Las políticas de extrema derecha en curso en Estados Unidos y en Brasil también ponen de manifiesto la incapacidad que caracterizaron al Partido Demócrata en el país del norte y al PT de Lula para atender las más sentidas demandas de las capas medias y sectores populares. En vez de ello, privilegiaron los intereses del capital financiero y de una globalización excluyente.
La extrema derecha crece aceleradamente en Europa, en los Estados Unidos y también en América Latina. Ello es consecuencia directa de la inseguridad e incertidumbre que viven las clases medias y los sectores populares frente a la desprotección social, y en particular a su desafección con las elites liberales y socialdemócratas que dieron la espalda al Estado de bienestar y asumieron el neoliberalismo.
La desregulación de las economías, en los centros y periferia, la hegemonía del capital financiero, una globalización excluyente, la obsesión por el crecimiento en desmedro de la distribución, un Estado reducido y un sindicalismo debilitado han multiplicado la riqueza del 1% de los más poderosos. Adicionalmente, la crisis del 2008 fortaleció al capital financiero, no fue capaz de reducir el desempleo y precarizó aún más a los trabajadores.
En ese cuadro el avance de la ultraderecha en Europa se ha hecho imparable, y ya cuentan con representación en 19 parlamentos europeos.
La extrema derecha gobierna en Austria, Italia, Polonia y Hungría. Y se encuentra a las puertas del poder en Holanda y Francia. Las declaraciones y propuestas de estos gobiernos son abiertamente xenófobas y en algunos casos fascistas. En efecto, el primer ministro adjunto de Italia, y ministro del interior, Matteo Salvini, líder del partido Lega, ha declarado estar reuniendo fuerzas para expulsar a medio millón de refugiados y apunta a construir un estado policial para reprimir cualquiera oposición social y política. El recuerdo de Mussolini es ineludible.
Por su parte, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, del gobernante partido Fidesz-Unión Cívica Húngara, con amplio apoyo en sus últimas tres elecciones ha instalado un discurso de odio contra refugiados, inmigrantes, musulmanes y gitanos. Impulsa además una nueva Constitución que enfatiza los valores cristiano-conservadores y los de la familia tradicional. Orban nos hace recordar a Miklos Horty, el aliado de Hitler, que gobernó Hungría hasta la segunda guerra mundial.
En Alemania la ultraderecha irrumpió como tercera fuerza en el Bundestang con el 12,6%. Según los últimos sondeos, Alternativa para Alemania (AfD) ya superaría a los socialdemócratas del SPD y sería la segunda fuerza tras los democristianos de Angela Merkel (CDU/CSU).
En junio de 2018, Janez Jansa, líder del Partido Demócrata Esloveno (SDS), también de la derecha extrema, triunfa en las elecciones de Eslovenia con un 24,9%. Sin embargo, no logró aliarse con ningún otro partido para gobernar. Por su parte, Dinamarca cuenta con el Partido Popular Danés (DF), euroescéptico y antiinmigración, como segunda fuerza política. En las elecciones de 2015 logró el 21,1% de los votos.
En Holanda, el Partido de la Libertad, de Geert Wilders, quedó segundo en las elecciones de 2017 con un 13,1%, mientras, en Grecia el ultraderechista Amanecer Dorado no oculta su condición de partido neonazi y es la tercera formación en el Parlamento con el 7%, por detrás de Syriza y Nueva Democracia. Otros países donde la ultraderecha está ampliamente representada son Noruega, Finlandia, Letonia, Eslovaquia y Bulgaria.
La extrema derecha, con manifiestos rasgos fascistas, crece de forma preocupante en Europa. Liberales y socialdemócratas tienen alta responsabilidad en su emergencia. Le dieron la espalda al Estado del bienestar y se aferraron al neoliberalismo. Apoyaron a la banca en la crisis financiera del 2008 en vez de a los trabajadores. En este cuadro, con un desempleo creciente y una masiva ola de refugiados, generada por las guerras en Siria e Irak, la ciudadanía optó por el populismo de derecha.
La extrema derecha europea se presenta como alternativa para enfrentar la desprotección ciudadana. Se coloca al lado de la ciudadanía, contra las clases dirigentes tradicionales, mostrándose ajena a los que históricamente han mandado. Y, el pueblo, en su desesperación, les cree. Así las cosas, se afianza el populismo de derecha, con un nacionalismo exacerbado, discurso anti-inmigración, islamofobia y el recelo de la Unión Europea como proyecto político. El primer ministro húngaro Orban no duda en su postura ultranacionalista: “No queremos minorías con culturas y antecedentes diferentes a nosotros. Queremos mantener a Hungría como Hungría”.
