Por Howard Richards
En medio de más de una crisis, un equipo de intelectuales europeos de centro-izquierda, liderado por Thomas Piketty, ha redactado una propuesta para rehacer la Unión Europea. Su propuesta incluye un manifiesto, un tratado que establece una nueva legislatura y un presupuesto. Los detalles se pueden encontrar en www.tdem.eu. Ellos mismos dicen que el mayor mérito de su proposición es que existe. Invitan a todo el mundo a comentarla y a sugerir mejoras. Cobrándoles la palabra, aquí siguen tres comentarios y una sugerencia.
Comentario Uno: La propuesta, especialmente el presupuesto, exagera el poder de los gobiernos para controlar los mercados. La propuesta se financia con fuertes impuestos a los dueños de propiedades. Receta mayores impuestos sobre las herencias, sobre las emisiones de carbono, sobre las ganancias corporativas y sobre los altos ingresos personales. Pero los propietarios tienen un poder de mercado que los gobiernos no tienen.
Ya en su libro de 1973, Problemas de Legitimación en el Capitalismo Tardío, Jürgen Habermas dijo que en los tiempos modernos el mercado es la principal institución. El gobierno es una institución secundaria. Los mercados mandan a los gobiernos más que los gobiernos mandan a los mercados. Un mercado es una institución en la que los propietarios tienen la libertad de comprar o no, vender o no, mover sus bienes muebles o mantenerlos donde están, invertir o no invertir. Como ha dicho Mikhail Kalecki el capital tiene poder de veto sobre todas las políticas públicas, porque cualquier política que socave la confianza de los inversionistas, por cualquier motivo o por ningún motivo, llevará a una crisis económica.
Habermas explicó por qué la democracia social conlleva a la crisis fiscal del estado. Según principios de la ley civil inmovibles o casi inmovibles, la capacidad del estado para gravar la riqueza está muy limitada. Es de partida limitada por el temor de la fuga de capitales. Siendo siempre débil su capacidad para financiarse, el estado está obligado a gastar (o no cobrar) dinero para atraer capital y para no espantar el capital que ya permanece dentro de sus fronteras. Este mismo estado debe garantizar los derechos sociales como los son la atención médica, las pensiones, la vivienda y otros.
Los gastos excederán los ingresos.
Habrá promesas solemnes incumplidas.
Comentario Dos: Piketty y sus amigos quieren dar una nueva vida –esta vez una vida verde—a la democracia social europea de antaño. Pero carecen de una estrategia para enfrentar las razones estructurales por las cuales la socialdemocracia hoy se encuentra en el mejor de los casos retirándose en forma ordenada. En el peor de los casos está francamente derrotada. No duró. Fue superado por el neoliberalismo.
¿Han mejorado las perspectivas para la democracia social desde que Habermas las analizó en 1973? Para nada. El capital es aún más móvil de lo que era entonces. El tratado creando la Organización Mundial del Comercio de 1994 y muchos otros acuerdos con fuerza de ley han hecho los derechos de los propietarios aún más inmunes a la democracia que en 1973.
El propio Piketty ha mostrado que el hecho de que el gasto social se haya mantenido casi igual no significa que los europeos sigan disfrutando de las conquistas sociales de los treinta años gloriosos 1945-1975. Las garantías sociales se erosionan al mismo tiempo que más personas las necesitan. Menos beneficios por más beneficiarios suman a aproximadamente los mismos gastos. ¡Combinados con la intensa competencia fiscal bajando impuestos para atraer inversiones, suman a una deuda pública cada vez más impagable!
En nuestro libro, Los dilemas de la democracia social, con mi coautora Joanna Swanger investigamos los poderes causales de las estructuras sociales en un espíritu de realismo crítico. Nuestra metodología no fue igual a las de quienes identifican la ciencia con la búsqueda de regularidades en los datos observados. Realizando estudios de casos de España, Suecia, Austria, Sudáfrica, Indonesia y Venezuela, hemos pretendido mostrar no solamente que la democracia no fue duradera, sino por qué no pudo ser duradera. Chocó con las estructuras sociales y culturales básicas de la modernidad, en primer lugar con aquellas manifestadas en el derecho civil. Karl Renner se equivocó!
