Por Eduardo Yentzen
Guiamos nuestras vidas a partir de modelos o paradigmas, que son formas de interpretar y representarnos la realidad, el mundo, la vida personal y social, y nuestro propio mundo interior.
Estas formas o mapas son creados y difundidos por distintas fuentes, las que tienen mayor o menor conocimiento de la realidad y por lo tanto pueden ser más o menos reales, más o menos precisos. Cuando uno de estos mapas es adoptado por una comunidad, ella lo transmite y pasa a ser el modo en que ésta entiende y se representa la realidad. Siempre existen dentro de una comunidad quienes cuestionan o reniegan de un mapa, y dibujan otros. Si la hegemonía de un mapa en la comunidad entra en crisis, ella se abre mayoritariamente a considerar nuevos mapas.
Ejemplos de revisión y cambios de paradigmas han sido: burguesía frente a la monarquía, marxismo frente al capitalismo, científicos frente a la iglesia, física cuántica frente a física mecánica, etc., etc.
El paradigma que reemplaza a otro se considera normalmente superior, y de allí que lo que llamamos historia –que hoy se considera como un proceso evolutivo, o ascendente- sea el relato de los sucesivos cambios de paradigma. Sin embargo el paradigma triunfante en cada cambio histórico no es necesariamente superior, basta con que sus sostenedores se hubieran vuelto más fuertes y su predominio militar lo haya impuesto. Por ejemplo, él o los paradigmas de los pueblos originarios de América no son necesariamente inferiores que los del occidente cristiano, pero el poderío militar de estos últimos lo impuso.
Si los paradigmas triunfantes no son necesariamente superiores, la historia no se mueve necesariamente en una dirección ascendente, y tal vez sólo es un constante cambio de formas –de paradigmas- viviendo la comunidad, en cada cambio, las debilidades y fortalezas de cada uno.
Ahora bien, ¿existe otra manera de guiar nuestras vidas que no sea desde un paradigma? El postulado del conocimiento espiritual -que no es, digámoslo de inmediato, un paradigma religioso- postula ser conocedor de un ‘lugar’ en el ser humano que existe más allá de la forma: un lugar de la esencia del ser humano, que es el mismo para todos los tiempos y para todas las personas. Ese lugar de la esencia no tiene forma, sino funciones que se relacionan libremente con el presente, y no pre-condicionados por una forma. Por otro lado, la forma del paradigma se expresa en cada persona en lo que es su personalidad.
El conocimiento espiritual sostiene que la realidad tiene dos dimensiones, una horizontal o externa que corresponde a las formas que toma el accionar sobre la Tierra –y que es el plano en el que operan todos (los demás) paradigmas- y otra interna, vertical o espiritual, que constituye un posible modo de vivir que no se manifiesta desde la forma sino desde la esencia.
Desde la dimensión vertical, se considera toda construcción paradigmática como una fijación horizontal en un punto del eje vertical, y como tal, parcial, rígida, y obstructiva a la posibilidad de ascenso espiritual que se dio al ser humano. En definitiva, postula que todo paradigma o ‘forma de ser’ es una cárcel cultural, aunque responda a necesidades y contenga aprendizajes para vivir en común, para dar un cierto sentido a la existencia, y para sobrevivir materialmente en esa comunidad.
El paradigma o forma de ser de una comunidad encarna en cada uno de sus individuos a través de su personalidad. La personalidad es el paradigma del individuo. Entonces el individuo también vive en la cárcel de su personalidad, la que también puede estar más arriba o más abajo en el eje vertical. El ser humano –al igual que las comunidades- puede tener cambios en su personalidad, los que pueden ser ascendentes o descendentes; pero sólo el ser humano en su esencia puede realizar un camino espiritual. La comunidad como conjunto sólo puede cambiar de paradigma.
Tenemos así que el cambio, para cualquier ser humano, puede provenir de dos fuentes: una exterior u horizontal, a partir de un cambio de paradigma de la comunidad que le llega a él como cambio en su personalidad; o por un cambio en su personalidad sin que medie un cambio de paradigma en su comunidad; y otra interior o vertical, a partir de un trabajo espiritual individual.
En ciertos momentos en el devenir de la humanidad se dan periodos -como el actual- en que el paradigma dominante entra en crisis. En ese momento las personas están disponibles para escuchar otros paradigmas, incluido aquel no-paradigma que postula la dimensión vertical de la existencia.
Este momento de apertura se mantiene hasta la consolidación del paradigma de reemplazo. La calidad de éste –que como decíamos puede ser superior o inferior- dependerá de si proviene de una influencia de las tradiciones espirituales o si proviene desde un nivel aún más bajo que el que dominaba previamente, en cuyo caso su adopción casi siempre es acompañada por el uso de la fuerza. Ejemplos de este último caso son el nazismo y fascismo, la inquisición y el estalinismo.
La aparición de las tradiciones espirituales durante las crisis de paradigma permite la espiritualización –en algún grado- de un número de personas, las que luego pueden aportar en la elaboración del nuevo paradigma, logrando que éste se eleve en algunos grados en el eje vertical.
En este último ciclo de transición –de crisis del paradigma occidental- las tradiciones espirituales comenzaron desde fines del siglo XIX a ofrecer sus enseñanzas dentro de la cultura occidental, continuando hasta hoy. Esta influencia de más de un siglo -ejercida dentro del contexto del paradigma racional en crisis que domina(ba) al occidente- ha contribuido a la elaboración del paradigma denominado holístico, sistémico, o de la complejidad, que aún no adquiere su forma definitiva, y que está siendo propuesto para reemplazar al racional.