Los partidarios de la doctrina Cebrowski van moviendo sus peones. Si ‎se ven obligados a renunciar a sus guerras en el Medio Oriente ampliado, las llevarán ‎a la Cuenca del Caribe. El Pentágono está planificando el asesinato de un jefe ‎de Estado electo democráticamente, así como la ruina de su país, y está tratando de socavar la ‎unidad de Latinoamérica.

John Bolton, hoy consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, ha reactivado el ‎proyecto del Pentágono para la destrucción de los Estados en los países de la Cuenca del Caribe. ‎

A raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el entonces secretario de Defensa ‎estadounidense, Donald Rumsfeld, creó una Oficina de Transformación de la Fuerza (Office of ‎Force Transformation) y designó al almirante Arthur Cebrowski para dirigirla. El almirante y ‎su Oficina tendrían como misión adaptar las fuerzas armadas de Estados Unidos a su nueva ‎misión en tiempos de globalización financiera. Se trataba de cambiar la cultura militar ‎estadounidense para emprender la destrucción de las estructuras de los Estados en los países de ‎las regiones no conectadas a la economía globalizada. ‎

La primera parte de ese plan fue sembrar el caos en el «Medio Oriente ampliado» o «Gran ‎Medio Oriente». La segunda etapa debía ser hacer lo mismo en la «Cuenca del Caribe». ‎El plan preveía la destrucción de una veintena de países insulares o con costas en el Mar Caribe, ‎exceptuando sólo Colombia, México y, de ser posible, algunos territorios británicos, ‎estadounidenses, franceses y holandeses en esa región. ‎

En el momento de su llegada a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump se opuso al plan ‎Cebrowski. Como podemos ver, al cabo de 2 años Trump ha logrado solamente prohibir que el ‎Pentágono y la OTAN dotaran de un Estado (el Califato) a los grupos terroristas que les sirven de ‎herramienta, pero sin lograr por ello que renunciasen a seguir manipulando el terrorismo. Si bien ‎Trump ha logrado reducir la tensión en el Gran Medio Oriente, también es cierto que las guerras ‎no han cesado en esa parte del mundo, aunque han perdido intensidad. ‎

En cuanto a la Cuenca del Caribe, Trump ha puesto límites al Pentágono al prohibirle toda ‎operación militar directa. ‎

En mayo de 2018, la periodista argentina Stella Calloni sacaba a la luz una nota del almirante Kurt ‎Tidd, comandante en jefe del SouthCom –el “Comando Sur” tristemente célebre en ‎Latinoamérica. En aquel documento, el jefe del “Comando Sur” estadounidense exponía abiertamente los medios ‎desplegados contra Venezuela [1]. ‎

Otra intentona desestabilizadora se desarrolla simultáneamente contra Nicaragua y la tercera, ‎que sería más bien la primera, comenzó hace medio siglo contra Cuba. ‎

Varios análisis anteriores nos llevaron a la conclusión de que la desestabilización de Venezuela, ‎iniciada con las llamadas guarimbas, continuada con el intento de golpe de Estado del 12 de ‎febrero de 2015 (Operación Jericó) [2] y con los posteriores ataques contra la moneda venezolana y la organización de una ‎emigración masiva, estaba llamada a desembocar en la realización de operaciones militares [3] desde Brasil, ‎Colombia y Guyana. En agosto de 2017, Estados Unidos y sus aliados incluso organizaron ‎maniobras multinacionales con traslado de tropas [4]. La próxima llegada al poder en Brasilia –en enero ‎de 2019– del proisraelí Jair Bolsonaro puede llegar a hacer posible esa previsión. ‎

En efecto, el próximo vicepresidente de Brasil será el general Hamilton Mourao, cuyo padre tuvo ‎un papel importante en el golpe de Estado proestadounidense de 1964. El propio Hamilton ‎Mourao ya se había destacado por sus declaraciones contra los presidentes Lula Da Silva y Dilma ‎Roussef. En 2017, Mourao había declarado –en nombre de la logia Gran Oriente de Brasil– que ‎ya era hora de dar un nuevo golpe de Estado militar. Ahora, este personaje va a convertirse en ‎vicepresidente de Brasil, como acompañante del presidente electo Bolsonaro. Y en una entrevista ‎concedida a la revista Piaui, no se le ocurrió nada mejor que anunciar el próximo ‎derrocamiento del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el despliegue en ese país de una ‎fuerza de «paz» brasileña. Ante la gravedad de esas palabras de su ya designado vicepresidente, ‎el presidente electo Bolsonaro se apresuró a rectificar, asegurando que nadie quiere guerra ‎con nadie y que su vicepresidente hablaba demasiado. ‎

En todo caso, en una conferencia de prensa realizada en Caracas el 12 de diciembre de 2018, ‎el presidente Maduro reveló que el consejero de seguridad nacional estadounidense John Bolton ‎está a cargo de la coordinación entre el equipo del presidente de Colombia, Iván Duque, y el ‎equipo del vicepresidente brasileño. ‎

Denunció también que un grupo de 734 mercenarios se entrena actualmente en Tona (Colombia) ‎para disfrazarse con uniformes venezolanos y perpetrar un ataque contra instalaciones militares ‎colombianas, lo cual crearía el pretexto para una guerra de Colombia contra Venezuela. ‎El ataque de los falsos militares venezolanos se desarrollaría bajo las órdenes del ex coronel ‎Oswaldo Valentín García Palomo, actualmente reclamado por la justicia venezolana como uno de ‎los implicados en el intento de magnicidio dirigido contra el presidente Maduro el 4 de agosto ‎de 2018, durante el aniversario de la Guardia Nacional de Venezuela.

