Damos por supuesta la futura superpotencia asiática, pero ¿quién es su Robert Redford?
Por Rafael Poch para Ctxt
Para llegar a ser una superpotencia global, en el siglo XX Estados Unidos se afianzó en una primera fase como potencia hegemónica del hemisferio occidental. Para eso tuvo que derrotar a otros aspirantes en Europa, como el Imperio alemán y la Alemania nazi. También derrotó al Imperio japonés en el Pacífico y a continuación contuvo a la Unión Soviética en muchas partes del mundo. Estados Unidos utilizó el hemisferio occidental como base de su proyección mundial. Algunos autores americanos (John Mearsheimer) dicen hoy que China está siguiendo esa misma vía. Su propósito actual es afianzarse como potencia hegemónica regional en Asia y desplazar a Estados Unidos de la región donde su economía ya es la principal. Desde esa base regional, dicen, expandirá su influencia y poder en el mundo de la misma forma que hizo Estados Unidos.
De perfidias y ansiedades
El ministro de exteriores chino, Wang Yi, dice que, “China no repetirá la vieja práctica de los países fuertes aspirantes a la hegemonía”. Los americanos, y en general los occidentales, no se lo creen. Como afirma el dicho, “piensa el ladrón que todos son de su misma condición”, así que para los occidentales, que inventaron el capitalismo y han dominado el mundo quinientos años sobre la fuerza y la coerción, resulta impensable otro modus operandi. Dicen que la prudencia china forma parte de lo mismo, aunque con mayor sutilidad, eludiendo choques frontales, ocupando, por ejemplo, posiciones allí donde los intereses americanos eran menores o donde no había presencia alguna, como en determinados países y regiones de África… Que China haya concedido rebajas de deuda a 28 de los 31 países más endeudados del mundo, o que haya perdonado por completo las deudas a algunos de ellos como Afganistán, Burundi o Guinea, sería, en definitiva, una muestra de pérfido oportunismo para ganar posiciones más que de altruismo y buena voluntad.
Las ansiedades de este debate aumentan al constatarse que, tras setenta años de governanza occidental de la economía mundial, mientras Estados Unidos se repliega hacia actitudes proteccionistas e introspectivas, China le arrebata la iniciativa internacional con su defensa de la apertura globalizante y su oferta volcada hacia fuera de grandes proyectos de infraestructuras orientados hacia los países en vías de desarrollo, la “Nueva ruta de la seda” (Belt and Road Initiative- BRI) que el New York Times presenta como, “una versión actual del Plan Marshall”.
Exportar, integrar
Tras veinte años acometiendo en su interior el mayor proceso de urbanización de la historia, construyendo nuevas ciudades y conexiones ferroviarias y autopistas entre ellas, China exporta al mundo en desarrollo su experiencia y su sobrecapacidad industrial y fabril, expandiendo así el papel de sus bancos y de su moneda. Para algunos eso no es más que, “un intento de solucionar los problemas chinos de sobrecapacidad, su creciente deuda y sus menguantes tasas de crecimiento a través de la expansión geográfica” (Martin Hart-Landsberg) para otros un avance nefasto de la crematística que asfixiará aun más al planeta. Sin negar esas hipótesis, otros constatamos que el plan chino es actualmente el único proyecto integrador para un mundo que ya está integrado por sus dilemas existenciales: calentamiento global, avance de las desigualdades y de las capacidades de destrucción masiva. En el actual panorama, el BRI es la única alternativa a la sucesión de desastres bélicos llevados a cabo por Washington en lo que llevamos de siglo desde Afganistán hasta Siria, pasando por Irak, Libia y Yemen con su factura de sociedades enteras destruidas y unos cuatro millones de muertos…
Problematizar el horizonte
El debate sobre la interpretación del ascenso chino y su proyección mundial es un asunto de importancia central. Resultaría vano y arrogante pontificar sobre su desenlace futuro cuando estamos expuestos a tantas incertezas. Pero incluso sin entrar en las preguntas sobre si sabrá China mantener su estabilidad interna en las próximas décadas, sí podemos problematizar el horizonte de un dominio global de China.
Un estatus de superpotencia, en caso de realizarse, no solo depende de la economía y la potencia militar. “Cualquier imperio exitoso tiene que elaborar un discurso universalista e inclusivo” para ganarse el apoyo y consenso de la población fuera de sus fronteras, así como de los países y sus estados, observa la historiadora india Joya Chatterji. “Las transiciones imperiales exitosas alcanzadas por la dura fuerza de las armas y el dinero, también requieren salvas culturales-persuasivas de poder blando para su dominio global. España tuvo el catolicismo y la hispanidad, el Imperio Otomano el Islam, la URSS el comunismo, Francia e Inglaterra la francophonie y la cultura anglófona”. Estados Unidos ha sabido introducir su civilización en su globalización con un éxito extraordinario. China no tiene nada comparable; una escritura que en lugar de 26 letras tiene 5000 caracteres, una ideología oficial “comunista” confusa y una civilización extraordinaria pero históricamente autocentrada y replegada en sí misma.
El declive de Estados Unidos como potencia es un hecho histórico, pero más allá de la pura economía, en el ámbito de lo que se conoce como soft power, la capacidad de influir vía su prestigio cultural e ideológico, la americanización cultural, el dominio de su lengua global, de sus pautas de conducta y modas, de la industria del entretenimiento, etc., sigue avanzando a todo vapor. En Europa occidental ha conquistado y colonizado, dejando un sello quizá definitivo, en las naciones más celosas de su idiosincrasia y manera de vivir, como Francia. En países como Rusia, donde pese a las rivalidades geopolíticas la occidentalización de la sociedad prosigue dinámicamente, ésta es, fundamentalmente, una americanización.
“En 1919 había una civilización europea con una cultura americana como variante”, escribe Régis Debray. Hoy tenemos, “una civilización americana en la que las culturas europeas, con toda su diversidad, parecen variables de ajuste en el mejor de los casos y reservas indígenas en el peor. En un tablero de ajedrez eso se llamaría un enroque, en un cambo de batalla, una derrota”.
El humorista escocés Frankie Boyle observaba hace algún tiempo, a propósito de las películas americanas sobre Vietnam, que, “la política exterior americana es innoble, no solo porque los Estados Unidos vienen a tu país y matan a tus familiares, sino, lo que me parece aún peor: porque veinte años después regresan para hacer una película sobre aquello y te explican que la matanza de tus familiares entristeció mucho a sus soldados”.
¿Dónde está el Hollywood de China? ¿Quién es el Robert Redford o la Marilyn Monroe de China? ¿Cuáles son las palabras chinas de moda que nuestra población adopta antes de entenderlas sin molestarse en traducirlas? ¿Dónde están los collares de cuentas chinos, los dispositivos de ingenioso diseño y las tecnologías que compaginan el entretenimiento con el control policial, que apasionan a la juventud idiotizada? Damos por supuesta la futura superpotencia asiática, pero ¿cómo se dice cool en chino?