¿Puedes cambiar de opinión? ¿Consiste la coherencia en permanecer siempre en la misma opinión, haciendo siempre lo que se dice? ¿Dónde está el límite entre ser coherente y simplemente rígido?
En estos tiempos, la coherencia es erróneamente desproporcionada, sobre todo porque la tomamos como un valor absoluto, en un sentido muy superficial, sin estimular la reflexión para nada. Si la coherencia tiene una función, debería ser precisamente hacer pensar a la gente, pero ahora se usa como un eslogan incuestionable que se refiere a acciones muy controvertidas.
¿Pero qué es la coherencia? Uno diría que se trata simplemente de hacer aquello que uno dice querer hacer. Entonces, cualquier expresión verbal debe traducirse en acciones correspondientes, por el bien de la coherencia. Si digo que no toleraré la presencia de inmigrantes ilegales, al menos intentaré no hacer que aumenten, por dar un triste ejemplo. O, si digo que soy un cristiano de los que son ultras, de los que levantan el evangelio en los mítines y defienden a la familia tradicional con la espada, no debo divorciarme, para dar otro ejemplo.
Hacer lo que piensas y sientes parece ser una buena definición de coherencia. Sintonizar el pensamiento, con el sentimiento y con la acción. Pero a este significado todavía le falta una parte importante porque, a veces, cuando piensas en otros, no te pones en su lugar y caes en la peor de las incoherencias. Cuando le hacemos a los demás algo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros, la coherencia de la que hemos hecho alarde pierde todo su valor y la lógica del discurso pierde su consistencia. Parece que la coherencia va de la mano con otra característica del comportamiento humano, que hoy no es muy popular: la solidaridad. Hace más de un par de miles de años, Confucio, un filósofo chino, dijo: No hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti. Unos pocos siglos después nos dicen que Jesús había dicho algo como: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Hace unas décadas, Silo, un pensador y escritor sudamericano, lo reiteró con su: Trata a los demás como te gustaría que te tratasen. Pero parece que esta Regla de Oro, en sus diversas expresiones, siempre ha pertenecido a las diferentes culturas con las que se desarrolló la humanidad. Es decir, la coherencia personal no puede hacer caso omiso de los demás, y no puede ignorar el hecho de que los demás valen exactamente lo mismo que nosotros.
Entonces, para adoptar una coherencia, por así decirlo, destructiva, que pueda eludir elegantemente la empatía con los demás y la debida solidaridad, es necesario pensar que la otra persona no es igual a mí, en su esencia como ser humano. Que el otro no es tan bueno como yo, que su humanidad no es totalmente equivalente a la mía.
Esto es justo lo que hacemos cuando decimos: ¡Primero los italianos!
¡Pero entonces, ya está hecho! La dirección está marcada. ¿Se ha activado este tipo de coherencia delirante que se reafirma cada día más y es un proceso que no se puede detener? ¡Por supuesto que no! Siempre puedes cambiar de opinión. Y como un propósito para el próximo año nuevo, podríamos comenzar a construir una coherencia más profunda, lo que nos pone siempre en contacto con nuestra esencia -que también es la de los demás- con ese elemento existencial que nos distingue como especie y del cual a veces no tenemos conciencia: la intención de evolucionar, de crecer, de ser mejor.
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez