el corrupto en Colombia seguramente sea portador de un apellido, miembro de un club social, funcionario público, protagonista de las páginas sociales o portador de algún mínimo grado de legalidad y legitimidad, así es que a personas que en Colombia se denominan “gente de bien”, no les va a caer el peso de la ley y mucho menos la mortal condena social alentada desde esas mismas esferas.
Lo que pasa es que el narcotráfico y el involucramiento en él ha estado asociados siempre a las clases más pobres, ese fue uno de los puntos más dolorosos para la alta sociedad antioqueña y en particular la medellinense con la emergencia de Pablo Escobar, ya que él consiguió igualarles en aquello que en esa clase nunca se pensó posible: el dinero. Fue entonces cuando comenzó a acentuarse la diferenciación más recalcitrante: la de clase. Diferenciación que hoy por hoy subsiste rozagante en Colombia, porque en este país hay una premisa reinante y es la que reza que cualquiera consigue plata pero no cualquiera clase, letanía que se circunscribe poderosamente en los conceptos del capital cultural: porque la plata es algo que se consigue, la clase es algo que se tiene.
Mientras demolían el Mónaco seguramente a Europa estaban entrando algunos kilos de cocaína; mientras lo demolían y los medios hegemónicos de Colombia se relamían emitiendo el show para todo el mundo, en los Estados Unidos, principal consumidor, seguían sin regular el consumo. Demolieron el edificio pero las plazas para la Universidad Pública siguen siendo menos, y les seguimos entregando chicos y chicas a la cultura narco.
Abrazar la historia es admitirla, y en ése abrazo deben entrar incluso los que no piensan como uno pero que también han sido víctimas. Cuando hagamos una reflexión mirándonos en el espejo de nuestra propia historia y nos reconozcamos como una sociedad en la que se critica la búsqueda del dinero fácil, pero no se critica la dificultad para acceder a la universidad, estaremos hablando entonces de resarcimiento.
Cuando las acciones sean en los barrios populares de Medellín incluso con quienes tienen una imagen positiva de Pablo Escobar, podremos decir que efectivamente abrazamos nuestra historia, pero no podemos llenarnos la boca con esos relatos mientras en la ciudad sigan existiendo el pago extorsivo de vacunas, y creamos y hagamos creer que el tema está subsanado tirando abajo los ladrillos de un viejo y abandonado edificio, en medio de un barrio rico de Medellín.
“No deberían tumbarlo, deberían usarlo pa’ otra cosa, ese edificio es mucho más seguro y está mejor hecho que el mismísimo edificio Coltejer¹”.
Eso fue lo que me dijo un taxista justo antes de bajarme de su auto, en el que me dirigí a entrevistar a la familia de Escobar para hablar del Mónaco y de la memoria.
¹ Edificio más emblemático de la ciudad de Medellín y uno de los más emblemáticos de Colombia.