“Yo soy pinochetista y lo voy a decir siempre, lo digo sin problemas” dijo ella, con la mirada firme. Joven de 31 años, abogada de la Universidad Andrés Bello, diputada por la región de Valparaíso, en el podio del escenario del Consejo Nacional de su partido (RN), de esa derecha calificada de menos dura, vestida de rojo y de apellido Flores. Arengando a la militancia de su partido, “…no tengamos complejos…, Pinochet fue absolutamente necesario y lo que hizo con respecto al pronunciamiento militar. La situación que estábamos viviendo en Chile y que muchas familias, incluida la mía en la Unidad Popular, fueron muy duros”. Fue ovacionada. Serenamente insistió en la prensa, “Soy una agradecida del gobierno militar, y lo voy a decir siempre, aunque eso a la gente del Partido Comunista y del Frente Amplio les dé urticaria. Yo soy una mujer valiente y les pido esa misma valentía a ustedes”.
Desde esta hebra se descubre un tejido más amplio.
La diputada Flores ha establecido un discurso para la reflexión de la acción a futuro. Sus declaraciones no fueron de esas reactivas en que la batalla hace que el verbo se adelante al pensamiento. Ella, habiendo nacido al terminar la Dictadura, puede hablar del golpe de Pinochet y su régimen autoritario criminal, con la serenidad de quien ha estudiado la generación que la precedió.
No sangra por la herida de una experiencia de vida, no habla para el recuerdo sino aplicando lo que extrae del estudio del pasado en cuanto a ideas y valores de ese fascismo contemporáneo que está tomando formas diversas con proyección social y no solo en Chile.
Era un debate dormido. No muerto.
El dictador solía ser una fuente de cita para recordar lo que hay que evitar o para el homenaje de sus nostálgicos. Ya no era referente para la conducción de la política del presente. Y menos imaginable en los jóvenes.
La izquierda y la derecha mantenían la discusión sobre Pinochet, en sus trincheras, como esperando el momento de mencionarlo.
Sus adherentes aliviaban sentimientos de culpas apostando al olvido del pueblo, mientras en la izquierda parecíamos confiar en que la democracia, como idea con peso propio, inundaría la conciencia social bloqueando el renacer pinochetista. Así permitimos que la siembra dictatorial fructificara.
Mucho mejor que los partidos democráticos, lo hacía Sting, manteniendo la conciencia viva por las mujeres que “Bailan Solas” o las agrupaciones de derechos humanos, descalificadas como majaderas, por una majadería sana que se nos perdió al conformarnos.
El debate sobre la dictadura quedó un poco a baño María. Cada sector con sus fotos color sepia en el álbum de la mochila, cerrado, pero listo para esgrimirlo si hubiese que responder a esos exabruptos casi psiquiátricos de unos pocos pinochetistas que parecen tener el cerebro directamente enchufado a la violencia verbal o física y sin regulador de voltaje. Uno de ellos ya es espectáculo de prensa y cliente frecuente de la comisión de ética de la Cámara de Diputados por las expresiones con que adorna su repertorio de ideas.
En cambio varios de los jóvenes políticos de derecha, venían despegándose de la dictadura. Han estado formando grupos, referentes; rechazando públicamente a dirigentes de sus propios partidos por su anclaje en el pasado represivo repudiado por las mayorías chilenas. Algunos hasta formaron un nuevo partido de derecha. Y otros dicen que no quieren renunciar a sus partidos, sino que las posiciones ultraderechistas los están empujando a la puerta de salida.
Pero los procesos políticos son siempre irregulares.
Los avances estimulan los retrocesos y reactivan.
Así se ha iniciado el debate más a fondo al interior de esta nueva generación derechista en su lento, pero esperanzador, camino hacia más democracia.
En posición contraria en ese debate, el discurso de la diputada pinochetista de Valparaíso se inscribe en los frutos que brotan de las semillas de 17 años de dictadura.
Pero ella no está sola. La Vicepresidente de su partido Paulina Núñez, 36 años, diputada por la productiva región del cobre, abogada, profesora U. Católica, apoyó: “Yo celebro que tengamos a la diputada Flores en nuestras filas”.
Estos no son los antiallendistas que en los 70 incorporaron a los militares a su proyecto político. No fueron parte del golpe. No son los entristecidos por la pérdida del poder total y sus privilegios, ni los acusados por violaciones de DDHH. No habían nacido. Esta es una nueva generación que se nutre de la anterior, recibe su apoyo y recrea sus ideas. Y son electos participando del poder político de la democracia en los más altos cargos.
Es el fruto del trabajo de concientización de 17 años que se yergue peligrosamente en una atmósfera renovadora gatopardista en que todo cambia para que nada cambie de su esencia facista.
Es que el pinochetismo sigue latiendo fuerte en las sombras de la derecha.
