Por Patricio Hales
No son los del 68 en París.
Rayaron el monumento patrimonial a la revolución pero no es una revolución. Todo esto es una fuerte rebeldía blanda, si se la juzga dentro del paradigma del hombre duro, conquistador, del cinquecento a la fecha. Son rebeldes sin líderes ,sin voceros, sin conducción política conocida. Rebeldes abiertos, más libres, más sueltos, que no quieren identificación con referentes políticos, nada con los partidos y casi sin ideología. Más sensibles, más plenos, más integrales u holísticos, como se dice ahora con el anglicismo de moda.
Sin embargo cientos de columnistas están escribiendo, haciéndonos sesudas pedagogías socio políticas, hurgando con el foco del mismo lente desde donde se construyen las cosas que en todo el mundo han comenzado a repudiarse.
Si bien en cada lugar esto corre de distinta manera y conforme a sus desarrollos, circunstancias y culturas, me permito asociar la primavera árabe, al Brexit, al movimiento en Grecia, a los ambientalistas de todo el mundo, al Podemos, a las cinco estrellas italianas de las clases medias, a los movimientos de mujeres, al indigenismo chileno y boliviano, paraguayo, a la abstención cada vez mayor en las elecciones libres y al enojo mundialmente generalizado contra con el curso de acción que llevamos desde la política.
Es mucho más que las chaquetas amarillas. Asistimos a una rebeldía casi planetaria extendida.
El Primer Ministro de Francia habló de la necesidad de la unidad de la nación. Y algunos quieren seguir creyendo que se trata del rechazo a unos centavos en el valor de la bencina. Un francés ahora dijo “la firme”: queremos la baguette entera y no migajas, cuando el Presidente ofreció suspender el nuevo tributo.
El enojo sistémico mundial es de una profundidad tal, que las cifras de los economistas no logran estabilizar las reflexiones y solo se dan vuelta en el ridículo argumental de puntos más de las desigualdades, puntos menos de los beneficios sociales, puntos más de los impuestos, prospectivas de la OCDE y balances numéricos de un descontento que superó las formas de las explicaciones tradicionales. Está en un esfuerzo de comprensión muy profunda de esas crisis inevitables que acompañan el desarrollo de la humanidad.
Y sin embargo, lo complicado es que si la comprensión de todo esto no está en las cifras, también está en las cifras: en la ausencia de reajustes de las pensiones en Francia en casi 10 años y en el fracaso de ellas en Chile; en las cifras alegres del crecimiento junto a las odiosidades de las cifras de las desigualdades; en los pequeños productores agrícolas aplastados por los acuerdos de libre comercio;
en las guerras, siempre artificiales; en los presidentes y ministros procesados, encarcelados y hasta fusilados por corrupción en el poder; en los programas incumplidos por el llamado realismo político; en las desilusiones de izquierda y los desprestigios totalitarios de las derechas; en las cifras y números del antipartidismo traducido como un apoliticismo que repite un peligroso un discurso contra la política.
Y todo esto en un mundo donde la noticia ya no llega sino que la hacen las personas al instante en que las cosan pasan y donde se sabe todo.
Si Robespierre quisiera hoy día defender el poder de su revolución política en curso, combatiendo contra los rebeldes, como pasa en todos los tiempos de crisis, desenchufaría el internet en vez de quemar imprentas y tal como ayer, terminaría en la Place de la Concorde degollado por sus propios partidarios .
Nos encontramos ante algo muy profundo, cultural, filosófico en cuanto a que se movilizan pareciendo inspirados en preguntarse qué hacemos en este mundo, para qué toda esta institucionalidad que no responde a los anhelos tan prometidos y luchados que han alejado a los militantes de siempre a un escepticismo casi anárquico.
Incluso puede hablarse de fenómeno psicosocial propio de las grandes crisis epocales que las cambia solo el paso del tiempo. Esto no es nuevo en la humanidad. Es parte de ella pero requiere saber entender cada caso. Y este no lo hemos entendido aún.
No es una revolución. Pero se parece a una situación revolucionaria en los términos más leninistas cuando el calvo Vladimir, nos decía por escrito, que esta consiste en que los de abajo no quieren ser conducidos como lo quieren desde arriba y los de arriba no pueden controlar a los de abajo.
Estos rebeldes de hoy no buscan respuesta en la política y sin embargo hace temblar al poder. Son blandos en el sentido de la organización para conquistar el poder pero no para protestar contra él. El ideólogo de antaño hoy día no se prepara para la revolución sino que cuida al oso panda, no fuma en los bares, no quiere partidos, quema su biblioteca en noches de invierno, recicla la basura, sufre por el plástico en todos los mares y tiene más rabia que nostalgia.
Y la política no encuentra respuestas.
Salvo en la ultra derecha que sabe alentar el descontento ofreciendo poner orden en las demandas más elementales del razonamiento básico, prohibiendo las inmigraciones, deteniendo con brutalidad la delincuencia, prometiendo castigar la corrupción de las filas del otro pero castigando duramente al fin, exacerbando la identidad más reducida del nacionalismo, de la región, de la comuna, del barrio, del condominio, del edificio, de la vivienda y de la soledad individual.
Alguien dijo en Francia que no le extrañaría que la ausencia de policía en el Arco de Triunfo haya sido un estímulo a la agresión para rayarlo para escándalo presidencial y mundial, mientras el resto de Champs Elysees tenía unos dos mil policías con barreras. Cierto o no, la ultra derecha se declaró a favor del descontento.
Deberíamos construir más preguntas que respuestas.
Los teóricos mundiales se han llenado de respuestas que permitan, dentro del actual modelo de pensamiento conductual político social, hacer calzar lo que no calza.