El grupo de mercenarios ‎que está entrenándose en Colombia cuenta con el apoyo de unidades de las fuerzas especiales de ‎Estados Unidos estacionadas en las bases militares estadounidenses de Tolemaida (Colombia) y ‎Eglin (Florida, Estados Unidos). El plan estadounidense incluye la toma por asalto, desde el inicio ‎del conflicto, de 3 bases militares venezolanas en las regiones de Palo Negro, Puerto Cabello y ‎Barcelona. ‎

El consejo de seguridad nacional estadounidense está tratando de convencer a varios países para ‎que no reconozcan el segundo mandato presidencial de Nicolás Maduro, quien fue reelecto en ‎mayo de 2018 y debería iniciar su nuevo mandato el próximo 10 de enero. Es con ese objetivo que ‎los países miembros del “Grupo de Lima” cuestionaron la legalidad de la elección presidencial ‎venezolana, incluso antes de su realización, y prohibieron –por cierto, ilegalmente– la realización ‎del sufragio en los consulados de Venezuela. ‎

Al mismo tiempo, la supuesta crisis migratoria es una superchería más dado el hecho que muchos ‎de los venezolanos que salieron de su país creyendo que encontrarían fácilmente trabajo en los ‎países vecinos ahora, ya desengañados, están tratando de regresar a Venezuela. Pero los países ‎miembros del “Grupo de Lima” les impiden hacerlo, utilizando para ello maniobras tan bajas ‎como prohibir el uso de su espacio aéreo a los aviones fletados por el gobierno de Venezuela para ‎repatriar a esos venezolanos y prohibiendo que crucen sus fronteras los autobuses enviados con el ‎mismo objetivo. ‎

Todo esto parece un remake de los acontecimientos registrados en el Gran Medio Oriente ‎después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Lo importante no son las acciones ‎militares sino la impresión de desorden transmitida por todos estos acontecimientos. Se trata, ‎primeramente, de sumir a la gente –y a la opinión pública internacional– en un estado de ‎confusión que hace posible hacerles creer prácticamente cualquier cosa [5]. ‎

Ejemplo de esto último es el hecho que Venezuela y Nicaragua, dos países que gozaban de una ‎imagen internacional positiva, han pasado a ser considerados –erróneamente y en sólo 5 años– ‎como «Estados fallidos». ‎

En el caso de Nicaragua, nadie se atreve aún a tratar de reescribir la historia de los sandinistas ‎nicaragüenses ni de su lucha contra la dictadura del clan Somoza. Pero, en lo tocante a Venezuela, ‎ahora se da por sentado –como si fuese una verdad que no necesita demostración– que Hugo ‎Chávez fue un «dictador comunista», y se silencia el increíble progreso político y económico que ‎Venezuela alcanzó bajo la presidencia de ese líder, democráticamente electo. Después de crear ‎una imagen que no corresponde a la realidad, será posible actuar contra esos Estados y ‎destruirlos sin que nadie proteste por ello. ‎

El tiempo corre y las circunstancias son cada vez más apremiantes. En 1823, cuando James ‎Monroe decidió cerrar las Américas a la ola colonizadora europea, no imaginó que su doctrina ‎sería interpretada 50 años después como una proclamación del imperialismo estadounidense. De ‎esa misma manera, cuando Donald Trump afirmaba –en la ceremonia de su investidura ‎presidencial– que la época de los «cambios de régimen» había quedado atrás, seguramente ‎no pensaba que los encargados de aplicar su política acabarían traicionándolo. ‎

Y eso es lo que está sucediendo. El 1º de noviembre de 2018, John Bolton, consejero presidencial ‎para los temas de seguridad nacional, declaraba en Miami que Cuba, Nicaragua y Venezuela son ‎la «troika de la tiranía». Sólo un mes después, el 1º de diciembre, el secretario de Defensa de la ‎administración Trump, el general James Mattis, afirmaba en el Reagan National Defense Forum ‎que el presidente electo de Venezuela, Nicolas Maduro, es un «déspota irresponsable» que ‎‎«tiene que irse» [6]. [7]‎

[1] «Plan to overthrow the Venezuelan Dictatorship – ‎‎“Masterstroke” », por el almirante Kurt W. Tidd, Voltaire Network, 23 de ‎febrero de 2018; «El “Golpe Maestro” de Estados Unidos contra Venezuela (Documento del ‎Comando Sur», por Stella Calloni, Red Voltaire, 11 ‎de mayo de 2018.

[2] «Falla el putsch de Obama en Venezuela», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 23 de febrero ‎de 2015.

[3] «El ‎general Jacinto Pérez Arcay considera “inexorable” una invasión contra Venezuela», Red Voltaire, 10 de junio de 2016.

[4] «Grandes ejercicios militares alrededor de ‎Venezuela», por Manlio Dinucci, Il Manifesto (Italia) ‎‎, Red Voltaire, 25 de agosto de 2017.

[5] «Venezuela, una ‎intervención imposible», por Julio Yao Villalaz, ‎‎Red Voltaire, 3 de marzo de 2018.

[6] “Mattis condemns Venezuela’s Maduro as a ’despot’ who has to go”, Reuters, Phil Stewart, 1º de diciembre ‎de 2018.

[7] Esta frase de Mattis es casi una copia al carbón de la que Hillary Clinton repitió ‎durante años como un mantra al referirse a la situación en Siria y al presidente sirio: «¡Assad ‎tiene que irse!». Nota de la Red Voltaire.

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