Por Rohini Mohan / Outras Palavras / Traducción de Presssenza
Potteeswaran, productor de arroz, dijo que tenía los cráneos de Murugesan y Laxmi –una pareja de la ciudad de Trichy en el estado sureño de Tamil Nadu–, que se suicidaron por un préstamo bancario que no pudieron devolver. «Cuando el banco les quitó sus tierras, no vieron otra solución», dijo Potteeswaran.
En abril de 2017, más de 150 campesinos de Tamil Nadu permanecieron sentados durante casi un mes en la región de Jantar Mantar, en Delhi, la capital de la India. Se sentaron desnudos, sosteniendo los huesos de los vecinos que se habían suicidado y cargando ratones muertos y hierba en sus dientes.
«En 2016, Tamil Nadu vio su peor lluvia en 140 años», dijo Aiyyakannu, quien encabezó la protesta de los campesinos. «Queríamos avergonzar simbólicamente a nuestros líderes.» Esta vez ellos volvieron con gente de cinco distritos del delta del río Kaveri, devastados por el ciclón Gaja.
Decenas de miles de campesinos marcharon por Delhi, capital de la India, en la última semana de noviembre. Llegaron en trenes y autobuses de todo el país, y pasaron una noche fría en un centro de convenciones llamado Ramayana, donde se dramatiza una vez al año el poema épico del mismo nombre. Al día siguiente, con los estómagos medio llenos de roti y té, donados por los templos sij y las asociaciones de estudiantes de Delhi, fueron hasta la Calle del Parlamento. En una ciudad asfixiada por el aire irrespirable, hablaron en ocho idiomas sobre cosechas fracasadas, las lluvias irregulares y sus vidas precarias.
La semana pasada tuvo lugar una conversación similar sobre el clima en el corazón de Polonia. Allí, lejos de su electorado, gobernantes de todo el mundo expresaron en voz alta sus peores miedos. ¿Nuestro planeta está perdido? ¿Cómo hacer frente al cambio climático? Los diplomáticos negociaban acuerdos globales de reducción de emisiones contaminantes, cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, publicó triunfalmente un tuit sobre lo ridículo y caro le parecía el acuerdo de París. Muchos políticos en los países ricos siguen centrados en lo mínimo que pueden hacer, ansiosos por utilizar las protestas de los chalecos amarillos contra el presidente francés Emmanuel Macron, para volver a argumentar que las poblaciones no están listas para actuar contra el cambio climático.
Pero los campesinos que marcharon hasta Delhi están listos. La agricultura en la India depende en gran medida de las lluvias y la temperatura en la estación de crecimiento; los agricultores son muy sensibles al clima. Ya han sentido el comienzo del apocalipsis en forma de pozos secos, rendimientos decrecientes y migraciones masivas. Los costos están aumentando, mientras que la renta agrícola real por labrador ha crecido menos de medio punto porcentual por año. Hoy un agricultor indio gana menos de 20.000 rupias (alrededor de 280 dólares) al año, una cuarta parte del ingreso anual per cápita de la India. Según las estadísticas oficiales disponibles para 2016, más de 320.000 agricultores y trabajadores agrícolas se han suicidado desde 1995.
El promedio de precipitaciones ha disminuido en la India y los eventos extremos se han vuelto más frecuentes. Las inundaciones y los ciclones devastan los cultivos, pero las estaciones también se están volviendo cada vez más secas. Las lluvias monzónicas llegan más tarde y se van más temprano. Estudios realizados muestran que la extensión, duración e intensidad de las sequías monzónicas en la India han aumentado desde mediados de la década de 1950. Esto está ligado a la reducción de las lluvias, lo que a su vez se debe a la reducción de la diferencia de temperatura entre el Océano Índico y el continente indio. Más campesinos que nunca se suicidan a causa de las cosechas frustradas.
Más de dos tercios de los campos de la India son irrigados por aguas subterráneas que se están agotando rápidamente. En una pausa para tomar agua fuera del monumento a Mahatma Gandhi en camino al Parlamento, Mallikarjun S. Doddamani dijo que todos los campesinos de su aldea habían cavado al menos dos pozos en la última década. La mayoría de ellos están secos. Él es de un distrito del sur y está en su tercer año de sequía. «Ahora la tierra es como la camisa de un mendigo: llena de agujeros», dijo. Después de invertir en cuatro pozos en sus 2,5 hectáreas de tierra, Doddamani pidió un préstamo de 400.000 rupias (5.500 dólares), que no puede devolver.
