Por Adrián Torres John
No cabe duda de que, habiendo transcurrido más de medio año luego de su ascenso al puesto de Primer Mandatario de la República, Martín Vizcarra ha comenzado su período con el pie derecho. Esto puede ser confirmado, de un lado, al observar los resultados de una encuesta recientemente realizada por la entidad “Ipsos Publics Affairs”, en la que participaron periodistas e importantes líderes de opinión latinoamericanos (sumando así un total de 362 encuestados), que colocó al presidente en cuestión en los primeros puestos de nivel de aprobación de mandatarios latinoamericanos. Por otra parte, la recientemente llevada a cabo Conferencia Anual de Ejecutivos, asamblea en la que los grandes empresarios y ejecutivos nacionales se ven las caras con el objetivo de discutir tópicos de interés con respecto a la economía y sociedad del país, dio un porcentaje muy interesante de analizar: el 76% de los asistentes expresó tener una postura favorable frente a la gestión del mandatario (fuente: “El Comercio”). Estas cifras, a pesar de lo elevadas que son, no pueden ser catalogadas como inesperadas, debido a que, en un contexto de casi completa falta de fe sobre los partidos políticos y sus figuras (debido, principalmente, a la imagen que han construido paulatinamente de ser clientelistas, fácilmente corrompibles, arribistas y, por encima de todo, inmensurablemente inútiles), Vizcarra ha demostrado tener resolución y mano dura contra la injusticia, la desigualdad y la ineficacia presente en las instituciones que lo rodean, llegando a poner en jaque múltiples veces a distintas bancadas que se mostraron abiertamente en contra del progreso (en especial, Fuerza Popular). Todo ello de la mano con ideas y propuestas frescas e innovadoras, las cuales no han hecho más que apuntalar el compromiso que el presidente tiene con su nación, tal como lo es el referéndum, que será llevado a cabo el próximo mes.
En medio de todo ello, hay dos factores externos que han ayudado de gran manera al presidente Vizcarra en sus primeros meses de gobierno y que, al mismo tiempo, lo distinguen de sus antecesores. Se trata de un par de elementos que le han dotado de una mayor libertad y base de acción, respectivamente.
En primer lugar, al ascender al máximo cargo político en medio de una situación de urgencia nacional, frente a la necesidad de una respuesta luego de la vacancia del ahora ex – mandatario Pedro Pablo Kuczynski, Vizcarra tuvo la oportunidad de evitar pasar por todo el proceso electoral y de campaña publicitaria que generan las elecciones presidenciales. Si bien es verdad que la cantidad de “banners”, banderolas, paneles instalados en las calles y avenidas públicas, volantes repartidos, apariciones en televisión, discursos públicos dados, y demás estrategias de difusión, son una pieza fundamental en las elecciones, lo cierto es que, detrás del telón mediático, también se llevan a cabo maniobras de apoyo y de ganancia de votos. No es novedad la cantidad de jugadas que se llevan por debajo de la mesa con el objetivo de ganar apoyo de grandes entidades financieras, personajes con peso cultural y demás, que pueden llegar a caer en lo ilegal y deshonesto. El caso de Odebrecht (en realidad, sus distintos casos) es quizá una de las puntas del iceberg que sobresalen de la marea. Un buen ejercicio de imaginación sería intentar ponderar sobre la cantidad de acuerdos, compromisos y promesas que han tenido que hacer múltiples candidatos durante sus campañas, cuántos vínculos con personajes no muy correctos debieron haber solidificado y, por encima de todo, la cantidad de “favores” que tuvieron que prometer, con el único objetivo de pasar a una segunda vuelta o, simplemente, sobresalir. Naturalmente, cuando las figuras elegidas llegan al poder, estas se ven condicionadas en gran medida por todos los “compromisos” que han generado (y deben cumplir) y por todas las relaciones (nuevamente, que en su mayoría son ilícitas) de las que no se pueden deshacer, o que simplemente no quieren hacerlo. En el menor de los casos, toda esta situación únicamente mermará la eficacia y la resolución de la gestión del mandatario y, en el peor de los casos, hará que este sea objetivo de escándalos, críticas y ataques por parte de la prensa, y una profunda desaprobación por parte de la sociedad (véase la situación actual de Alejandro Toledo, Ollanta Humala y la reciente solicitud de asilo de Alan García al gobierno uruguayo).
Cabe resaltar que, en muchos casos, los candidatos no buscan recurrir a estos medios; por el contrario, pueden intentar evitarlos a toda costa y seguir el camino de lo política y moralmente correcto, con el único inconveniente de que, siendo así, cabe la posibilidad de verse sobrepasados apoteósicamente por aquellos que sí lo hicieron, o quizá llegar a convertirse en “adversarios” de estos personajes o entidades “financieras” ilícitas, mismas que intentaran minar el camino de los candidatos honestos. No es un camino imposible, pero sí enormemente difícil y con mucha competencia.
Nuevamente, habiendo esquivado todo el período de campaña política en el contexto de elecciones, Vizcarra no se vio afectado por todo este proceso de tensiones, por lo que, una vez en el poder, tuvo el camino libre para llevar a cabo sus planes sin mayor inconveniente.
En segundo lugar, el ascenso de Vizcarra coincidió con una etapa de “destape político”: por medio de la gran cantidad de audios que salieron a la luz, se dio luz verde al comienzo de múltiples juicios y a la toma de medidas de sanción frente a determinados personajes (tales como Hinostroza, Chávarry o Edwin Oviedo), por lo que el nuevo mandatario tuvo una perspectiva muy clara de cómo proceder. No obstante, más importante aún fue que, de la mano con lo anteriormente mencionado, el partido “Fuerza Popular”, la principal barricada de acción que tuvo Kuczynski durante su gobierno, se desmoronó en cuestión de meses, comenzando con el conflicto que hubo entre los hermanos Keiko y Kenji Fujimori luego de que este último se negase a brindar su apoyo en la aprobación del primer intento de vacancia presidencial, pasando por el reingreso de Alberto Fujimori a la prisión, y, finalmente, culminando en la renuncia de una buena parte de representantes políticos. Naturalmente, esto libró casi completamente a Vizcarra de cualquier traba en su accionar, lo que, sin duda alguna, fue una ventaja muy grande frente a su antecesor.
A pesar de las dos razones anteriormente señaladas, no se le debe restar importancia a la resolución que ha mostrado tener el mandatario en los últimos meses: resolución para enfrentarse a sus “colegas” políticos y darles plazos fijos para cumplir con sus obligaciones o despedirse de sus empleos; resolución para iniciar juicios y llevar a prisión a figuras que, obviamente, no podían seguir en libertad, llegando incluso a hacer temblar al mismo Alan García; resolución para proponer ideas propias e innovadoras; pero, por encima de todo ello, resolución para ser fiel a sus ideales, a sus valores, y para inclinar la balanza política hacia lo justo y necesario, por encima del privilegio propio o clientelista. Por ello, hasta el momento, no resulta descabellado sostener que el gobierno de Martín Vizcarra será una época de cambios, justo lo que el Perú necesitaba con urgencia.