Por Fatine Oliveira / Traducción de Pressenza
El fin del año siempre viene con esa atmósfera de retrospectiva. No importa dónde ni cuándo, de alguna manera reflexionamos sobre nuestras acciones, conquistas, y dificultades enfrentadas durante el período que termina. Hacemos nuestros balances personales con promesas de intentar nuevos pasos el próximo año. Rituales necesarios para mantenernos en movimiento en esta vida errante.
Tengo el hábito de analizar críticamente mis experiencias. Quizás porque soy minera¹ estoy acostumbrada a ser desconfiada por naturaleza, pero lo cierto es que la duda es parte mía.
Nací con una enfermedad genética progresiva incurable, llevé adelante mi vida viendo mi cuerpo perder estabilidad física y, en cierto momento, con una esperanza de vida reducida. Algo muy común para las personas con diagnósticos raros, que viven contra el tiempo. Sin embargo, como la capacidad médica para calcular las existencias no es la más confiable, pude ir más allá del período que se me había destinado.
Podría decir que es una gran conquista, pero al mismo tiempo es resultado de mi estilo de vida, de mi mirada crítica sobre el lugar en que la sociedad insiste en poner a las personas con discapacidad.
Me molesta esa posición marginal, medicada, infantilizada y nebulosa en la que nos pusieron. No nos ven porque estamos aisladas en nuestras casas. No podemos salir porque la sociedad no es accesible. La gente no sabe cómo «lidiar» con nosotros porque no convivimos y tampoco tienen interés en conocer nuestra realidad.
La lista de exclusión es larga… después de todo el capacitismo (prejuicio contra las personas con discapacidad) no es sólo las groserías y los prejuicios descarados. Son sutilezas. Si el diablo vive en los detalles, también vive en nuestras máscaras.
2018 fue el año en que nos revelamos, no sólo por el voto sino también por la actitud. Por pensar en el otro, por no pensar. Hemos visto movimientos, acciones y reacciones de todo tipo. Temas y más temas debatidos y combatidos. Sin embargo, una cosa no cambió este año: el silenciamiento de las personas con discapacidad.
No importa el nombre, el tema o lo que sea. Ningún movimiento incluye a las personas con discapacidad en su discurso. Es como si nuestra realidad fuera un caso aparte, un lugar que el sol no toca y que no debe ser visitado. El baile continúa y nunca nos invitan.
Soy feminista. Aprendí mucho de las teorías, consiguiendo finalmente reconocerme como mujer con derechos y valores como cualquier otra. Hice ese camino sola, siguiendo mis pensamientos e ignorando la indiferencia dentro del movimiento.
Después de participar en Ella (Encuentro Latinoamericano de Feministas) en la ciudad de La Plata, Argentina, aprendí mucho. Tantas historias diferentes aportaron una nueva mirada a esos días. No puedes pasar indiferente por este tipo de experiencia.
Aprendí a luchar por mi espacio en el movimiento.
Sí, hermanitas. Lamento ser tan franca, pero la mayoría de ustedes no se acuerdan de nosotras. No nos ven como mujeres, ni buscan entender nuestra realidad. Creen, al igual que el resto de la sociedad, que nuestra problemática se resume en la accesibilidad. O mejor dicho, a la rampa y la escalera.
No las juzgo. Tal como el machismo, el capacitismo es estructural. La mayoría de la personas no necesitan lidiar con ciertas capas de prejuicios. Para las mujeres sin discapacidad hay, en la mayoría de los casos, tres cuestiones a enfrentar: género, raza y clase social. Para nosotras son: identidad, autonomía, género, raza, clase social.
Todo el mundo es visto como persona con deseos, pensamientos, anhelos y demás sentimientos. Por el contrario, las personas con discapacidad son diagnósticos, objetos, no seres humanos. A pesar de los derechos garantizados por ley, todavía no tenemos el potencial de nuestras decisiones; nuestras autonomías son cuestionadas en detrimento de nuestras capacidades corporales.
Se nos juzga por nuestro cuerpo, por la capacidad de no parecer que tenemos una discapacidad, como si eso fuera una especie de «privilegio de semejanza». Cuanto más estándar sea, mejor será aceptado por la sociedad.
Por esta razón, no voy a suavizar mi discurso. Lo siento mucho. No puedo hacer eso.
Hay muchas mujeres con discapacidades que sufren en relaciones extremadamente abusivas, porque no se creen merecedoras de un amor verdadero. Del mismo modo en que las mujeres negras sufren la soledad causada por el color, nosotras luchamos con nuestra castración social por no ser queridas.
Nadie discute la importancia de un examen ginecológico para una mujer con discapacidad, no estamos invitadas a debatir. No se imagina una vida sexual para nosotras o nuestras sexualidades. Somos cis, heteras, bisexuales, lesbianas, trans, no binarias y estamos en las redes hablando de nuestras experiencias en blogs, videos y páginas, pero nuestras voces permanecen atrapadas en las burbujas de amigos y familiares.
Este año dimos algunos pasos tímidos, lacerantes. Todavía no sabemos cómo será el próximo, así que estoy lanzando esta provocación. No es un ataque al feminismo, especialmente porque la indiferencia hacia las personas con discapacidad sucede en TODOS los movimientos sociales. Necesitamos que no den espacio para hablar, una escucha empática que apoye nuestra lucha.
Si el año que viene nadie le suelta la mano a nadie, espero que algunas manos también se extiendan hacia nosotras.
¹De Minas Gerais