La inseguridad alimentaria, el endeudamiento, la escasez de agua y los ingresos deprimidos forman parte de la historia de casi todos los campesinos. Ramsingh Bharadwaj había viajado durante 36 horas a pie, en autobús y finalmente en tren desde el centro de la India, rico en carbón vegetal, para exigir títulos de propiedad para su comunidad de habitantes del bosque nativo, que plantan y crían ganado. «A medida que las minas de carbón se expanden, perdemos el bosque y nuestro acceso a todo lo que queda», dijo. En su teléfono, me mostró una foto de su cosecha de lentejas, cubierta de polvo de carbón negro.
El cambio climático afecta sobre todo a los campesinos más pobres. Karu Manjhi, una anciana de Bihar, preparó una pregunta para el Primer Ministro Modi: «¿Qué piensa usted del hecho de que un agricultor de su país no pueda alimentar a sus propios nietos con una comida al día?” Los dos nietos de Manjhi y sus tres nietas, comen arroz con lentejas de agua en la escuela pública porque ella no puede cultivar alimentos nutritivos en su área de una hectárea, ahora dividida entre dos hijos (el 63% de la tierra agrícola pertenece a agricultores marginales que poseen menos de una hectárea). «Todos cultivamos una sola variedad de arroz porque es para eso que el gobierno garantiza un precio. Una inundación repentina y todo se pudre».
Cada región y cada comunidad tenía un horror diferente. Habían librado sus batallas locales, pero aun las respuestas más generosas del estado fueron paliativas. El aplazamiento del pago de la deuda a los afectados por la sequía, la lucha contra las inundaciones y los sistemas de seguros ofrecen alguna ayuda, pero no son suficientes para cambiar lo que se cultiva, lo que ganan los agricultores y cómo se utiliza el agua.
Por eso los campesinos llevaron sus cuerpos –devastados por el trabajo, desacostumbrados a las cámaras de televisión y cansados de caminar kilómetros– al centro del poder. En un momento poco frecuente, las castas superiores propietarias de la tierra se aliaron con los trabajadores rurales sin tierra; aunque sus intereses a menudo chocan, sabían que sus destinos están vinculados. Los agricultores exigieron una sesión especial de tres semanas en el Parlamento para discutir la crisis agrícola. Además de las leyes sobre el crédito agrícola y los precios remunerativos, querían un debate sobre la crisis del agua y las prácticas sustentables en particular.
«Nosotros señalamos hacia dónde va el viento, mírennos de cerca», dijo Laxmiprasad Verma, un campesino de Varanasi que marchó con su hijo menor, Naineeta, de once años. Mientras miles gritaban «¡Marenge nahin, ladenge!» (¡No moriremos! ¡Lucharemos!) los agricultores se redefinieron como protagonistas y no como víctimas, en la historia del cambio climático.
Alrededor de 200 sindicatos de agricultores se organizaron a nivel nacional bajo el gran paraguas del Comité de Coordinación de Kisan Sangrarsh para toda la India, pero cada distrito se movilizó desde agosto. El grupo articulador fue All India Kisan Saha (AIKS), un frente campesino con raíces comunistas, pero muchos de los grupos eran organizaciones no partidarias que ayudan localmente a los campesinos a luchar por mejores precios, decidir qué plantar, cómo acceder a los mercados y reclamar subsidios y reforma agraria. Rajkumari del distrito de Sultanpur en Uttar Pradsh, el estado más poblado de la India, es miembro de la Asociación de Mujeres Democráticas de Toda la India (AIDWA), el brazo femenino del Partido Comunista de la India (Marxista). Ella llama a la asociación “aid-wah”, con acento hindi. Esta mujer de 40 años nunca oyó hablar de Marx y se asustó con el término «maoísta». La política, para ella, es una forma de autorrealización. «A las mujeres nos enseñan a pasar hambre cuando la comida escasea. Fue la primer cosa que desaprendí», dijo. «Entonces me di cuenta: soy yo quien siembra y recoge el arroz, cuida el ganado, trae las ollas de agua a casa. ¿Por qué no debería tener los mismos salarios y derechos sobre la tierra?»
«Simplemente trabajamos más y más duro y gastamos más y más en pozos, semillas y tecnología. Pero ¿funciona? preguntó Mukhtayar Sing de Punjab. Mientras los manifestantes esperaban y la policía autorizaba la marcha, Singh deambulaba tratando de hablar con agricultores de otros estados. ¿Habrían encontrado otras maneras de adaptarse?
