por Virginia Enebral / París

Las defensoras ambientales están conectadas al territorio y a sus recursos naturales, del mismo modo que la población garífuna a su identidad cultural. A pesar de que Honduras, “un laboratorio político”, se ha convertido en el país más peligroso para los activistas del medioambiente, Miriam Miranda no piensa rendirse. “Haré lo posible para que no me pase lo que a Berta Cáceres”. El asesinato de la líder del Copinh “demostró que somos totalmente vulnerables”. Su receta es poner sobre la mesa que las empresas europeas “están vulnerando los derechos humanos”.

—La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha condenado en dos ocasiones al Estado de Honduras por violar los derechos del pueblo garífuna, y sin embargo, el Gobierno ha hecho caso omiso de las sentencias.

—El Estado fue sentenciado en 2015 y debería haber cumplido el 90 por ciento de la sentencia. A la fecha no ha cumplido ni el dos. Hay un proceso de retardo, hay una falta de voluntad política, pero por encima de todo prevalece que para el Estado no tenemos derechos como pueblo garífuna. Para el Gobierno somos unos allegados a pesar de que nuestra presencia se remonta a más de 200 años, y la clase política y económica apenas lleva un siglo. Estamos peleando por el derecho a existir y coexistir en esta sociedad.

—¿El racismo es la base de esa lucha?
—Sí, y también la violación del derecho al territorio. El pueblo garífuna es afroindígena, es decir, caribeño y negro. Las sentencias están relacionadas con el derecho a la consulta que tiene la comunidad para decidir sobre proyectos, con el respeto a los títulos otorgados por el propio Estado a los pueblos indígenas. El Estado da títulos pero él mismo los violenta. Ambas sentencias abren, además, jurisprudencia en el ámbito internacional para los pueblos indígenas del mundo.

—Tras el golpe de Estado en Honduras en 2009, se han vendido de forma ilegal tierras de la comunidad garífuna para poner en marcha proyectos turísticos.

—En Honduras se crearon las condiciones para que el capital transnacional se apodere del territorio y sus recursos naturales. El Estado ha legitimizado y legalizado la venta ilegal y la expropiación del territorio. No solo aprueban leyes como la Ley de turismo, que permitió la llegada del barco canadiense, sino que utilizaron la Ley de expropiación, de 1934, para asustar a la gente. Entonces las luchas y las resistencias para parar proyectos, sobre todo en la costa, hay que entenderlas desde esa dimensión. No hay gobernabilidad, la aplicación de la justicia está coptada y a favor de los grupos de poder económico y, además, hay jueces racistas. El 99 por ciento de las sentencias son en contra de las personas garífunas. La judicialización, la criminalización, el terror y la política de vaciamiento del territorio son herramientas para entregárselo al capital transnacional. En Honduras no hay división entre el poder fáctico y el Gobierno. A todo esto hay que añadir el papel que ha jugado la militarización en la sociedad. Hay un proyecto del Gobierno de Orlando Hernández para que los niños y niñas reciban ‘civismo’ en las escuelas por parte del Ejército. Después serán quienes actúen de represores incluso contra su propia familia. Eso es adoctrinamiento.

—Además de la lucha por la recuperación de los territorios ancestrales, ¿el reconocimiento de la lengua garífuna es un caballo de batalla?

—Como Ofraneh luchamos por el respeto y reconocimiento de que Honduras es un país pluricultural y multilingüe, ya que en la Constitución de la República se establece que idioma oficial es el español. Ese es el primer problema porque se desconocen las otras lenguas de los pueblos indígenas que hay en Honduras, entre ellas, la del pueblo garífuna. Es una de las cosas más graves que puede haber. Así que no reclamamos sólo que se eduque en el idioma garífuna sino que se reconozca la cosmovisión y la forma de vida del pueblo garífuna. No se trata de traducir un currículo, sino que debe recoger lo que significa ser garífuna.

—¿Cómo os enfrentáis al aumento de plantaciones del palma?

—La soberanía alimentaria es un tema fundamental porque es la vía para que la gente pueda quedarse en la zona. Honduras se ha convertido en el tercer país de mayor producción y exportación de palma aceitera en América Latina, tras Colombia y Ecuador. Se dejó de producir de todo: maíz, frijoles… Éramos exportadores de comida para América Central y se ve claramente cómo se ha ido sustituyendo el sistema productivo. Como garífunas, Ofraneh está impulsando procesos que vayan en contra de los monocultivos. En unos años vamos a convertirnos en los mayores productores de coco. Alrededor tenemos la plantación de palma de Miguel Facussé. Estamos en lucha. Es necesario que los movimientos sociales, además de denunciar, desarrollen acciones muy concretas en el campo contra estos proyectos de muerte. El monocultivo de la palma africana está matando la costa hondureña. Y lo más grave, convencieron al campesinado para sembrar palma en lugar de comida. Ahora ya es tarde porque dañaron la tierra.