Bien citábamos a Covarrubias, joven columnista de derecha, diciendo que “La paradoja es que con más o menos cafeína, el pinochetismo sigue corriendo por las venas de un importante sector de la derecha….¿como pudieron terminar votando por el Sí (plebiscito de Pinochet en 1988)?..” escribió, reprendiendo a sus correligionarios.
”No fueron suficientes los muertos, no fueron suficientes la ausencia de libertades mínimas, no fue suficiente la corrupción.” Escribió refiriéndose a su propia gente de derecha.
Podría esperarse que con un presidente de convicción derechista antipinochetista, como Piñera y una opinión pública mayoritariamente lejana de la herencia de la dictadura, el proceso reflexivo de los partidos de derecha habría avanzado más en esa línea. Pero la incorporación de los jóvenes herederos de las ideas del facismo moderno, dio al debate una fuerza que no tenían los representantes de la nostalgia dictatorial.
Los nuevos tienen derechos también nuevos y están reaccionando en ambos sentidos.
Es que el debate no estaba muerto. Estaba en barbecho.
Este pinochetismo acompaña y alimenta el ultraderechismo que está creciendo en América Latina. Su candidato presidencial (2017) Katz, viajó a apoyar a Bolsonaro y en Diciembre 2018 encabeza las opciones presidenciales 2021 con 12 % (Criteria).
Descarados, en el absurdo, ejemplifican en el dictador la búsqueda de la democracia en Cuba y Venezuela: “Pinochet fue una persona fundamental que evitó que llegáramos a una guerra civil, que es para dónde Salvador Allende pretendía llevarnos y evitó que hoy día estemos viviendo como en Cuba o Venezuela”, dijo Flores internacionalizando su pinochetismo.
En Europa con más cinismo no evidencian sus raíces históricas y llegan al extremo de Marinne Le Pen expulsando a su padre del partido que él fundó, para desnazificar su apariencia al borde de la presidencia de Francia con su autoritarismo. La extrema derecha alemana ahora tiene más de 100 diputados y en Italia no se sabe a donde irá Cinco Estrellas.
Esta nueva generación de derechistas se incorporan recién al parlamento, al final todos mezclados, insinuando organizarse como un destacamento adorador del golpe y sus consecuencias, para conducir la política chilena. No es una polarización de la sociedad, es un peligro extremista en su seno.
Lo más grave es que el pinochetismo, más allá de los políticos, sigue vigente en parte de la sociedad chilena. No es solo del exclusivo mundo de los partidos políticos. El animus dictatorial ha permeado las capas sociales en Chile y avanza en otros países.
Una parte de la sociedad chilena, con o sin y adhesión a los partidos políticos, se formó una conciencia social aprobatoria del golpe de Estado y su modelo económico. En 2019 el 23% de los chilenos se declara partidario del autoritarismo (CNN). Hace poco era el 10% y hace años nada.
Dicen rechazar o desconocer las torturas y los crímenes pero no el modelo de Pinochet.
La conciencia se hace y se deshace.
Y como los actores del golpe siguen vivos y activos ideológicamente, es sociologicamente obvia su influencia en la formación de la conciencia social en la presencia de la argumentación, las explicaciones y las propuestas de solución de los problemas.
La recreación del pinochetismo es politicamente acusadora del mal cumplimiento de quienes creemos en la democracia. Somos culpables de no haber hecho pedagogía política y convencer para repudiar las dictaduras de todo color. El pinochetismo social muestra una responsabilidad incumplida de los que hacemos política. Y más aún desde las izquierdas brutalmente perseguidas. No hemos sido capaces de producir una conciencia social que confine en el baúl de la historia el orgullo de declararse pinochetista. En los pinochetistas de la base social, hemos perdido la batalla de la vergüenza.
Si en el siglo XX la conciencia social chilena fue capaz de construir modelos políticos e ideológicos de cambios, con amplísimo apoyo popular, para el Frente Popular, la Revolución en Libertad democratacristiana y la presidencia de Allende por la vía plenamente democrática de la votación, fue porque durante décadas hubo estudio y preparación sobre la ideología imperante, se debatió, se escribió, se hizo prensa propia, publicaciones, se predicó estilo Recabarren, se formó personas, se hizo conciencia.
Entonces era raro escuchar “no me interesa la política”, “yo tengo que trabajar igual”, “voto por la persona”, “yo no voto”, “me da lo mismo”.
Hoy se ha degradado la percepción entre la vida diaria, los sistemas de ideas, la ideología, el poder político y el voto ciudadano.
Los políticos somo responsables frente al pinochetismo, especialmente los de izquierda.
Nosotros, los que dirigíamos la política, a lo mejor en el entusiasmo de ganar durante 20 años seguidos, de seguir en el gobierno y el parlamento, quizás concentramos el esfuerzo en eso, en seguir ganando y administrar parte del poder, descuidando la base social consciente que vota por un proyecto que lo hace suyo, en un proceso de aprendizaje de reflexión y pasión.
No es suficiente disgustarnos con los contrarios. Allá ellos con sus Flores.
Ese descuido es nuestro.