Los chalecos amarillos dejan una gran lección, una suerte de Clase Magistral: ¿Quieres hacerte oír? Tienes que salir a la calle. O bien no salir. Los primeros en escuchar el mensaje fueron los policías encargados de reprimirles.
Descontentos de sus salarios, de las horas suplementarias impagas, de la multiplicación de tareas ingratas… los sindicatos de la policía amenazaron primero con ponerse un chaleco amarillo, y luego con quedarse acuartelados. Así lo hicieron martes y miércoles. Encerrados en sus comisarías no salían a la calle sino en casos de extrema urgencia.
La policía fronteriza solidarizó con una huelga de celo. Verificó cuidadosamente cada pasaporte, tomándose un cuarto de hora allí donde normalmente basta con uno o dos minutos. El miércoles el desorden en los aeropuertos de Orly y Roissy era mayúsculo: los pasajeros esperaban tres o cuatro horas para embarcar.
Christophe Castaner, ministro del Interior, quiso calmar sus tropas con un bono de 300 euros para cada policía. No debe sorprender que los sindicatos estimasen que eso es una miseria. El Estado les debe 22 millones de horas suplementarias no pagadas, o sea 2 mil euros por nuca. El gobierno propuso “conversar”, antes de ceder en todo: habrá un significativo aumento de los salarios de los policías y recibirán el pago de sus horas suplementarias. ¿Gracias a quien?
Con el anzuelo de un “debate nacional” de tres meses, Macron busca temporizar. Un debate destinado a buscar consensos para satisfacer las demandas de los chalecos amarillos. Ayer quedaban 360 rotondas ocupadas. El gobierno emplea la artillería pesada enviando buldóceres a quitar de en medio los abrigos de fortuna que amparan a los manifestantes desde hace más de un mes.
La puesta en obra de las medidas anunciadas por Macron se revela compleja y azarosa. El martes por la mañana el gobierno anunció la anulación del “bono energía”, y ante la batahola generada entre sus propios diputados tuvo que anular la anulación dos horas más tarde.
La reivindicación del Referendo de Iniciativa Ciudadana (RIC) fue acogido primero favorablemente por el primer ministro, y luego con escalofríos por el presidente. Los “expertos” de turno salieron a explicar que si se aprueba, el pueblo pudiese exigir insensateces. Como suprimir el derecho al aborto o restablecer la pena de muerte. ¿Porqué no el retorno de la monarquía, o la instauración del Tercer Imperio?
El pueblo es insensato. Solo los “expertos” pueden opinar y decidir lo que es bueno para el pueblo. ¿Cómo podrían los zafios, los villanos y los miserables saber lo que les conviene? Para eso están los que saben. De ahí que hay fundadas sospechas en cuanto a la seriedad del “debate nacional”. La desconfianza reina y su reinado no es de origen divino.
Macron declara que el “debate nacional” no tiene como objetivo destejer lo ya tejido. En otras palabras intenta salvar los muebles, consolidar un gobierno que no sabe dónde va. Que ve con pavor que hasta la policía perdió la paciencia. Para no hablar del ejército, los pescadores, los agricultores, los asalariados, los jubilados, los pequeños comerciantes, los artesanos, los estudiantes, el personal hospitalario, los profesores, los funcionarios y tutti quanti.
De modo que la tradicional “tregua de los confiteros”, Navidad obliga, será solo eso: una tregua. La lección de los chalecos amarillos, reafirmada por el rápido cursillo de los policías, despertará vocaciones.
Si quieres que te escuchen, sale a la calle. O bien, cuando te llamen, haz oídos sordos y no te muevas.
Dicen que Marie-Antoinette se dio cuenta que la monarquía se tambaleaba cuando llamó a su servidumbre… ¡y no vino nadie!