—¿El narcotráfico también os afecta?

—Estamos ubicadas en la costa, así que el narcotráfico que baja de la Mosquitia se va apoderando de grandes extensiones de tierra tituladas a nombre de la comunidad garífuna y las militarizan.

—Y acechan los proyectos de implantar Ciudades Modelo.

—Honduras se ha convertido en un laboratorio político. El golpe de Estado de 2009 sirvió para establecer las condiciones para crear un estado fallido, una destrucción de las instituciones y entregar los bienes comunes y los recursos de la naturaleza al capital transnacional, a las inversiones extranjeras, con la complicidad de la clase política y económica corrupta. Si no, no se entiende cómo un país va a impulsar proyectos en los que se entrega la soberanía y se establece la tercerización de la justicia, que significa que cualquier conflicto que se genere en estos territorios entregados al capital transnacional se van a dirimir en otro Estado. Es una entrega total de la soberanía. Y todo, ¿para qué? Para establecer zonas francas, utilizar vastos territorios para instalar empresas y que no haya ningún control sobre ellas. En estas Zonas Especiales de Desarrollo y Empleo (ZEDE), ni la administración tendrá potestad.

—¿Y todo en nombre de un futuro desarrollo económico?

—El actual Gobierno apuesta por este modelo con la excusa de la inversión que se va a dejar en Honduras. La entrega de los territorios, de los bienes comunes…, desatiende y traslada su responsabilidad al capital en nombre de la creación de ingresos económicos para el empleo. El mismo pretexto se usa para la industria extractiva. En nombre del desarrollo se destrozan los recursos de la naturaleza y a las defensoras del territorio nos tildan de querer ir en contra del desarrollo. Este modelo nos lleva a la destrucción masiva de nuestro pueblo y del planeta.

—Se han incrementando las campañas de criminalización contra las y los defensores de derechos humanos. ¿Cómo se lucha contra eso?

—Hay que retar a organizaciones y a poblaciones, pero también hay que ir a espacios. Estuvimos en la universidad acompañando al movimiento estudiantil y reclamamos la necesidad de generar cambios en el sistema educativo nacional. Desde la universidad se debe educar para generar cambios en el país. Una Academia que ni siquiera puede hacer una propuesta sobre el cambio climático ¡no sirve para un carajo! También es necesario mostrar la realidad. Hicimos un llamado al pueblo de Tegucigalpa para trasladarles que la lucha por el bosque, el agua, el territorio, los recursos naturales que hacemos en el ámbito rural no lo hacemos por nosotros, lo hacemos por todos los hondureños y hondureñas. Lo que comen aquí se producen en el campo, no en las ciudades. Al mismo tiempo vamos fortaleciendo una voz propia a través de las radios comunitarias, tenemos que crear nuestros propios medios de comunicación. Y por supuesto, usar el derecho de los organismos internacionales como el CIDH, el Convenio 169 de la OIT que establece el derecho a la consulta a los pueblos indígenas, Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos que cumple 80 años…

—¿Cuán necesario es el trabajo en red para las y los defensores de derechos humanos?

—Nada se puede hacer solas. Debemos crear alianzas desde las comunidades, pero también veo la necesidad de ligar las luchas. Ofraneh ha venido dando su aporte en la resistencia de Honduras desde el punto de vista cultural y espiritual. Tras el golpe de Estado, nos mudamos tres meses y medio a Tegucigalpa con nuestros tambores, con nuestra identidad cultural, por la lucha por la restitución de la institucionalidad. A pesar de que estábamos en un sistema democrático no perfecto, era lo que se había estado construyendo en los últimos 200 años. Pero no todo el mundo lo comprende. Nos ha tocado educar en lo que significa luchar desde la espiritualidad y la cultura. Somos pueblos y países colonizados y a veces no se entiende esta forma de ver la vida y de relacionarnos. Otros pueblos indígenas están haciendo lo mismo. En un sistema que te hace uniforme, la lucha desde la identidad cultural es tremendamente revolucionaria.

—Aunque no parece suficiente.