¿Quién fue Karl Renner? Desde 1918 hasta 1920, fue el primer canciller de Austria después de la derrota de los poderes centrales en la Primera Guerra Mundial. En 1904 publicó la primera edición alemana de Las instituciones de derecho privado y sus funciones sociales. Explicó, como Max Weber explicó más tarde en Wirtschaft und Gesellschaft, cómo la ley civil europea, heredada y adaptada de la ley romana, y posteriormente impuesta al resto del mundo por el poder de la espada, constituyó el marco legal de lo que Karl Polanyi y otros han llamado nuestras “sociedades de mercado».
En 1904, preguntó Renner, ¿Puede una sociedad de mercado capitalista convertirse en una sociedad de mercado socialdemócrata, aun permaneciendo dentro del marco europeo de derecho civil heredado y adaptado del Imperio Romano?
Su respuesta: ¡sí!
Nuestra respuesta: ¡no!
Nuestra respuesta no implica que el capitalismo solo pueda ser transformado por la violencia. En absoluto. Implica que solo puede ser transformado por la educación. En esta etapa de la historia, la humanidad está en un camino de autodestrucción. Está destruyendo la biosfera y destruyendo el tejido social. ¡Pero esos no son desenlaces deseados ni por un solo ser humano! ¡Lejos de servir a los intereses de una clase dominante, no sirven a los intereses ni de una sola mujer, ni de un solo hombre ni de un solo hijo o hija! Por eso, cuando la educación enseña cómo y por qué las estructuras básicas pueden y deben transformarse, las filas de los transformadores se multiplicarán. Serán cada vez menos quienes todavía no comprenden la situación real de homo sapiens y del planeta tierra.
Tercer comentario: La propuesta de Piketty no toma en serio la venida, y en gran medida la llegada, de la obsolescencia del trabajo humano como factor de la producción. No tome en serio el hecho en un futuro que ya llega el valor comercial de muchos (nadie sabe cuántos) trabajadores en el mercado laboral va a ser cero.
La economía ortodoxa nos dice poco o nada sobre un mundo donde el valor en el mercado de gran parte del trabajo humano no existe. El proyecto intelectual de Adam Smith, seguido por sus sucesores, se basa en el postulado de Smith que el precio natural y apropiado del trabajo es y debe ser la contribución del trabajo al valor de lo que Smith llama su «producto vendible».
Es hora de empezar de nuevo con diferentes principios. No podemos defender la dignidad y los intereses de las mayorías pretendiendo inflar el valor de mercado del trabajo humano cuando el hecho físico es que es ineficiente y por ende inútil.
Puede ser que el aumento del salario mínimo y el fortalecimiento de la negociación colectiva servirían como partes de una propuesta integral para resolver los problemas estructurales. Pero no tocan el problema estructural principal: la redundancia masiva.
Alentar al capital privado a invertir utilizando fondos públicos para aumentar su rentabilidad y disminuir sus riesgos, no va a persuadir a nadie a utilizar tecnologías obsoletas.
Confiar en aumentar la productividad para aumentar los sueldos también es engañoso. Hubo un momento en la historia cuando Smith notó la explotación injusta; y hubo otro momento cuando Marx pudo transformar lo que Smith había notado (el hecho que el valor del sueldo es menor que el valor en el mercado de lo que el trabajador produce) en una poderosa ideología.
Vivimos en otro momento. Nuestro momento exige otra ética. Ya no podemos seguir con una ética que supedita el derecho de vivir de una persona al valor mercantil del producto de su trabajo.
Hoy en día, aumentar la productividad generalmente implica comprar tecnología y emplear menos trabajadores. Hoy, si seguimos la ética de John Locke y Adam Smith que postula que el productor tiene un derecho moral sobre lo que él (o quizás ella) produce, debemos admitir que la causa inmediata del aumento de la plusvalía (el Mehrwert de Marx) suele ser la inversión en nuevas tecnologías por parte de los capitalistas. Y el límite al que tiende la creciente productividad es el reemplazo del trabajo humano por robots y tecnologías afines, no solamente en la industria sino también en el comercio, en el sector servicios y en la agricultura.