Sin embargo, la mayoría de los agricultores no está cambiando sus métodos para adaptarse al cambio climático y a la escasez de agua. En cambio, están cavando hasta 70 metros para encontrar agua, pero incluso a esta profundidad, a menudo no encuentran nada. O cultivan variedades tradicionales que tienen precios mínimos garantizados por el gobierno, aunque requieran mucha agua y ofrezcan pocos nutrientes. El arroz y el trigo se ven seriamente afectados por el cambio climático, pero siguen dominando los cultivos.
Cuando nada funciona, los agricultores raspan juntos la olla de sus economías para enviar a sus hijos e hijas a la escuela en las ciudades cercanas. Rulda Sing, de 57 años, reza para que sus hijos nunca tengan que usar un arado. Casi 8 millones de personas tuvieron que abandonar la agricultura en la década que terminó en 2011, el año del último censo indio. Agricultores endeudados o trabajadores agrícolas desocupados están volcando alquitrán, cargando ladrillos o limpiando el piso de los centros comerciales, disolviéndose en el anonimato de la vasta clase obrera urbana. La India produce hoy más alimentos que nunca, pero reúne al 24% de las personas desnutridas del mundo y está lejos de superar el hambre crónica. «Yo como trigo, tal vez mis hijos tengan que comer acero», dijo Rulda Sing, riendo. «¿Qué hacen en los Estados Unidos? En la televisión todos los granjeros son gordos y ricos y sus tiendas de electrodomésticos están llenas», dijo Mukhtayar Sing, «Tal vez debería ir a los Estados Unidos.”
Todas las manifestaciones en la India requieren un permiso policial y la policía de Delhi tardó hasta el domingo por la mañana para permitir la marcha. Emitió advertencias de tráfico sobre las rutas a evitar durante los dos días de la manifestación. Unos 3.700 policías y miembros de cuerpos paramilitares acompañaron el recorrido. La visión de las barricadas amarillas y las camionetas azules de la policía hizo que Ramanamma, del estado sureño de Andhra Pradesh, recordara las mangueras de agua en su espalda hace unos años. En aquel momento, su aldea reclamaba que las deudas de los agricultores como ella fueran canceladas.
Las protestas de los agricultores casi se han duplicado en dos años –de 2.683 en 2015 a 4.837 en 2016– y siguen creciendo. El gas lacrimógeno y las mangueras de agua se utilizan regularmente contra los manifestantes. El año pasado, policías que dispararon municiones mataron a seis campesinos en una protesta. En marzo, unos 35.000 agricultores, en su mayoría miembros de tribus indígenas, caminaron más de 200 km durante siete días hasta Mumbai, exigiendo títulos de propiedad de la tierra. En el norte y el oeste de la India, los agricultores tiraban cebollas y leche en las plazas de la ciudad en protesta por los precios que recibían por sus productos.
Las mujeres de Telangana, en el sur, marcharon con retratos de sus padres, hermanos o maridos que bebieron pesticidas –el veneno más disponible para un granjero endeudado. Los bancos tienden a rechazar los préstamos a los pequeños campesinos y a trabajadores agrícolas, por lo que piden prestado a los prestamistas a un interés del 300%. Cuando su marido se suicidó, Krishnamma recibió una modesta indemnización del Estado. «Al día siguiente, tres deudores llegaron a la casa. Les di todo.»
La buena noticia para Krishnamma es que logró conservar algo más de una hectárea de tierra. La Alianza para la Agricultura Sostenible y Holística, una red nacional de 400 organizaciones campesinas, la capacitó en agricultura sustentable. Ahora, en lugar de plantar algodón y arroz, cultiva berenjenas y garbanzos, que están mejor adaptados al cambio climático y pueden florecer a temperaturas más altas.
Otros, del Estado de Karnataka, practican una «agricultura de costo cero» en la que utilizan semillas rústicas ancestrales, obtenidas gratuitamente. El gobierno de Kerala promueve la siembra compartida entre agricultores marginales, especialmente mujeres, y fomenta la producción orgánica. En la marcha de Delhi, algunos campesinos del desertificado Rajastán, explicaban el manejo de las cuencas hidrográficas a otros de Bihar, adonde familias enteras de pequeños agricultores y trabajadores agrícolas están migrando. En medio de la movilización política, estos manifestantes no olvidaban el futuro de sus cultivos.