—Hemos venido acuerpando las resistencias de otros pueblos, lo que significa no solo solidarizarnos con cartas, sino hacer acto de presencia dentro de los territorios. Las redes son importantes para acompañar, pero hay que ir viendo que ya no es posible pensar en las defensoras de forma individual ni focalizar luchas. Es necesario construir respuestas colectivas. Hay que señalar la estructura, el origen por el cual alguien está en riesgo. No podemos quedarnos en que cuando alguien está en riesgo, conseguimos plata y la sacamos. Eso ya no funciona, son parches. Hay que movilizar opinión, recursos. ¿Cómo es posible que aquí haya empresas que nos están chingando allá y no haya un sistema de denuncia de esas empresa aquí en Europa? Hay que evidenciar que las empresas consiguen dinero de bancos internacionales que apuestan por convertir en verde países de Europa para 2020, y sin embargo esas empresas están vulnerando los derechos en otros países y no se pone sobre la mesa. Estas redes deben ser reales porque el escenario lo demanda.

—¿El asesinato de Berta Cáceres ha sido un punto de inflexión para las defensoras?

—El asesinato de Berta Cáceres demostró que somos totalmente vulnerables, que no le importamos a nadie. Aún así la gente del Estado y de la empresa responsable del asesinato se equivocaron. Iniciamos una campaña fuerte, Berta se multiplicó, y no es mentira. No es solo la solidaridad internacional, realmente ella se multiplicó en el país. Vas a cualquier parte, en el lugar más recóndito, y su cara está dibujada. Ha revelado además la verdadera cara del Estado, quien no solo no ha generado las condiciones de defensa sino que valida y apoya a la empresa y al capital trasnacional. Lo mismo ha pasado con el sistema de justicia. Se ha visto al no permitir la participación de los abogados de la familia… Es grave para las defensoras porque significa que no tenemos ninguna protección.

—¿Qué papel están jugando las mujeres en la defensa del territorio y la resistencia de los pueblos?

—En los últimos años las mujeres ya ocupamos los sitios principales en la defensa de los recursos naturales y los bienes comunes de la naturaleza. No es casual que seamos las más judicializadas y criminalizadas. Pero lo más importante es que hace tiempo que hay un debate para que las mujeres asumamos el rumbo del planeta. Y esto puede sonar muy arrogante, pero es cierto. Hace décadas que los hombres están en el poder. Aún se ven fotos de jefes de Estado reunidos y apenas hay mujeres. Y son espacios donde se toman las decisiones para la vida de grandes cantidades de personas. Ahí está el problema. Las mujeres hemos demostrado que no solo vamos a parir, también somos constructoras de ideas y ponemos sobre la mesa esos temas que a los hombres no les interesan. El hombre históricamente ha sido un irresponsable, desde su casa hasta las decisiones que toma por el futuro de la humanidad. En cambio, creo que las mujeres sí somos responsables y lo estamos demostrando. Desde el momento en que enfrentamos desde el territorio la defensa del agua, de los bosques, de los recursos naturales, el decir no, no solo en la cama o en la casa; decir no es trascender y dar ese salto hacia lo que nos hace vivir. Por eso debemos seguir fortaleciendo la voz y el accionar de las mujeres en todos los espacios. Hemos trascendido incluso a los movimientos feministas de las últimas décadas. Algunos están entendiendo que no podemos luchar solo en el espacio individual, sino también en la colectividad.

—¿Puede el movimiento feminista hacer frente al sistema capitalista y neoliberal?

—Una cosa que va a salvarnos son las prácticas positivas para salvar la vida: el cuidado de la semilla, la transmisión de la identidad cultural… Son las madres quienes transmiten valores humanos como la complementariedad, la ayuda mutua y empatía. Esto es importante para fortalecer la vida en contra de un modelo que nos ha deshumanizado. Ahora es más importante el capital que la vida humana. De ahí viene la solución. Son esas cosas pequeñas las que pueden hacer cosas grandes. La única forma de salvar este planeta es que lo humanicemos.

—¿Nunca se plantea rendirse?

—¡Nunca! Siento que debo de luchar para dejarle a la siguientes generaciones un país mejor. Eso es fundamental en la lucha. Por eso no me rindo y no salgo de Honduras. Es una decisión arriesgada porque estoy en el punto de mira, pero haré lo posible para que no pase lo que a Berta Cáceres. Tampoco somos mártires, tengo que poner las cosas más difíciles.

 

(Fuente: Pikara Magazine Lab)

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