Por Juan Gómez
“Estoy hablando de una paz genuina, la clase de paz que hace valiosa la vida sobre la tierra, del tipo que habilita al hombre y a las naciones a crecer, a tener esperanza, y a construir una vida mejor para sus niños.”
J.F. Kennedy
Frecuentemente nos preguntamos si la paz es posible. Muchas personas se desencantan pensando que eso es sólo una ilusión, una utopía irrealizable y aún cuando ellos apoyan y adhieren a los movimientos pacifistas, no se movilizan por la paz. Hay intereses demasiado poderosos, que lo dominan todo, dicen. Así ha sido, y será siempre. No es posible cambiarlo o mejorarlo, agregan. Este es nuestro problema cuando los invitamos a trabajar en nuestras actividades a favor del término de las guerras y el desarme. Y las grandes empresas lo saben. También los gobiernos. Hay otras personas que creen que no es posible alcanzar la justicia social y la distribución equitativa de los recursos por medios no violentos. Para cambiar la cultura del mundo necesitamos construir una masa crítica de personas que trabajen por construir la paz de modo no violento. ¡Cómo lograrlo?
El actual sistema productivo basado en el libre mercado y el libre emprendimiento conduce a grandes diferencias de ingresos, ya que no todas las personas tienen las mismas capacidades para producir bienes y riqueza. Los emprendedores son generalmente personas ambiciosas que quieren crear más y más empresas aprovechándose de todos los recursos naturales y humanos disponibles pagando por ellos lo menos posible. Así ellos acumulan mucha riqueza dando lugar al capitalismo como fenómeno económico. Este capital genera empresas que producen bienes y servicios, los cuales toda la gente necesita para sobrevivir, por lo tanto las personas tienen que consumirlos. Sin embargo no todos los bienes y servicios son tan necesarios, creándose necesidades artificiales, que alimentan una cultura del consumo por artículos superfluos o suntuarios.
Con este sistema capitalista de consumo se producen grandes diferencias de ingresos entre los poseedores del capital (la minoría) y los trabajadores (la inmensa mayoría), y las personas cesantes e indigentes. Es imprescindible para los primeros preservar de alguna forma estas irritantes diferencias, para lo cual se hace necesario contar con un buen servicio de policía que cuide la propiedad de los primeros, y el sistema capitalista en su conjunto. Pero como algunos emprendedores son gente ambiciosa, y sus empresas tienen que tener un crecimiento constante, se hace necesario conquistar mercado en el extranjero para los bienes que ellos producen y también conseguir recursos naturales para producirlos. Para protegerlos adecuadamente es necesario entonces contar un buen ejército con armamento de avanzada para defender esos intereses, que son los intereses de la nación misma.
Esta es la gran oportunidad para la industria armamentística para negociar con sus productos y venderlos en los mercados internacionales. Esta industria organiza ferias para mostrar las bondades de sus productos, pero además para convencer a sus potenciales clientes, les presentan razones adicionales como la seguridad de sus fronteras, potenciales amenazas de sus vecinos, y las crecientes tensiones internacionales.
Los países productores de armas les dibujan a sus clientes un escenario mundial con guerras, terrorismo, recursos naturales escasos que hacen necesario un ejército moderno, ágil, con armamento de punta para así disuadir posibles conflictos. Ellos se preocupan de hacer esto real y de mantener la situación mundial en permanente tensión, haciendo sentir a todos que el mundo es un lugar inseguro, lleno de amenazas, por lo que es necesario mantenerse en guardia, con ejércitos bien armados, para así defender eficientemente sus países de cualquier agresión.
La lógica del mercado es que las ventas de todas las industrias tienen que crecer permanentemente, y la armamentística no es la excepción. Para hacerlo ellos promueven sus artículos, hacen lobby con los gobiernos, inciden en las políticas de defensa y relaciones exteriores, tratando de configurar este escenario internacional inseguro que estimule y promueva la venta de armas. De esta forma las ventas de armas siempre crecen, nunca disminuyen, como lo reafirma año tras año el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). Por lo tanto, el desarme, y con ello la Paz se reduce a un problema económico, debido a estos gigantescos intereses económicos que mueven la economía mundial. Los ingresos de los países productores de armas por este concepto son tan altos que no se pueden perder, como lo ha confesado el mismo Trump.
El complejo militar industrial tiene la sartén por el mango, y no quiere soltarlo ni por nada. Con este diabólico negocio tienen más poder que los mismos gobiernos, incidiendo decididamente en las políticas de defensa. Políticas que obedecen a un clima de inseguridad artificial, con amenazas y enemigos por doquier, más inventados que reales, pero que como en una delirante paranoia, es necesario conjurar con un ejército poderoso, con un sistema de seguridad nacional, alianzas y tratados de defensa regionales. En esas condiciones la paz está sepultada. No podemos permitir que esa mentalidad malévola siga dominando las políticas de defensa y relaciones exteriores, y con ello, nuestra seguridad y nuestras posibilidades de ser felices. Es urgente una nueva mirada. La codicia nos está matando.
La Paz no puede transformarse en un problema económico, propio de la voracidad empresarial de unos pocos. El que las economías de los países productores armas, dependan de la venta de éstas, es un error, sus ejércitos en general demandan un montón de recursos económicos, que se pueden destinar a salud, educación y bienestar de la población.. La industria de las armas es necesario reconvertirlas, desde una industria dedicada a la muerte a una industria de dicada a la vida, como la industria de alimentos, salud o construcción. Tal vez no sea tan rentable, pero es el futuro de la humanidad el que está en juego.
Si la industria de las armas finaliza su mortífera producción de armas, las guerras también terminarán. Las guerras son la consecuencia natural de la venta de armas, y de la desconfianza mutua entre las naciones. Si hay confianza mutua entre las naciones y no hay ejércitos ni armas en la escena, no habrá guerras.
En ese escenario los ejércitos son un gasto innecesario. Habrían cumplido su ciclo y merecerían por fin descansar. La reconversión de los ejércitos es así fundamental. Los nuevos ejércitos deberían estar en el futuro dedicados a trabajar en los desastres naturales, cada vez más frecuente. Construyendo casas de seguridad, trabajando con las comunidades. Pueden ser menos numerosos en contingente, pero basadas en el mismo espíritu de camaradería
La desinversión en la industria armamentística es un importante y necesario primer paso para que la opinión pública mundial, los bancos y la industria en general tome conciencia de esta nueva realidad y la buena industria se vea beneficiada y la mala industria rechazada y desfinanciada.
Ha llegado el tiempo de cambiar la forma de relacionarse entre las naciones, dejando atrás las odiosidades, revanchas, amenazas, mejorando las confianzas a través de intercambios culturales y educacionales, emprendimientos conjuntos, conocimiento mutuo en cuanto a su historia, costumbres y cultura. Y desde allí tratar de resolver conjuntamente los grandes desafíos de la humanidad, tales como el cambio climático, la escasez de agua, pobreza, hambruna, migraciones, etc.
Por el bien de la humanidad, es ahora o nunca.