La ciudadanía, en su desamparo, encuentra en los inmigrantes y en las elites tradicionales los chivos expiatorios a todos sus males. La ultraderecha agita que los inmigrantes le roban los bienes a los nacionales, les quitan sus trabajos y los derechos a la educación y salud. El discurso agrega que la burocracia europea los está afectando y que hay que recuperar la identidad nacional, las tradiciones. Se rechaza la diversidad cultural y a todo lo extranjero, convirtiendo a los musulmanes en uno de los enemigos principales.
Donald Trump no se queda atrás. Se encuentra en sintonía con los partidos de extrema derecha europea en su populismo y xenofobia. No rechaza la democracia de forma abierta, pero sus ideas radicales son muy peligrosas.
El declive del capitalismo norteamericano, frente a la arrolladora emergencia económica China, facilitó el triunfo del gobierno Trump. Comprendió, con astucia, el resentimiento de la clase media baja blanca y de los trabajadores industriales que se quedaron sin trabajo con la exportación de industrias, que buscaban bajos salarios en China y en otros países del Asia.
Trump abrió nuevas esperanzas a los trabajadores de Pensilvania, Michigan, Ohio, Tennessee, Indiana, Iowa y Virginia occidental, entre otros estados. Les dijo que los culpables del desempleo eran la globalización, los tratados de libre comercio, mal negociados, y los inmigrantes. Y, les prometió recuperar la grandeza de los Estados Unidos.
Trump miente mucho, pero cumple sus promesas. En lo económico, se retiró del TPP, el acuerdo transpacífico que el mismo Estados Unidos se había encargado de impulsar; renegoció el NAFTA para mejorar la posición comercial de su país respecto de Canadá y México; y, ha declarado guerra comercial a China apuntando a superar los desbalances comerciales con ese país.
En lo político, Trump se retiró del acuerdo climático de París y ha terminado con el programa nuclear acordado con Irán. Decidió trasladar a Jerusalén la embajada norteamericana en Israel. Ha terminado con su participación en la Unesco y en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y decidió no firmar el acuerdo migratorio de la ONU. Y, persiste en la construcción del muro con México para cerrar las puertas a los migrantes centroamericanos.
Su liderazgo agresivo rechaza la globalización con la obsesión de la nación renacida, se desentiende de los acuerdos internacionales, impulsa un exacerbado odio racial y un renovado culto a las armas. Finalmente, en su intervención, en septiembre del 2018, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, denunció las “amenazas a la soberanía” derivadas del multilateralismo y rechazó la “legitimidad y autoridad” de la Corte Penal Internacional de La Haya.
“Nunca cederemos la soberanía de Estados Unidos a una burocracia global no electa y que no rinde cuentas”. “Rechazamos la ideología de lo global, y abrazamos la doctrina del patriotismo”, dijo.
América Latina no se queda atrás, con la emergencia de Bolsonaro en Brasil y algunos otros presidentes en la región. Ello merece una nota especial.
Por ahora sólo diremos que el nuevo mandatario brasileño anuncia políticas peligrosas: cuestiona los derechos del mundo indígena y enfrenta a las organizaciones que los defienden; irrespeta la diversidad sexual y defiende el conservadurismo cultural; declara una lucha frontal a las ideas de izquierda; no renuncia, sin embargo, al neoliberalismo en lo económico. Su ministro de Economía, admirador del modelo económico chileno, ya ha propuesto privatizar más de 100 empresas públicas, así como introducir el sistema de AFP existente en nuestro país. En suma. Bolsonaro, se encuentra en sintonía con la extrema derecha europea y con las ideas agresivas de Trump.
A final de cuentas, el auge de la extrema derecha en Europa es consecuencia de la renuncia de los partidos liberales y socialdemócratas al Estado de bienestar, el impulso de políticas de austeridad y al apoyo al capital financiero por sobre los intereses de los trabajadores. Por otra parte, el Brexit lo que hace es precisamente reforzar las fuerzas de la ultraderecha.
Las políticas de extrema derecha en curso en Estados Unidos y en Brasil también ponen de manifiesto la incapacidad que caracterizaron al Partido Demócrata en el país del norte y al PT de Lula para atender las más sentidas demandas de las capas medias y sectores populares. En vez de ello, privilegiaron los intereses del capital financiero y de una globalización excluyente.
Nuestros hijos, y con seguridad nuestros nietos vivirán tiempos muy difíciles. Deberán prepararse para una larga lucha en defensa del trabajo, de las libertades y los derechos humanos.