Para “devolver la paz y la serenidad” a su país, el gobierno francés decidió suspender por seis meses la subida de los impuestos a los carburantes y así sofocar la crisis que estaba viviendo con las protestas de los “chalecos amarillos” a lo largo y ancho del hexágono.
“Ningún impuesto merece poner en peligro la unidad de la Nación”, expresó el primer ministro Edouard Philippe, luego de que las protestas pacíficas degeneraran en disturbios y operaciones represivas fuera de control.
A su vez, el primer ministro expresó que era imposible no escuchar la ira de los franceses, en una alocución televisada.
El movimiento de los “chalecos amarillos” fue atacado desde el minuto uno por los medios oficialistas, buscando entre sus filas a militantes radicalizados, ya sea de la izquierda, los sindicatos o la extrema derecha. Pero lo que se encontraron fueron personas sometidas a la emergencia económica por las políticas llevadas adelante en los últimos años por los sucesivos gobiernos neoliberales. Macron venía a acelerar el proceso de empobrecimiento y de redistribución de la riqueza: más para los que más tienen.
La subida del impuesto a los combustibles se convertía en una bomba para las clases populares que ya tienen enormes dificultades para llegar a fin de mes, que viven endeudados con los bancos o las oficinas de créditos y que veían todavía más mermado su presupuesto en beneficio de las élites que se libraban de pagar impuestos a las grandes fortunas.
Con la crudeza del invierno que empieza a asomar en el calendario, el gobierno anunció, además, la suspensión del aumento de las tarifas del gas y de la electricidad, como medida suplementaria a los reclamos de los “chalecos amarillos”.
Este primer paso de las conquistas de los manifestantes, se ve en la perspectiva de continuar con su agenda de exigencias que incluyen un aumento del sueldo mínimo, que se actualicen las pensiones y que se vuelvan a gravar a los más ricos.
La popularidad del joven presidente Emmanuel Macron ha descendido a velocidad de bólido, demostrando que la fortaleza de los impopulares se derrite frente a la presión del pueblo. Un sondeo de Ifop-Fiducial muestra que el apoyo al presidente es de un escaso 23 %, mientras que el 72 % de los franceses apoyan a los “chalecos amarillos”.