El desafío ahora es lograr que los robots trabajen para todos, no solo para los accionistas, no solo para los dueños de la propiedad intelectual, y no solo para los pocos trabajadores humanos restantes quienes trabajan juntos con los robots.
Es hora de empezar de nuevo con una ética de solidaridad. El trabajo no es una mercancía. Tu derecho a una vida digna no debe depender de encontrar a un patrón a quien le conviene comprarte tu fuerza laboral. El objetivo de una economía no es la acumulación. El objetivo es servir a las necesidades y valores de los seres humanos, en armonía con la naturaleza. El mismo Piketty escribe en El capital en el siglo XXI, que hoy la democracia debe apoderarse del control del proceso de la acumulación de capital. Los dones de la naturaleza, sus minerales, sus suelos, sus aguas, sus atmósferas y sus especies vivas pertenecen en principio a todos y a nadie. A todos para sacar provecho de lo que la naturaleza regala. A nadie porque nadie tiene derecho a perjudicar a las generaciones futuras. Hay que repensar también la ética que norma los dones de la historia: la riqueza creada en el pasado por personas que ya no viven, el conocimiento científico acumulado a lo largo de los siglos, y las contribuciones de ayer al conocimiento técnico de hoy. Es hora de salir de los zapatos chinos del derecho civil y de la economía ortodoxa. Como recomendaba Antonio Gramsci, es hora de adaptar las culturas humanas a sus funciones físicas.
Termino este tercer comentario con un ejemplo de una economía solidaria que adapta la cultura a sus funciones físicas en el vecindario conocido como Alex en la ciudad de Johannesburgo en Sudáfrica. Si entras en una cierta antigua iglesia en su avenida principal una tarde de lunes a viernes, encontrarás a doce jóvenes antes sin trabajo. Ahora han encontrado trabajo.
Cantan y bailan a la vez. Están ensayando Black Motion de Imali y Babes Wodumo de Wololo; luego bailarán al compás de viejos favoritos como Cat Daddy y Bird Walk. Tuvieron que concursar para ingresar a la tropa. Una vez adentro, necesitan disciplina y autodisciplina para aprender los pasos y las letras a fin de prepararse para los espectáculos. Actúan principalmente para niños en escuelas primarias, donde, además de brindar entretenimiento, brindan un ejemplo vívido de jóvenes divirtiéndose sin tomar drogas.
Necesitan más autodisciplina para llegar al trabajo, llegar a tiempo, estar sobrio y mantenerse limpio en más de un sentido de la palabra. Expresando mi acuerdo general con la teoría de la virtud de Aristóteles en su Ética a Nicómaco, a pesar de que no tengo pruebas tangibles sobre los bailarines de Alex, creo que su disciplina los lleva a la virtud y que la virtud los lleva a la felicidad.
La compañía de cantantes y bailarines que practican en la antigua iglesia ubicada en la avenida principal de Alex es un ejemplo de empleo no comercial hecho posible por la solidaridad. Sus sueldos provienen de la captura de rentas económicas y del reparto del excedente. El dinero y otros recursos se transfieren desde lugares donde no son necesarios hacia donde son necesarios. Gracias a los donantes públicos y privados, el empleo no comercial es cada vez más capaz de servir valores verdaderamente humanos. Los donantes son a veces voluntarios. A veces son involuntarios como es el caso de los contribuyentes pagando impuestos. A veces son donantes miti-voluntarios en una de las muchas formas miti-voluntarias en que las normas sociales orientan la conducta sin ser estrictamente obligatorias. Así la solidaridad viene al rescate cuando el trabajo comercial no alcanza.
Aquí está mi sugerencia para mejorar la propuesta de Piketty y sus colegas: esperar un mes. Tal vez dos meses. Luego convocar al equipo que la escribió. Reescribirla a la luz de los comentarios recibidos.